Las pruebas de Abraham

6 min de lectura

Lej Lejá (Génesis 12-17 )

En la porción de la Torá de esta semana, comienza la historia del pueblo judío. Hasta ahora, en las parashiot de Génesis y Nóaj, aprendimos sobre la creación del mundo y el desarrollo de la humanidad. Ahora nos encontramos con la primera pareja judía: nuestros abuelos Abraham y Sará.

La Torá detalla ampliamente los matices de sus vidas porque, como está escrito, "maasé avot simán lebanim - lo que les ocurrió a nuestros patriarcas es un presagio para sus hijos”. Por lo tanto, al estudiar sobre las vidas de nuestros patriarcas y matriarcas podemos entender mejor el significado de nuestras propias vidas.

Nuestro patriarca Abraham fue sometido a diez pruebas que pasó con gran distinción. Todos los desafíos y dificultades de las generaciones futuras tienen su raíz en esas pruebas. Si a través de nuestra larga y dolorosa historia, continuamos fieles a Dios y nunca perdimos de vista nuestra misión, es porque Abraham creó los rasgos personales que nos permitieron lograrlo.

La primera prueba que enfrentó Abraham se encuentra en el primer versículo de la parashá: "Lej lejá", ve para ti mismo (1). Esto significa: "Aléjate de las costumbres inmorales del mundo, aprovecha tus recursos internos y descubre tu misión, el propósito sublime de tu vida. Si es necesario, sé la única voz en contra del mundo, pero permanece firme en tu compromiso con la Torá… ¡No cedas!"

Si el pueblo judío tuvo el coraje de ser esa voz solitaria a través de los siglos y vivimos de acuerdo con nuestros ideales proclamados en el Sinaí, es porque Abraham, nuestro patriarca, nos pavimentó el camino. Todo lo que debemos hacer es seguir sus pasos.

Encontrar nuestra fortaleza interior

Los comentaristas enseñan que cuando Abraham fue puesto a prueba, no recibió ayuda Divina, sino que tuvo que buscar la fortaleza en su interior. Esto parece algo paradójico. ¿Acaso Dios no nos ayuda a cumplir cada mitzvá? ¿No está siempre guiándonos?

En verdad, para que una prueba cumpla su objetivo, Dios debe evitar ayudarnos, de la misma forma en que un padre o un maestro deben evitar dar las respuestas y de esta manera alientan a sus hijos o estudiantes a investigar y estudiar. Por lo tanto, Dios le negó ayuda a Abraham para que él descubriera los tesoros ocultos en su interior y creara esas cualidades personales inmortales que les permitirían a sus descendientes sobrevivir para siempre.

Gracias a que Abraham superó esa primera prueba y salió de su país, de su lugar de nacimiento y de la casa de su padre, también nosotros fuimos capaces de adaptarnos en las nuevas tierras a las que el destino nos llevó a lo largo de los siglos. Debido a que Abraham fue capaz de conservar su fe a pesar de la hambruna y la dura prueba del secuestro de Sará, nosotros fuimos capaces de conservar la fe en tiempos de absoluta oscuridad, cuando todo parecía perdido. Debido a que Abraham fue capaz de responder al llamado de Dios y ofrecer en el altar a su hijo Itzjak, los padres judíos pudieron superar las pruebas de los Hitler de cada generación. De esta forma, cada prueba que Abraham superó se volvió parte de nuestra genética espiritual. Por eso no tenemos que perder las esperanzas al enfrentar las diversas pruebas y dificultades de la vida, porque contamos con las herramientas necesarias para enfrentarlas. Nuestro patriarca Abraham nos preparó muy bien. Sólo debemos rezarle a Dios para que nos brinde Su ayuda, juntar fuerza y acudir a nuestras reservas internas para poder superar la prueba y triunfar.

Ser bendecido o ser una bendición

Después de bendecir a Abraham, Dios le dijo: "Heié brajá – serás una fuente de bendición” (2). Esas palabras implican un nivel de bendición superior al simple "serás bendecido".

La mayoría de las personas busca bendiciones para sí mismas y, si se les diera la posibilidad de elegir, preferirían ser bendecidos antes que ser una fuente de bendición. Es decir, preferirían recibir en lugar de dar, ser servidos en lugar de servir. Pero la Torá nos enseña exactamente lo contrario: alcanzaremos un nivel superior de satisfacción si aspiramos a ser una bendición para los demás. Nuestro zeide, HaRav HaGaón Abraham Haleví Jungreis, ztz´l, solía decir en ídish: "zolst eemer kenen gueibon, un kein mol nisht darfen beiten - que Dios siempre te permita estar en posición de dar y nunca necesites pedir (ayuda financiera)". Si tenemos esto en mente, no sentiremos una carga cuando se nos pida ayuda y nos convertiremos en una bendición para nuestras familias, nuestra comunidad y nuestro pueblo. Si lo logramos, haremos una diferencia en el mundo y realmente seremos bendecidos.

La orden de Dios o nuestro deseo

Sorprendentemente, la Torá nos presenta a Abraham de una forma muy humilde, diciéndonos simplemente que Dios le ordenó salir de su tierra. (3)

En contraste, en la parashá anterior Nóaj, el padre de la humanidad, es presentado como "recto y perfecto (de corazón)". Esto es muy sorprendente, sobre todo si consideramos las maravillosas y milagrosas historias que conocemos de los primeros años de Abraham, como cuando salió sin un rasguño del horno ardiente al que Nimrod lo había arrojado. ¿Por qué la Torá no relata esas historias? La respuesta a esta pregunta define la esencia de nuestro judaísmo.

¿Quién es más grandioso? ¿Quién hace una acción recta porque Dios se lo ordenó o quien la hace porque eso es lo que desea su corazón? A primera vista podríamos pensar que la segunda persona es superior. Sin embargo, nuestros Sabios nos enseñan que quien actúa motivada por un mandamiento de Dios está en un nivel superior, porque somete su voluntad a la del Creador. Más aún, cuando las acciones de la persona se basan en sus deseos, siempre está sujeta a un cambio de opinión, porque quizás hoy encuentre placentero hacer cierta cosa, pero es posible que mañana lo aborrezca. Su acto no tiene permanencia.

En cambio, cuando alguien está motivado por la orden de Dios, su compromiso permanecerá constante más allá de su situación de vida, de los desafíos que se le presenten, de su situación económica o de su salud. Lo que ocurrió durante los primeros años de Abraham fue resultado de sus propios pensamientos y sentimientos, no de la orden de Dios. Por lo tanto, al delinear su carácter, la Torá no hace referencia a ello. Nuestra parashá presenta a Abraham con las palabras más simples pero también más conmovedoras: "lej lejá, vete para ti mismo". El primer judío recibió la orden de observar su interior, de atreverse a ser diferente, de desafiar al mundo y vivir de acuerdo con la palabra de Dios.

Al igual que Abraham, nosotros cumplimos las mitzvot porque Dios las ordenó, y cada generación se fortalece sabiendo que tenemos la capacidad para hacerlo porque Abraham nos allanó el camino. Pero hay una pregunta que sigue sin responder. En los primeros versículos de la parashá, Dios le promete a Abraham: "Te convertiré en una gran nación y prosperarás".(4) La pregunta obvia es: Si Dios promete que el Patriarca se beneficiará, ¿por qué se considera que obedecerle es cumplir con Su voluntad?

Aprendemos que incluso cuando Dios le prometió grandes bendiciones por el cumplimiento de los mandamientos, Abraham actuó exclusivamente por amor a Dios y nunca se interesó en un beneficio personal. Como está escrito: "Entonces Abram hizo como Dios le había hablado…"(5) Este es el elemento clave en el servicio a Dios: la capacidad de superar las necesidades y los deseos personales y someterse a Su voluntad. Este rasgo de nuestro patriarca Abraham se integró a nuestra psiquis. Sin importar adónde la vida nos llevó como pueblo, tanto al sufrir el yugo de la esclavitud y la opresión o al vivir en libertad y tener que luchar contra la asimilación, siempre nos aferramos a nuestra Torá y a las mitzvot. Esa fe y esa capacidad para sublimar nuestra voluntad ante la de nuestro Creador fue lo que nos permitió sobrevivir durante siglos y continuar siendo judíos en contra de todas las probabilidades.

Algo amargo o algo mejor

Puedes preguntar por qué Dios le impuso a Abraham pruebas difíciles y dolorosas. Seguramente Dios conocía sus elevadas virtudes espirituales. La respuesta puede encontrarse en la misma palabra prueba. En hebreo, prueba se dice nisaión, que literalmente significa ser elevado”. En verdad, cada prueba que Dios pone en nuestro camino es un desafío a partir del cual podemos elevarnos.

Abraham entendió que las dificultades que enfrentó habían sido orquestadas por Dios para su desarrollo espiritual. Por eso aceptó sus pruebas con serenidad y ecuanimidad y nunca se quejó. Él transformó los problemas de la vida en oportunidades, y de cada prueba emergió más fuerte y grandioso, hasta que se convirtió en el gigante espiritual que estaba destinado a ser.

Nuestro amado padre, Rav Meshulam Haleví Jungreis, ztz´l, decía que la diferencia entre una persona amargada y quejosa y una persona mejor sólo depende de la actitud. Una pequeña diferencia de actitud puede cambiar todo. La forma en que reaccionamos ante los desafíos nos hará personas más amargadas y quejosas o mejores personas. Este mensaje es particularmente importante en la actualidad, cuando nos asedian tantas cosas desconocidas, tantos temores. Convirtamos nuestra ansiedad en desafíos para crecer. Seamos mejores, no amargados. Esta enseñanza debería guiarnos en todos los aspectos de nuestra vida. Tanto si el desafío es grande como pequeño, la imagen de nuestro patriarca Abraham debería recordarnos que tenemos que aprovechar la oportunidad para convertir lo que es amargo en una oportunidad de crecimiento.

Si lo deseamos

Dios le dijo a Abraham: "Vete… de tu tierra, de tus parientes y de la casa de tu padre a la tierra que te mostraré".(6) Abraham parte y llega a la tierra de Canaán, como está escrito: "Abram tomó a su esposa… y partieron para ir a la tierra de Canaán, y llegaron a la tierra de Canaán".(7) De las palabras partieron y llegaron podemos aprender una lección que puede ayudarnos durante toda la vida. Si demostramos que tenemos la voluntad de cumplir la voluntad de Dios, no hay nada que pueda interponerse en nuestro camino y con seguridad lograremos nuestro objetivo.


NOTAS

1. Génesis 12:1.
2. Ibíd. 12:2.
3. Ibíd. 12:1.
4. Ibíd. 12:2.
5. Ibíd. 12:4.
6. Ibíd. 12:1.
7. Ibíd. 12:5.

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