Las políticas de la envidia

23/05/2023

6 min de lectura

Nasó (Números 4:21-7:89 )

En la Torá, pocas cosas son más revolucionarias que su concepción del liderazgo.

Las sociedades antiguas eran jerárquicas. Las masas eran pobres y propensas al hambre y las enfermedades. Por lo general, analfabetas. La masa era explotada por los gobernantes como un medio para obtener riqueza y poder, en vez de tratarlas como personas con derechos individuales, un concepto que sólo nació en el siglo XVII. A veces formaban un corvée, una vasta mano de obra reclutada muchas veces para construir edificios monumentales destinados a glorificar a los reyes. Otras veces, eran arrastrados al ejército para promover los designios imperiales del gobernante de turno.

Los gobernantes a menudo tenían poder absoluto sobre la vida y la muerte de sus subordinados. Los reyes y los faraones no sólo eran los jefes de estado sino también la máxima autoridad religiosa. El poder no tenía nada que ver con el consentimiento de los gobernados. Se consideraba que era algo inscripto en la tela misma del universo. Así como el sol gobierna en el cielo y el león reina en el reino animal, así también los reyes gobernaban sobre sus súbditos. Así eran las cosas en la naturaleza y la naturaleza misma era sacrosanta.

La Torá es una polémica constante contra esta forma de ver las cosas. No sólo los reyes, sino todos, sin importar su color, cultura, clase o credo, fuimos creado a imagen y semejanza de Dios. En la Torá, Dios convoca a Su pueblo especial, Israel, para que den los primeros pasos hacia lo que eventualmente puede llegar a convertirse en una sociedad realmente equitativa. O para decirlo de forma más precisa, una sociedad en la cual la dignidad, el kavod, no depende del poder, de la riqueza ni de un accidente de nacimiento.

De aquí surge el concepto que exploraremos con mayor profundidad en la parashat Kóraj, del liderazgo como un servicio. El mayor título asignado a Moshé en la Torá es el de "eved Hashem", "un siervo de Dios" (Deuteronomio 34:5). Su máximo elogio es que era "muy humilde, más que ninguna otra persona sobre la faz de la tierra" (Números 12:3). Ser líder es servir. La grandeza es la humildad. Como dice el libro de los Proverbios: "La soberbia del hombre lo abate, pero el de espíritu humilde obtendrá honores" (Proverbios 29:23).

La Torá nos señala la dirección de un mundo ideal, pero no asume que ya hemos llegado a él ni que estemos cerca. Las personas que guio Moshé, como muchos de nosotros hoy, todavía tenían ambiciones, aspiraciones, vanidades y autoindulgencias. Seguían teniendo el deseo humano de recibir honor y estatus. Y Moshé tuvo que reconocer esa realidad. Esa sería una gran fuente de conflicto en los meses y los años que tenían por delante. Este es uno de los temas principales en el libro de Bamidbar.

¿De quién tenían envidia los israelitas? La mayoría no aspiraba a ser Moshé. A fin de cuentas, él era el hombre que hablaba con Dios y a quien Dios le hablaba. Él hizo milagros, llevó las plagas a los egipcios, partió el Mar Rojo y le dio al pueblo agua de una roca y el maná del cielo. Pocos habrían tenido la arrogancia de creer que podían hacer cualquiera de estas cosas.

Pero tenían motivos para sentir resentimiento del hecho de que el liderazgo religioso pareciera estar confinado a una sola tribu, Levi, y a una familia dentro de esa tribu, los cohanim, los descendientes de Aharón. Ahora que iban a consagrar el Tabernáculo y el pueblo estaba a punto de comenzar la segunda mitad de su viaje, desde el Sinaí hacia la Tierra Prometida, había un riesgo real de envidia y animosidad.

Esto fue algo constante a lo largo de la historia. Shakespeare dijo que deseamos "el don de este hombre y el alcance de ese hombre". Esquilo dijo: "Está en el carácter de muy pocos hombres honrar sin envidiar a un amigo que ha prosperado".(1) Goethe advirtió que a pesar de que "el odio es activo, y la envidia es aversión pasiva, hay sólo un paso entre la envidia y el odio". Los judíos deberíamos entender esto con nuestros huesos. A menudo fuimos envidiados y con demasiada frecuencia esa envidia se convirtió en odio, con consecuencias trágicas.

Los líderes deben tener consciencia de los peligros de la envidia, especialmente entre las personas a quienes lideran. Este es uno de los temas unificadores en la larga y aparentemente desconectada parashá Nasó. Allí vemos a Moshé confrontar tres posibles fuentes de envidia. La primera estaba dentro de la tribu de Levi. Sus miembros tenían razones para resentir el hecho de que el sacerdocio recayera sólo sobre un hombre y sus descendientes: Aharón, el hermano de Moshé.

La segunda fuente de envidia tiene que ver con aquellos que no eran de la tribu de Levi ni de la familia de Aharón, pero que sentían que tenían derecho a ser santos y tener una relación especial e intensa con Dios, tal como tenían los sacerdotes. La tercera fuente tenía que ver con los líderes de las otras tribus que podían sentirse excluidos del servicio en el Tabernáculo. Vemos que Moshé se relaciona de forma secuencial con todos estos peligros potenciales.

Primero le dio a cada familia de los levitas un papel especial llevando los recipientes, los muebles y la estructura del Tabernáculo cada vez que el pueblo viajaba de un lugar a otro. Los objetos más sagrados debían ser llevados por el clan de Kehat. Los guershonitas debían llevar las telas, los cobertores y las cortinas. Los meraritas llevaban los tablones, las barras, los postes y los zócalos que componían el armazón del Tabernáculo. En otras palabras, cada clan tenía un papel y un lugar especial en la procesión solemne cuando llevaban la Casa de Dios por el desierto.

A continuación, Moshé se enfocó en aquellas personas que aspiraban a un nivel más elevado de santidad. Al parecer esta es la lógica subyacente al nazareno, la persona que hace una promesa de dedicarse a Dios (Números 6:2): Esta persona no podía beber vino ni ningún otro producto de la uva, no podía cortarse el cabello y no se contaminaba entrando en contacto con los muertos. Aparentemente, convertirse en nazareno era una forma de asumir temporalmente esa separación de santidad asociada con el sacerdocio; adquirir un grado adicional voluntario de santidad.(2)

Finalmente, Moshé respondió al tema del liderazgo de las tribus. El muy repetitivo capítulo 7 de nuestra parashá detalla las ofrendas de cada una de las tribus para la dedicación del altar. Sus ofrendas fueron idénticas y la Torá hubiera podido resumir el relato describiendo las ofrendas que llevó una tribu y declarando que cada una de las tribus llevó lo mismo. Sin embargo, la repetición misma tiene el efecto de enfatizar que cada tribu tuvo su momento de gloria. Al dar su ofrenda a la Casa de Dios, cada uno tuvo su parte de honor.

Estos episodios no constituyen la totalidad de la parashá Nasó, pero son suficiente para señalar un principio que todo líder y todo grupo debe tomar en serio. Incluso cuando en teoría las personas aceptan que todos tienen la misma dignidad, e incluso cuando ven al liderazgo como un servicio, a las viejas pasiones disfuncionales les cuesta morir. Las personas siguen teniendo resentimiento ante el éxito de los demás. Siguen sintiendo que otros reciben honor cuando ellos deberían haberlo recibido. Rabí Elazar HaKapar dijo: "La envidia, la lujuria y la búsqueda de honor sacan a la persona del mundo".(3)

El hecho de que se trate de emociones destructivas no impide que algunas personas (quizás la mayoría) las sintamos de vez en cuando, y nada pone en riesgo la armonía del grupo más que esto. Esta es una de las razones por las que el líder debe ser humilde. La gente no debería sentir ninguna de estas cosas. Pero un líder también debe ser consciente de que no todo el mundo es humilde. Todo Moshé tiene un Kóraj, todo Julio César tiene un Casio, todo Duncan tiene un Macbeth, todo Otelo un Yago. En muchos grupos hay un potencial alborotador impulsado por una herida a su autoestima. Estos suelen ser los enemigos más mortíferos de un líder y pueden causar gran daño al grupo.

No hay forma de eliminar por completo el peligro, pero Moshé en la parashá de esta semana nos dice cómo comportarnos. Honrar a todos por igual. Prestar atención a los grupos que potencialmente pueden llegar a verse afectados. Hacer que cada uno se sienta valorado. Dejar que todos tengan su momento de ser el centro de atención, aunque sólo sea de una forma ceremonial. Establecer un ejemplo claro de humildad. Dejar claro que el liderazgo es un servicio, no una forma de estatus. Encontrar formas en que aquellos que tengan una pasión particular puedan expresarla, y asegurar que todos tengan una oportunidad para contribuir.

No existe una forma segura de evitar las políticas de la envidia, pero hay formas de minimizarla. Nuestra parashá es una lección práctica respecto a cómo hacerlo.

Shabat Shalom


NOTAS

  1. Esquilo, Agamenón I, 832
  2. Ver Maimónides, Hiljot Shemitá veYovel 13:13
  3. Mishnat Avot 4:21
Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.