Los judíos y el vino

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El vino ocupa un rol central en el Judaísmo.

Cuando llega Purim, muchos se preguntan lo siguiente: ¿cómo puede ser que el pueblo judío, que se ha destacado a lo largo de la historia por ser el pilar moral de la humanidad y por darle un lugar central a la sensatez y la mesura, le dedique una festividad enteramente a la bebida? Sin embargo, una mirada un poco más profunda tal vez pueda ayudarnos a comprender lo que verdaderamente ocurre cuando celebramos esta fiesta.

Lo primero que hay que aclarar es que, mal que les pese a muchos, Purim no es una celebración de la borrachera. Y lo segundo, que está intrínsecamente relacionado con el primer punto, es que no da lo mismo “consumir bebidas alcohólicas” que “beber vino”.

Empecemos por el segundo punto para luego desarrollar el primero.

El vino ocupa un rol central en el judaísmo. Por un lado, la Torá advierte en distintos lugares acerca de los peligros de su consumo en exceso. A tal punto que los dos “padres de la humanidad” tropezaron con el fruto de la vid.

Primero, Adam HaRishón. Porque, según una opinión del Talmud, el fruto del árbol prohibido en el Jardín del Edén era la vid (y no la manzana, como a muchos nos enseñaron en la escuela). Segundo, luego de la destrucción del planeta por medio del Diluvio, nos enteramos de que lo primero que Nóaj hizo al bajar de su famosa arca fue plantar una vid, que luego sería la razón del pecado con sus hijos.

Pero por otra parte, el vino está presente en todos los rituales fundamentales de la vida judía: hacemos las bendiciones de los casamientos sobre una copa de vino y lo mismo en el Brit Milá, es el protagonista del kidush de Shabat y las festividades, y se lleva todas las miradas en las cuatro copas de Pésaj.

Además, según la ley judía, es la bebida más importante de todas, a tal punto que tiene una bendición exclusiva. (Para ilustrarlo: antes de consumir una gaseosa, un jugo, un vodka o un whisky, se hace la misma bendición, “Shehakol”, pero si alguien quiere beber vino, debe decir “Boré pri hagafen”).

¿Cómo pueden coexistir estos dos aspectos?

Si bien no soy fanático de las gematriot (el análisis de la profundidad de una palabra según su valor numérico en el alfabeto hebreo), hay una conexión que nuestros Sabios han destacado y que es necesaria para comprender lo que queremos ilustrar.

En hebreo, 'vino' se dice yain. Su valor numérico es 70. Es sabido que el 70 es un número de peso para el judaísmo pero, además, es el mismo valor numérico que la palabra sod, que podría traducirse como 'lo oculto'. En base a esto, nuestros Sabios han dicho que cuando ingresa el vino en una persona, uno puede conocer lo que verdaderamente esa persona tiene dentro de sí. O dicho de otro modo, conocemos lo que realmente tenemos dentro nuestro a través del vino.

Vayamos a la conexión con Purim. A lo largo de todo el relato histórico, se suceden los “banquetes con vino”. Los judíos cayeron en la trampa del Rey Ajashverosh durante un banquete con vino (del que Mordejái no participó). El ascenso de Ester al reinado fue posible gracias a que la monarca anterior, Vashti, fue condenada a muerte durante un banquete. La caída del malvado Hamán se concretizó durante un banquete… El vino es el hilo conductor del descenso, el resurgimiento y la final victoria del pueblo judío en la historia de Purim. Pero esto no es todo, ya nuestros Sabios han destacado que durante el relato no aparece ni una sola vez la palabra “Dios”. Todo el tiempo Su presencia está tácita, pero no es explícita. Siguiendo nuestro mensaje, Dios está “oculto” en la Meguilá.

El judaísmo plantea una vida con los pies sobre la tierra, en donde la moralidad, la sensatez y la mesura son valores básicos para cumplir con la voluntad Divina. Pero también nos pide que no olvidemos que cada persona tiene una conexión directa con lo Divino, con aquello que subyace a nuestra vida en esta tierra. Hay un elemento que nos sirve para recordar que, en los momentos importantes, no debemos olvidar la conexión profunda que a veces está oculta a la vista: el vino. Por eso forma parte de nuestros rituales, que son mucho más que acciones materiales. Y, si bien a lo largo del año tenemos prohibido emborracharnos, hay un día en el que celebramos aquello que estuvo oculto. Como dijimos, en la Meguilá no aparece la palabra “Dios”. Podríamos haber creído que se trató de una victoria militar, o de una serie de coincidencias. Pero, como judíos, comprendemos que detrás de las acciones hubo una mano Divina que manejó la situación.

En Purim nuestra tarea es revelar aquello que está oculto a la vista. Es la festividad en la que, como pueblo, decidimos reconocer que la victoria estuvo comandada “desde arriba”. No hace falta que lo escriban en la Meguilá. Dios estuvo oculto, pero nosotros, así como supimos verlo entonces, sabemos verlo ahora. Y no hay mejor modo de celebrar esto que con una buena copa de vino.

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