¿La vida de quien vale más?

03/03/2023

8 min de lectura

La sociedad considera que algunas vidas tienen más valor que otras. El judaísmo no está de acuerdo.

El Dr. Arnold Relman, ex jefe de edición de la revista de medicina New England, profesor emérito de Harvard y uno de los más venerados médicos del mundo, se cayó de una escalera hace varios años atrás y se quebró el cuello. De inmediato lo llevaron al Hospital General de Massachussets, donde enseguida les dijo quién era. Según lo que él mismo relató en ese entonces: "Me pareció que en unos pocos minutos mi cubículo se llenó de médicos, enfermeras y otros miembros del equipo".

Las radiografías y la tomografía computada revelaron fracturas en tres vertebras del cuello de Relman y múltiples fracturas en huesos de su rostro y su cráneo, con masivas hemorragias alrededor de las heridas. El equipo médico entró en acción. Le dieron grandes dosis de esteroides suprarrenales, líquido intravenoso, vitamina K, y todo fue cuidadosamente calibrado teniendo en cuenta las dosis de las medicinas que él tomaba regularmente.

De pronto, Relman comenzó a ahogarse debido a que una hemorragia masiva le comprimía la tráquea. Un anestesiólogo intentó, sin éxito, introducir un tubo de respiración en su tráquea. Llamaron a un médico del equipo de trauma quirúrgico. Él hizo una traqueotomía de emergencia, lo que le permitió a Relman respirar nuevamente.

Entonces su corazón se detuvo. El equipo médico de inmediato le hizo resucitación cardiopulmonar y le administraron inyecciones de drogas para estimular su corazón. En dos minutos su corazón había vuelto a latir, pero durante los siguientes 15 minutos su corazón se detuvo dos veces más. Como escribió Relman en aquel entonces: "Mi cardiólogo, un médico importante y muy respetado, llegó a la sala de emergencias justo a tiempo para asesorar al equipo respeto a cómo manejar los paros cardiacos y los rápidos cambios de mi ritmo cardíaco y mi presión arterial… La reanimación cardíaca me salvó la vida".

Relman fue conectado a un respirador, le insertaron un catéter y le realizaron más pruebas, además de tres broncoscopias para extraer coágulos de sangre de sus bronquios.

El costo total de su atención médica llegó a $478.000. ¿Valió la pena?

Luego lo llevaron a la unidad de cuidados intensivos. Relman escribió: "Mi esposa y nuestros hijos se reunieron en la sala de terapia intensiva muy tarde esa noche, tres médicos y tres abogados, una compañía que en otros hospitales podría haber molestado al equipo médico. Pero no en este caso.

"Los médicos y las enfermeras mantuvieron a mi familia informada y fueron receptivos con sus preguntas y sugerencias… El equipo de enfermeros hizo todo lo que pudo para aliviar mi incomodidad. Siempre estaban disponibles, día y noche, y todos ellos fueron competentes y bondadosos".

Después de 11 días en terapia intensiva, el Dr. Relman fue transferido al hospital de rehabilitación Spaulding, donde continuó recuperándose durante otro mes. El costo total de su atención médica, que prácticamente en su totalidad fue cubierto por el plan de seguro de los facultativos de Harvard, llegó a $478.000.

Hay un detalle que todavía no mencioné: cuando se quebró el cuello, el Dr. Arnold Relman tenía 90 años. El Dr. Relman vivió aproximadamente un año más después de su accidente, y eventualmente falleció a los 91 años de edad en el año 2014.

Ahora bien, si Juan Perez, un plomero jubilado de 90 años, hubiera llegado a la sala de emergencias del Hospital con su cuello quebrado, podemos preguntarnos qué clase de atención hubiera recibido. ¿Acaso el equipo médico se hubiera movilizado tanto para tratar de salvarle la vida? Si su corazón se detenía, ¿lo habrían resucitado tres veces o, dada su edad y la posibilidad de que quedara cuadriplégico por haberse quebrado el cuello, le hubieran colgado un cartel de "no resucitar" en su cama? ¿Acaso su cardiólogo hubiera dejado todo de lado para correr a la sala de emergencias a supervisar su tratamiento?

Estoy segura de que el Hospital General de Massachussets es un centro médico en donde se muestra compasión por todas las almas enfermas, pero… ¿habrían suspendido la regla universal de que no más de dos miembros de la familia pueden estar en la sala de terapia intensiva, si esos parientes no hubieran sido "tres médicos y tres abogados"? ¿Habrían sido "receptivos con las preguntas y las sugerencias de la familia" y hubieran estado "siempre disponibles, día y noche" siendo "todos competentes y bondadosos", con un plomero jubilado de noventa años?

Debemos enfrentarlo: nuestra sociedad considera que algunas vidas valen más que otras. Y el valor que atribuimos a una vida en particular revela los valores en base a los cuales regimos nuestras vidas.

Dos perspectivas contrastantes

En los términos más simples, el máximo valor de la sociedad occidental es la productividad. Las vidas de las personas se consideran valiosas mientras sean "productivas", sin importar qué sea lo que produzcan en términos de su beneficio para la sociedad. Puede ser el director de una fábrica que produce 42 tonos de lápiz labial. Puede ser una académica que investiga las costumbres de apareamiento de los aztecas. Mientras una persona produce, su vida es valiosa.

El valor de la productividad de una persona tiene una vida útil. Nadie dudaría en resucitar a un jubilado de 69 años que se rompió el cuello, porque su vida productiva todavía está "fresca". Pero 15 años más tarde, ya se escuchan expresiones como "una carga para la sociedad".

Una persona en coma es el máximo ejemplo de alguien no productivo. Esto explica el consenso respecto a que no se debe alimentar a los pacientes comatosos, para "permitirles" morir.

Por supuesto, la excepción es "las personas importantes", aquellos que lograron destacarse en algún ámbito, como el Dr. Arnold Relman. La respuesta instintiva del equipo del Hospital General fue hacer todo lo posible para salvar la vida del paciente de 90 años, esto, basado en sus considerables logros del pasado, no en la expectativa de que pudiera seguir produciendo. Similarmente, durante los ocho años que el ex primer ministro de Israel Ariel Sharon estuvo en coma, ninguno de sus médicos sugirió desconectar su tubo alimenticio. Uno puede hacer eso con un ciudadano común y corriente, pero no con un ex jefe de estado.

La perspectiva judía sobre el valor de la vida es drásticamente diferente. De acuerdo con el judaísmo, un alma desciende a este mundo y entra a nun cuerpo físico para cumplir con una misión única y efectuar un tikún (una rectificación) particular.

No importa si uno está a 20 o a 200 metros de altura, sino sólo cuántos peldaños ha escalado.

Nuestra misión y nuestro tikún es tan individual como nuestras huellas dactilares. Y así como diferentes huellas dactilares no pueden ser jerarquizadas por niveles de belleza, tampoco los seres humanos pueden ser juzgados ni comparados jerárquicamente. Cada persona está subiendo su propia escalera espiritual. Y dado que cada uno comienza en un nivel diferente, lo que importa no es si uno está a 20 o a 200 metros de altura, sino sólo cuántos peldaños ha escalado.

El crecimiento de un alma tiene lugar adentro. Como escribió el Gaón de Vilna, uno de los más grandes sabios del último milenio, el único propósito de la vida en este mundo es corregir nuestras cualidades personales. Por lo tanto, una persona tacaña puede tener el desafío de volverse generosa. Sin embargo, su éxito no reside en cuántas alas de hospitales haya donado, sino en su victoria sobre su propia parsimonia cada vez que escribe un cheque. El tikún de una persona puede ser superar una tendencia al enojo o a la envidia, o crecer en su gratitud o humildad.

Por lo tanto, desde la perspectiva judía, la vida del director de la fábrica de lápices labiales no es valiosa por los 42 tonos que produce, sino por la autodisciplina que desarrolla al levantarse cada mañana para ir a trabajar, y por la bondad con la que elige tratar a sus empleados. Como dijeron nuestros Sabios: "De acuerdo con el esfuerzo es la recompensa" (Pirkei Avot 5:26). La vida de un académico es valiosa no por los estudios que publica, sino por la perseverancia que desarrolla al buscar lograr su objetivo y el egoísmo que supera cuando da el crédito que merecen sus asistentes en la investigación.

Yo siempre consideré que el lugar más judío de Israel no es el Kótel (el Muro Occidental) sino el hospital Alyn para niños y adultos severamente discapacitados. La mayoría de los pacientes apenas pueden mover una extremidad, tienen incontinencia y no pueden hablar. Sin embargo, se gastan enormes recursos para su atención, y hay un equipo devoto que trabaja las 24 horas del día para atender con amor a estos pacientes. Estas son las personas a quienes Hitler hubiera gaseado, por considerarlas inútiles. El punto de vista judío es inflexible: cada vida humana es valiosa. Incluso en el cuerpo más discapacitado, el alma puede realizar su trabajo.

Cada vida humana es valiosa e incluso en el cuerpo más discapacitado, el alma puede realizar su trabajo.

Mientras que el alma está en el cuerpo (que es la definición misma de la vida), un ser humano puede efectuar su rectificación. Las personas de noventa años pueden no ser capaces de hacer trabajos productivos, pero pueden crecer en la cualidad de gratitud al aceptar los servicios de otras personas y pueden crecer en la cualidad de humildad al sufrir las inevitables limitaciones físicas y mentales del envejecimiento. El trabajo interno no es un epílogo a la vida; es el propósito mismo de la vida.

El alma siempre está consciente, sin importar el estado del cuerpo. Esto explica los muchos casos documentados de pacientes quirúrgicos bajo anestesia general que luego citaron comentarios (¡y chistes!) que hizo el equipo médico durante la cirugía. Por lo tanto, incluso la persona en coma puede lograr mucho "trabajo de alma" interno. ¿Acaso puede haber una lección mayor de humildad que estar atrapado en un cuerpo sin poder moverse ni hablar? Además, incluso un paciente en coma acumula méritos espirituales al inspirar a los miembros de su familia a realizar actos de bondad para la atención del paciente.*

Hombre, animal, árbol

Rav Akiva Tatz, quien también es un médico, formula una pregunta interesante: la mayoría de los medicamentos para los seres humanos se basan en vegetales. Por ejemplo, la aspirina se basa en la corteza de sauce blanco; el digitalis surge de la dedalera. Si el ADN de los humanos es más similar al ADN de los animales, ¿por qué la mayoría de las medicinas no derivan de tejidos animales?

La Torá declara algo sorprendente: "La persona es un árbol del campo". Rav Tatz cita fuentes judías y explica que tanto la persona como un árbol son verticales, mientras que un animal es horizontal (piensa en los leones o las vacas). Él continúa elucidando que una vez que un animal llega a la edad adulta, deja de crecer. Un árbol, por otro lado, mientras vive continúa creciendo, hasta llegar al cielo, por así decirlo.

De esta forma definitiva, un ser humano se asemeja más a un árbol que a un animal. Mientras un ser humano vive, tiene el potencial de crecer, de elevarse hasta llegar a los cielos.

Todos conocemos "humanos horizontales", que no idealizan el crecimiento y se apegan a la complacencia. Pero Dios no da por perdidas a esas personas. Él les envía desafíos (de salud, económicos o familiares), y entonces no cambiar deja de ser una opción. Por supuesto, los humanos nos diferenciamos de los árboles en que los árboles no tienen libre albedrío: ellos siempre crecen hacia arriba. Los humanos podemos elegir ir hacia arriba o hacia abajo. Una persona puede responder a los desafíos volviéndose una mejor persona o volviéndose amargada. Un ser humano es "vertical", pero el elevador puede ir hacia arriba o hacia abajo.

Donde el crecimiento interior se reconoce como el propósito de la vida, ninguna vida tiene más valor que otra, porque cada individuo tiene el potencial para aprender, crecer y lograr su rectificación particular.

Este principio fundamental está incorporado en la siguiente ley judía. Si un paciente en coma de 90 años es la única persona adecuada para donar un órgano que puede salvar la vida de la persona más celebre del mundo, pero al extirpar ese órgano la vida del nonagenario terminaría un minuto antes de lo que ocurriría sin ese trasplante, está prohibido extirpar el órgano, porque cada minuto de vida es valioso y no hay ninguna vida que se considere más importante que la de otro.

La capacidad de una persona de 90 años de crecer y cambiar quedó atestiguada por el Dr. Relman después del accidente, quien escribió: "Afortunadamente mis funciones mentales parecen haber permanecido intactas. Mi capacidad para leer, pensar, hablar y escribir no ha cambiado de forma esencial… Sin duda me he vuelto más consciente al comprender la fragilidad de mi existencia y mi futuro limitado".

No importa cuánto haya logrado una persona, cuando se trata de crecimiento interior, el cielo es el límite.


* (La postura halájica respecto a temas del fin de la vida están fuera del alcance de este artículo. Los judíos que enfrentan esta clase de problemáticas deben consultar con un rabino que sea experto en la halajá de ética médica).

Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.