Los desafíos de vivir una vida judía con trastornos alimentarios y una imagen corporal negativa

01/12/2022

4 min de lectura

Mi trastorno alimentario es el elefante blanco en la habitación en mi matrimonio y una presencia constante en mi vida.

Observo el delicioso despliegue de pasteles, elegantemente servidos en la mesa de Shabat. Galletas con chispas de chocolate, pastel de miel, pastel de zanahoria. Quiero todo. No una porción razonable, sino las dos docenas de galletas y cada una de las porciones de ambos pasteles. Estos deseos abruman mis pensamientos mientras juego con los restos de ensalada y verduras que me quedan en el plato.

Le doy un codazo a mi esposo y miro hacia los postres. Él ya sabe qué tiene que hacer. Probarlos a todos, comérselos casi por completo y dejarme sólo unos bocados.

La cena termina y me esfuerzo para justificar por qué fue correcto comer la segunda rodaja de jalá. Honestamente no lo creo, pero intento razonar que al fin de cuentas es Shabat, y que en este día sagrado no sólo está bien, sino que está aprobado. Luego intento concentrarme en estar agradecida por la abundancia que Dios nos dio. ¿Agradecida? ¿Cómo puedo estar agradecida por algo que me causa tanto dolor?

Mi trastorno alimentario nació de la sensación de falta de control.

Ya hace por lo menos seis años que lucho con un trastorno alimentario. Es una forma de anorexia. Como, pero luego lo compenso haciendo ejercicio excesivo para quemar las calorías. En un primer momento, empecé eliminando la harina blanca y en vez de caminar, comencé a correr. Eventualmente escaló a cinco horas de ejercicio al día y una dieta muy limitada de carbohidratos.

Los años de esta clase de abuso de mi cuerpo y de restringir mi ingesta de calorías, eventualmente llevó a que intervinieran mis padres, terapia y medicamentos. Fue a través de este proceso que comprendí –y sigo haciéndolo– que estas conductas surgieron de la sensación de falta de control. No podía controlar si perdía un cliente en el trabajo, si una amiga cancelaba sus planes conmigo o si de repente en la carretera había más tráfico de lo que indicaba Waze. Pero sin duda podía controlar cuántas clases de HIIT (entrenamiento de intervalos de alta intensidad) tomaba en el gimnasio cada día, cuántas cucharadas de aceite de oliva me “permitía” usar para cocinar o cuantas bayas le ponía a mi yogurt.

Fantasear con comida y comer compulsivamente

A pesar de la conducta restrictiva, yo fantaseaba constantemente con comida. Mi página de Instagram estaba llena de videos de cocina, pastelería y decoración de alimentos. En mis kilómetros de caminatas, entraba a supermercados para comerme con los ojos pasteles, galletas, incluso una lata de glaseado. En los restaurantes me fijaba en los platillos que deseaba con desesperación antes de pedir el plato con menos calorías del menú.

Esta tortura autoinfligida eventualmente llevó a otro trastorno: comer compulsivamente. Un trastorno alimentario es algo de lo que a nadie le gusta hablar ni quiere admitir sufrir. Es el elefante blanco en la habitación de mi matrimonio y una presencia constante en mi vida. Pero ahora, al vivir con el estilo de vida centrado en la comida de la comunidad observante, es prácticamente imposible encontrar consuelo en cualquier cena de Iom Tov o Shabat.

La cultura judía no sólo está rodeada de comida, sino que está obsesionada con ella.

Rápidamente aprendí que la cultura judía no sólo está rodeada de comida, sino que está obsesionada con ella. Las leyes de kashrut implican que siempre tengo que observar las etiquetas de nutrición, en las cuales mis ojos se enfocan en la cantidad de calorías. Saber qué bendición decir antes y después de comer implica que debo decir una bendición que me recuerda que acabo de ingerir otra porción de carbohidratos. Si quiero honrar el Shabat o una festividad judía de la forma ideal, debo comer pan. Todo esto sólo en lo que respecta a poner comida en mi boca. Ni hablar sobre kasherizar los platos y sacar todo el jametz (productos leudados) antes de Pésaj.

La única herramienta que puedo usar para combatir un día de comer en exceso es una visita al gimnasio. En Shabat y las festividades, cuando el ejercicio va en contra del espíritu del día, me quedo sentada en mi departamento mirando mi bicicleta fija mientras mi esposo está en la sinagoga. Los días de descanso, para mí son una tortura.

Los desafíos del Shabat

Que no se malentienda. Hay muchas cosas del Shabat que me encantan. Me encanta encender las velas. Me encanta el refugio de la frenética semana y los incesantes mensajes de texto de mi jefe. Atesoro el tiempo de calidad y tranquilidad con mi esposo y mis amigas. Y me encanta que un día (si Dios quiere) tendré una familia que experimentará una porción fija de tiempo sin aparatos electrónicos. Hay muchas cosas de este estilo de vida que han enriquecido mi vida. Me conecto profundamente con las canciones, con el rezo, y me encanta escuchar a mi esposo esclarecer ideas de la Torá. Me encanta formularle preguntas difíciles y verlo esforzarse por encontrar una respuesta. (Por lo general encuentra una buena respuesta, incluso si yo no estoy de acuerdo con él). Él fue sincero conmigo sobre algunas de sus más íntimas dificultades y cómo su camino a la observancia lo ayudó mucho a progresar.

A veces me siento fuerte, pero otras veces me siento un fraude.

Aunque eso es inspirador, sus dificultades no se veían desencadenadas cada cena de viernes o en cada comida festiva. Para mí, es una enorme dificultad que tengo que sufrir en silencio. Puedo compartir mi dificultad con mis amigas más cercanas, pero no quiero disminuir su alegría y la forma en que a ellas les gusta celebrar. Y por cierto no quiero bombardear con mis dificultades a las nuevas familias que están ansiosas por invitarnos, y que esa sea la primera impresión.

Un camino de sanación

Estoy tratando de usar el judaísmo para ayudarme a sanar de la forma en que ha ayudado a mi esposo. Estoy tratando de ser una persona más conectada y consciente de las bendiciones, permitiéndome estar agradecida por la comida que acabo de comer. Intento (aunque por lo general no lo logro), limitar mis indulgencias en Shabat y las festividades. Trato de pedirle a Dios una solución para todo esto.

A veces me siento fuerte, pero otras veces me siento un fracaso. Cada Shabat, veo a las mujeres que me rodean en la sinagoga, tan intensamente concentradas y conectadas que algunas llegan a tener lágrimas en los ojos, y me pregunto si alguna vez llegaré a eso. Estoy segura de que todas tienen sus dificultades, pero no logro imaginar que las de ellas las acosen 24/7, como mis demonios me acosan a mí.

Estoy segura de que Dios me dio este desafío por una razón y durante mis momentos de tranquila reflexión puedo contemplar cómo esto es bueno para mí. Sé que ciertos requisitos pueden evitarse con el consejo de un Rabino acreditado. Pero cuando son las 10:30 de la noche y mi esposo me da la mano para caminar de regreso a casa, sólo deseo poder estar presente con él en vez de pensar en cada porción de kuguel y tarta de limón que me hubiera gustado dejar en la bandeja.

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