No avergonzar a otra persona en público

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Para este grupo de chicos de quinto grado, la torta no podría haber tenido un mejor sabor.

Relatando los acontecimientos del día durante la cena, mi esposo, quien es profesor en la escuela judía local, me contó sobre como en el último día del año escolar, él y sus chicos de quinto grado habían tenido una fiesta de fin de año para celebrar todo lo que habían aprendido durante el año escolar. El evento progresó bien, primero con el discurso del director, luego con un entretenido juego lleno de acción, y finalmente con una pequeña cena acompañada de alegres cantos.

Mientras los niños ordenaban las mesas para la comida, decidieron designar una de ellas para poner las deliciosas golosinas que algunas de las madres habían enviado. Uno de los alumnos de la clase, que era tímido y muy sensible, había llevado una torta particularmente hermosa. Su madre aparentemente había invertido mucho tiempo y dedicación en prepararla, demostrando con esto la alegría que le producían todos los logros que había alcanzado su hijo. El niño estaba visiblemente orgulloso, y colocó cautelosamente sobre la mesa la elaborada torta que había hecho su madre.

Todavía en su caja, la torta cayó al suelo, aplastándose y quedando completamente arruinada.

Pero luego, en esta estrecha sala que estaba llena de exuberantes niños, ocurrió lo inevitable. Alguien debe haber empujado sin mirar hacia donde iba e inadvertidamente botó la torta de la mesa. Todavía en su caja, la torta cayó al suelo, aplastándose y quedando completamente arruinada.

Mi marido vio al niño luchando por mantener su compostura. El pequeño puso una cara valiente, y con esa larga y forzada sonrisa de alguien que intenta no llorar se dirigió a su escritorio sin decirle una palabra al compañero que había arruinado su torta. Pero después de 10 minutos de luchar con esa sonrisa, su fachada se derrumbó; el niño perdió su compostura y comenzó a sollozar. Mi esposo puso su mano alrededor del hombro de su estudiante y lo acompañó fuera de la sala.

“Toma” dijo mi esposo, mientras miraba directo a los ojos del niño y le pasaba un billete de $20 dólares. “Toma este dinero y anda a la tienda más cercana a comprar la torta que tú quieras para toda la clase”.

“Pero...” agregó, mientras el niño tomaba el billete, “...quiero una cosa a cambio”.

“Yo te vi mientras tu compañero empujaba tu hermosa torta al piso, y lo que observé me sorprendió. Vi como te retrajiste y no le dijiste ninguna palabra. Vi como valientemente trataste de sonreír y sobrepasar tus emociones. Entonces, a cambio de estos $20 dólares, me gustaría obtener el merito de la mitzvá que hiciste al no avergonzar a otra persona en público”.

El niño miró fijo a su profesor mientras registraba sus palabras. Lentamente una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios, y gentilmente negó con su cabeza, como diciendo, “No, si tú sientes que este mérito es tan valioso, entonces no voy a renunciar a él tan rápido”.

El niño le devolvió el dinero a mi marido y los dos volvieron juntos a la clase ya más tranquilos.

Pero la historia no termina acá. Mi marido luego se dirigió a la clase y preguntó, “¿Qué es lo que estamos celebrando exactamente hoy aquí? ¿Por qué algunas de sus madres gastaron de su precioso tiempo, preparándonos tortas para esta ocasión? ¿Es solamente para que nosotros comamos comida rica? ¡No!, es porque estas delicias representan algo. Son un símbolo de nuestra alegría al completar otro año de estudio de Torá. Ellas son un símbolo del orgullo de sus padres por los logros que han alcanzado. Eso es lo que representan estas tortas”.

“Esta es una torta muy especial”.

“Y he aquí”, dijo él, apuntando a la desarmada y aplastada torta, tristemente escondida en su caja, “tenemos una torta que simboliza eso y mucho más. Esta es una torta que simboliza tanto el amor por el estudio, como la habilidad de un niño de sobrepasar sus emociones. Es el símbolo de un niño que fue capaz de luchar en contra de su rabia y de contenerla. Esta es una torta verdaderamente especial”.

La clase quedó en silencio mientras todos miraban al sonrojado niño. Y luego, cada uno de ellos se abalanzó sobre la desarmada y aplastada torta y tomó un pedazo de ella.

Y no quedó ni una sola migaja.

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