Matrimonio
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Miré su hermoso rostro, sostuve su pequeña mano y pensé: no tengo la menor idea de lo que estoy haciendo.
La tarde en la que recibí mi diploma universitario, miré al cielo despejado y me sentí preparada para conquistar el mundo. Toda puerta parecía estar abierta para mí. Había aprendido a vencer la corriente en química orgánica. Había aprendido a permanecer despierta noche tras noche absorbiendo el conocimiento de cientos de páginas. Había aprendido a escribir largas monografías en tiempo récord. Había aprendido tanto, pero sabía tan poco.
Porque si bien mi educación pavimentó el camino para el magister y mi primer trabajo, me dejó bastante ignorante respecto a la vida misma. La mañana en que sostuve a mi primera hija en mis brazos, miré hacia afuera por la ventana del hospital, hacia el cielo despejado, y me sentí absolutamente abrumada. Nada podría haberme preparado para la desquiciada responsabilidad de tener una recién nacida que dependía completamente de mí. Miré su hermoso y angelical rostro con sus inmensos ojos azules que parecían devolverme la mirada con el mismo asombro que tenía la mía. Sostuve su pequeñísima mano y pensé: no tengo la menor idea de lo que estoy haciendo.
Había aprendido a lograr cosas, pero no a nutrir. Había aprendido a ser rápida, pero no a estar calmada. Había aprendido a hablar, pero no a escuchar. Sabía cómo ser eficiente, pero no cómo ser paciente. Sabía cómo cumplir con los plazos, pero no cómo ser interrumpida. Había aprendido a ser el centro de la atención, pero no a ser atenta.
Mi vida, hasta ese momento, no tenía lugar para errores. No tenía tiempo para conexión. No tenía espacio para ser. Hubiese querido que alguien me hubiera dicho antes de convertirme en madre que ningún curso, consejo ni sabiduría me habría podido preparar para ese momento. Ese momento en el que mi corazón de repente ya no estuvo escondido en el interior, sino que estuvo incrustado dentro de aquel vulnerable y pequeño ser que estaba en mis brazos. Un ser que saldría al mundo llevando a mi corazón consigo. Hubiese querido que alguien me hubiera dicho lo aterrador que sería.
Y hubiera deseado que alguien me dijera que nada me podría preparar para el cansancio de esos primeros meses. Que pasar la noche despierta trabajando no es lo mismo que alimentar y calmar a un bebé recién nacido cada dos horas. Y que nada se asemeja a esa paz y cercanía que sentiría sosteniendo a mi bebé en medio de la noche.
Hubiese querido que alguien me dijera que si bien nunca había sido aprensiva en el pasado, me convertiría en una persona sumamente aprensiva. Me preocuparía por esa primera tos, por si estaba comiendo lo suficiente, durmiendo lo suficiente, no durmiendo lo suficiente, creciendo demasiado lento, creciendo demasiado rápido. Y la preocupación cambiaria a medida que ella creciera, pero nunca me abandonaría.
Me gustaría que alguien me hubiera dicho que necesitaría paciencia infinita, no sólo para mis niños, sino para los miles de detalles que implica cuidarlos. Y me gustaría que alguien me hubiera dicho que sostener a un niño es como sostener a un mundo entero. Que escuchar a un niño es darle un diamante para su alma.
Y me gustaría que alguien me hubiera dicho que en esos primeros años el tiempo aparentemente pasaría con gran lentitud, pero que en realidad se esfumaría de mis manos. Que no iba a ser capaz de recuperar esa primera sonrisa, esa primera palabra, ese primer paso. Que un día me arrepentiría de los momentos en que estuve distraída, en que fui impaciente, en que no estuve cien por ciento presente en la vida de mi hija. Que me sorprendería la forma en que mi hija se convertiría en su propia persona, con una vida repentinamente separada de la mía. Y cómo eso me haría profundamente feliz y dolorosamente triste al mismo tiempo.
Antes de ser madre había aprendido tanto, pero sabía tan poco. No sabía que sostener a un niño es como tener a todo el mundo acurrucado en tus brazos. No sabía que sólo puedes cruzar una puerta por vez. No sabía que el día en que me convertí en madre comenzaría a construir. Comenzaría a amar. Comenzaría a aprender de verdad.
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