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Ese anciano ciego sabía toda la Torá de memoria. Yo sé la letra de la canción de “Los Beverly ricos”.
Hace poco leí una “carta al editor” de una publicación impresa (sí, ¡aún existen y yo todavía las leo!) sobre un judío anciano de Marruecos. Cuando era niño había aprendido de memoria todo el Tanaj (Torá, Profetas y Escritos). Por eso ahora, a pesar de estar ciego y sufrir de demencia, él todavía es capaz de recitar cualquier pasaje a pedido. Sí, leíste bien… ¡cualquier pasaje!
Este hombre sigue yendo a la sinagoga y si quien lee la Torá comete un error en la pronunciación, a pesar de su ceguera y de sus problemas de memoria, él lo corrige. ¡Esa es la fuerza que tiene lo que aprendemos en la infancia!
Durante muchos años en mi sinagoga hubo un caso parecido. Esta persona llegaba a la sinagoga con su nombre pegado a su chaqueta, porque podía llegar a olvidar quién era y dónde estaba. Sin embargo ocurría el mismo fenómeno: si la persona que leía la porción de la Torá cometía un error, él lo corregía de inmediato. Así de profundos eran sus recuerdos.
Si busco en los recovecos de mis recuerdos de infancia, puedo llegar a encontrar la letra de la canción de la serie “La isla de Gilligan”. También están las melodías y las letras de muchos villancicos de Navidad. ¿Pero todas las palabras de la Torá con su correcta pronunciación? Eso sería maravilloso.
Al encontrarnos con personas que experimentan este poderoso fenómeno, la idea no es torturarnos si nuestros recuerdos de infancia no están en sintonía. Probablemente no tuvimos control sobre la situación.
Pero ahora tenemos la oportunidad de elegir qué enseñarles a nuestros propios hijos y a qué exponerlos. Si reconocemos que las canciones, tonadas, rezos e historias que ellos escuchan de niños formarán para siempre parte de su psiquis; si valoramos en particular el poder de la repetición y entendemos que las historias, canciones e ideas repetidas a nuestros niños los acompañarán durante toda sus vidas, entonces quizás tomaremos decisiones diferentes y más conscientes respecto a lo que les enseñamos.
Tal vez pensaremos con más cuidado qué escuchamos en la radio o qué CD (¿estoy delatando mi edad?) ponemos en el auto. Quizás examinaremos con mayor atención las historias que les leemos o los cuentos que les contamos. Quizás realmente escucharemos las palabras de las canciones que cantamos o analizaremos cuidadosamente los mensajes que les transmitimos.
Tenemos vidas muy ocupadas y educar niños es un trabajo difícil. A veces cosas importantes pasan inadvertidas. Pero un encuentro con alguien así puede recordarnos la oportunidad que tenemos y alentarnos a no desperdiciarla.
Yo puedo estar condenada a saber de memoria la canción de “Los Beverly ricos” y la mayoría de los musicales de Rogers y Hammerstein, pero mis hijos no tienen que estarlo. Ellos tuvieron un nuevo comienzo y la oportunidad de dominar el Tanaj de memoria. Ellos pueden tenerlo en sus manos, incluso cuando sean ancianos. Los envidio.
Pero no me he dado por vencida. Cada día, cuando recito mis Salmos pienso en ese hombre, el que iba a mi sinagoga. Y si bien espero conservar mi visión y mi memoria hasta una edad muy avanzada (con ayuda de Dios), aún más espero que las palabras del Rey David hayan quedado grabadas en mi alma profundamente, permitiendo que su recuerdo perdure incluso cuando mis sentidos desvanezcan. Y pido que esas sean las palabras que estén en mis labios cuando mi vida se vaya apagando lentamente, y no la canción del programa “La chica de la Tele”.
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