Mi reencuentro con Uzi

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Hace mucho tiempo atrás yo cambié su vida y él cambió la mía. Ahora, 35 años después, Facebook volvió a unirnos.

Me advirtieron: nunca pongas un pie en Shjuná Hatikva. El llamado “Barrio de la esperanza” no tiene nada que ver con su nombre.

Era famoso como el barrio más peligroso de Tel Aviv y el hogar de los jefes criminales de Israel. Pero a los 20 años pensé que entendía mejor las cosas. Era parte de un grupo de voluntarios que llegó en julio de 1982, en la Primera Guerra del Líbano, y estábamos decididos a brindarles a los niños menos privilegiados una maravillosa experiencia de verano, organizando campamentos y llevándolos en paseos que nunca habían realizado.

Otra parte de nuestro trabajo era enseñarles inglés a los niños. Muchos de los niños venían de hogares difíciles y necesitaban todo el apoyo que fuera necesario.

Uzi Mishán era un niño bien adaptado de 10 años del barrio vecino, Iad Eliahu, y sus abuelos vivían en Shjunat HatIkvá, al otro lado de la calle en la que yo estaba. Eran griegos, sobrevivientes del holocausto, y como muchos otros habitantes del barrio, no estaban especialmente conectados con las tradiciones judías. Eran muy buena gente y nos hicimos amigos. Ellos siempre se esforzaban por comprar golosinas con buenas certificaciones de kashrut para que yo pudiera sentirme parte de su hogar. Uzi y yo nos acercamos, él estuvo en mi cabaña durante el campamento de verano y era muy maduro para su edad. Era un líder y atleta innato, y los otros niños de forma natural se veían atraídos hacia él. Si Uzi aprobaba un paseo o una actividad, lo mismo hacían todos los demás. Era un maravilloso deportista y nunca se enojaba en la cancha de fútbol.

Pero todo se dificultaba cuando se trataba del inglés. La primera vez que traté de enseñarle a Uzi, estábamos en el salón de la casa de sus abuelos. Era un día muy caluroso. El ventilador de techo movía el aire caliente de la habitación haciendo que se sintiera todavía más calor.

—Por favor, Uzi, lee la primera línea —le dije en hebreo.

Uzi se retorció en su silla y me leyó el abecedario. No estaba interesado en eso. Yo tampoco.

—¿Estás aburrido? —le pregunté.

—Sí.

No me sorprendió.

—Uzi, dime la verdad. ¿Qué otra cosa preferirías estudiar conmigo?

—¡Torá! —respondió Uzi ante mi sorpresa.

Él y su familia eran completamente laicos.

—¿Qué contacto tienes con la Torá? —le pregunté.

—Cada noche, cuando me voy a dormir me llevo el Tanaj (la Biblia) que mi padre recibió en el ejército y leo las historias bajo las mantas, con una linterna. Puedes hacerme preguntas.

—Muy bien. ¿Cuáles eran las 12 tribus?

Él me respondió.

—¿Quién era Avner ben Ner?

—El principal general del Rey Shaúl.

BUM.

—¿Ioav ben Tzeruiá?

—El principal general del Rey David.

BAM.

—¡Uzi! ¡No puedo creer todo lo que sabes! ¡Trato hecho! ¡De ahora en adelante vamos a estudiar Torá!

Él estaba tan emocionado como yo. Abandoné mi tarea como maestro de inglés y comencé a enseñarle a Uzi historias del Talmud. Con sus habilidades de líder, rápidamente reunió a otros niños del barrio para que oyeran mis historias y al finalizar el verano había regularmente entre 15 y 20 niños sentados debajo de un árbol escuchándome.

Debido a Uzi, decidí enseñar Torá durante el resto de mi vida

Basado en esas experiencias, decidí que durante el resto de mi vida sería un maestro de Torá.

Al final de ese verano nos separamos y más que un par de llamados y dos breves visitas cuando él tenía 14 y 16 años, prácticamente perdimos el contacto durante los siguientes 35 años. Pero yo nunca olvidé la personalidad inspiradora de Uzi, incluso cuando era muy pequeño.

De hecho, lo mencioné el Iom Kipur pasado cuando dicté un taller para principiantes en el Centro Etz Jaim en Baltimore. Estábamos discutiendo sobre la pureza del alma judía y cómo de forma natural ella gravita hacia Dios. Pensé que Uzi era un buen ejemplo y le conté a mi audiencia sobre él.

—¿Qué fue de él? —preguntó alguien.

—Realmente no lo sé —respondí.

—¿De veras?

Me sentí un poco avergonzado. ¿Cómo dejé que alguien tan especial desapareciera de mi vida?

—Bueno, una vez traté de encontrar su teléfono, pero hay demasiados Mishán en la guía telefónica, y no tenía ganas de llamarlos a todos…

Cuando lo dije, pareció sumamente inadecuado.

Entonces se me ocurrió algo: ¿por qué no tratar de encontrarlo por Facebook?

Apenas terminé el ayuno, fui a Facebook y escribí en hebreo Uzi Mishán. Aparecieron varios nombres. Observé las fotografías y uno parecía que podía ser quien estaba buscando. ¿Pero quién podía estar seguro? ¡Yo lo conocí cuando tenía 10 años y ahora tenía 45!

Rápidamente le envié un mensaje privado: “¿Eres tú el Uzi Mishán que estaba en el Barrio Hatikva en 1982?”, le escribí en hebreo y lo firmé: Shlomo Horwitz de Baltimore.

Y entonces me fui a dormir. O intenté hacerlo. Estaba tan emocionado que me despertaba todo el tiempo. Esperé hasta las 7 de la mañana, me fui a la cocina a revisar mi teléfono y encontré el siguiente mensaje:
“¡Shlomo! ¡Ze aní! ¡Soy yo!”

Una cálida reunión

Hace tres meses viajamos con mi esposa a Israel a visitar a la familia, y parte de esa familia eran Uzi, su esposa Cely y sus hijos, Rom, Ravid y Raz, que viven en Beer Iaakov, en el centro de Israel. El día que me reuní con él fue uno de los más felices de mi vida.

Uzi y el autor, reunidos después de 35 años

En nuestra masiva puesta al día, me enteré que después de hacer el ejército Uzi se había convertido en un luchador profesional en Israel. Está en muy buen estado físico y dirige una exitosa empresa como planificador de eventos.

Ahora Uzi sabe que yo me dediqué a la educación judía desde que lo conocí, por su causa. Me dijo que nunca dejó de asistir a clases de Torá desde que estudiamos juntos en 1982 y que estudió con diversos rabinos de Tel Aviv y Beer Iaakov.

Uzi también me contó algo sumamente personal y me pidió que lo compartiera con ustedes.

Cuando tenía 29 años, le diagnosticaron una enfermedad genética neurológica llamada CMT (Charcot-Marie-Tooth), que es incurable. Aunque muchas personas tienen síntomas suaves o moderados, en el caso de Uzi eran tan severos que le costaba caminar y moverse. Le dolían las piernas y los hombros y tenía problemas con las plantas de los pies y las rodillas. Sus músculos comenzaron a atrofiarse y a empequeñecerse, y le costaba levantar cosas. Las manos le temblaban por el esfuerzo de sostener una taza de café. El médico le dijo que comenzara a delegar responsabilidades porque en poco tiempo sería incapaz de seguir adelante con su trabajo.

Estaba desesperado y fue a ver a su Rabino en Tel Aviv, Rav Iejiel. De inmediato, Rav Iejiel llevó a Uzi a visitar al gran Rav Ovadia Iosef, quien había sido Gran Rabino de Israel, para que le diera su bendición. El venerable rabino colocó su mano sobre la cabeza de Uzi y dijo unas pocas palabras de plegaria en voz baja. Uzi se quebró y comenzó a llorar. Sintió que le recorría el cuerpo una sensación extraña.

Uzi en su visita al Rav Ovadia Iosef

Poco tiempo después de la visita a Rav Ovadia, todos sus síntomas desaparecieron. Cuando regresó al médico, este no pudo creer que frente a él estaba la misma persona a quien le había informado que quedaría incapacitada. El médico le efectuó nuevos estudios de electromiograma (EMG) para detectar condiciones neuromusculares anormales, y determinó que si bien la enfermedad continuaba presente todos los síntomas que la acompañaban habían desaparecido.

Desde entonces Uzi recuperó su estado físico y es capaz de levantar pesas de 170 kilos, algo insólito para un paciente con CMT. Hace un año le efectuaron otro EMG que demostró que la enfermedad sigue presente. Pero él sigue maravillosamente fuerte y sin ningún síntoma. Él y su familia le agradecen a Dios por este milagro. Yo también.

Con enorme alegría, Uzi y yo comenzamos a estudiar Torá juntos nuevamente.

Al fin de cuentas, ¿qué es una interrupción de 35 años entre dos hermanos?

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