Matrimonio
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Resiste la tentación de etiquetar a los demás, en especial a tu pareja.
Los alumnos hacen silencio cuando que el profesor entra al aula el primer día de clases. “¿Cuál de ustedes es Horowitz?”, pregunta el profesor.
Un niño levanta la mano. “¡Afuera!”, ordena el profesor.
“Pero… ¿por qué? No hice nada”.
“Escuché hablar de ti. ¿Piensas que voy a esperar hasta que hagas algo?”
La ridiculez de esta historia es instructiva: no etiquetes a las personas en base a su conducta previa. Puedes juzgar a alumnos, amigos y seres queridos por su conducta previa o puedes elegir creer que las personas pueden cambiar e infundir esperanza incluso en tus relaciones más difíciles.
Etiquetar es un gran peligro en la docencia. Por un lado, una rápida y fácil identificación del problema ayuda a saber cómo proceder. Pero etiquetar puede encerrar a una persona en un destino preconcebido, haciendo que sea muy difícil que pueda cambiar. Esto es increíblemente dañino. La vida se trata de esforzarse por cambiar y mejorar.
A diferencia de las huellas digitales y el ADN, tu conducta es un asunto de libre albedrío. Incluso si tienes hábitos arraigados, con guía y trabajo duro puedes cambiar. Tu cerebro tiene plasticidad. Las neuronas del cerebro pueden hacer cosas nuevas formando nuevas o más fuertes conexiones con otras neuronas. Pueden ser reformadas a las tendencias que tú elijas. Un pilar de la creencia judía es que las personas pueden cambiar.
Etiquetar a tu pareja como alguien descuidado, egocéntrico, tacaño o narcisista dificulta el cambio.
Esto es particularmente relevante en el matrimonio. Etiquetar a tu pareja como alguien descuidado, egocéntrico, tacaño o narcisista dificulta el cambio. La persona se convierte en la etiqueta. Su conducta se vuelve como sus huellas digitales, sin esperanza de cambio.
Cuando enfrentamos una conducta desagradable, es mejor identificar la conducta sin etiquetarla. Cuando mantienes una comunicación sincera y abierta, le permites a tu pareja entender cómo te afectan ciertas conductas. Entender eso le permite a tu pareja considerar un cambio lento y gradual y buscar la orientación necesaria. Etiquetar a alguien como tacaño, egoísta o despreciable lo encierra en la conducta.
Imagina, por ejemplo, que tú y tu cónyuge esperan una emocionante salida juntos. Quizás es una noche de cita planificada o una boda familiar. Tú estás listo a tiempo, pero tu pareja se atrasa.
Estás frustrado y sientes que a tu cónyuge ni siquiera le interesa. Si en verdad le importara, no se retrasaría…
Esos sentimientos y conclusiones son entendibles y pueden ser procesados en una conversación abierta, quizás mediada por una tercera persona. Pero si conviertes el evento en un festival de etiquetas, facilitar el cambio va a ser difícil. Estar atorado con la etiqueta de “insensible, siempre atrasado, egocéntrico” no genera mucho entusiasmo para movilizarse al cambio. Esto es especialmente cierto cuando los rótulos vienen de alguien a quien realmente admiramos, en quien confiamos y queremos.
Las personas no son códigos QR, esa etiqueta cuadrada en blanco y negro que está conectada a ilimitada cantidad de información digital que describe la identidad y calidad de una cosa. Los códigos “Quick Response” (respuesta rápida) son excelentes para objetos y mercadería. Pero etiquetar a las personas dificulta su capacidad para crecer. Limita la posibilidad de recibir una respuesta rápida o cualquier respuesta. La forma de reparar las relaciones es una comunicación sana y reconocer que todos son capaces de cambiar.
Por lo tanto, Horowitz, regresa a la clase. Estoy seguro que este año será muy bueno.
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