¿No es ingenuo ‘juzgar para bien’?

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Juzga a los otros con la misma vara que te juzgas a ti.

Todos se equivocan. Los padres, los maestros, los abogados y los doctores, todos los seres humanos se equivocan en algún momento de sus vidas. Y, en ocasiones, esos errores duelen mucho. Piensa en la vez que tu maestro te calificó injustamente, cuando fuiste demasiado duro criticando a tu hijo o cuando sentiste que tu amigo te decepcionó sin razón. Los errores duelen, pero son parte de la vida.

La Torá nos enseña que deberíamos darles a las personas el beneficio de la duda y juzgarlas para bien. Como dice la Torá: “Con rectitud juzgarás a tu prójimo” (Levítico 19:15). Por ejemplo, digamos que quedaste con tu mejor amiga en encontrarse para tomar un café (algo que ansías, porque no han pasado un buen momento juntas por un tiempo). En el último minuto, tu amiga llama para cancelar debido a una “emergencia”. Veinte minutos después la ves de compras con otra amiga.

Tu reacción natural es de decepción, quizás enojo. ¿Cómo pudo mentirme así y dejarme plantada para ir de compras? Sin embargo, la Torá nos instruye a reinterpretar la situación y juzgar para bien. Debes asumir que hubo alguna especie de emergencia genuina, como por ejemplo que la otra amiga necesitaba atención y cariño con desesperación y que tu amiga la llevó de compras para ayudarla.

¿Cuál es la lógica detrás de este mandamiento? ¿Acaso la Torá nos ordena recurrir al pensamiento ilusorio y a la ingenuidad? ¿Y si mi amiga realmente no quería pasar tiempo conmigo?

Un rabino francés del siglo XIII llamado Rav Isaac Yosef de Corbeil explicó que juzgar para bien es un tema de atribución. Estudios de sicología social muestran que cuando se trata de mis éxitos, tiendo a atribuirme el éxito a mí mismo, mientras que cuando se trata de mis errores tiendo a atribuirlos a factores circunstanciales. Esa es nuestra inclinación natural. Sin embargo, cuando se trata de otras personas, el efecto es inverso: atribuyo los errores de los demás a ellos mismos y sus éxitos a factores circunstanciales.

Atribuimos los errores de los demás a ellos mismos y sus éxitos a factores circunstanciales.

‘Yo’ soy mis éxitos y mis fracasos son producto de algo externo o alguien más. Pero los errores de los demás son ‘ellos mismos’ y sus éxitos se deben a un factor externo.

Es aquí donde entra en juego el ‘juzgar para bien’. No significa inventar ingenuamente un mundo imaginario e imposible en el que todos tienen la razón y son inocentes, sino considerar que los errores de los demás pueden estar más allá de su control y que sus éxitos pueden ser realmente mérito de ellos.

Cuando elijo pensar que mi amiga fue de compras por una emergencia real, elijo pensar que mi amiga es alguien que normalmente no me defraudaría. Hacerlo no es ingenuo, porque la misma suposición positiva podría ser atribuida a mí misma. Toma la misma inclinación natural positiva que tienes para juzgarte ti y utilízala consistentemente con los demás. Te ves a ti misma positivamente, ¡ve a los demás bajo la misma luz!

Como padre soy muy rápido para defender a mis hijos cuando escucho algo malo sobre su comportamiento en la escuela, mientras que soy muy rápido para culpar a otros niños. Puesto que él es ‘mi’ hijo, en mi mente él no puede hacer nada mal. Le atribuyo la misma inclinación positiva con la que me veo a mí misma a mi hijo, sus éxitos son propios y sus errores externos, porque mi hijo es parte de mí. Juzgar para bien se extiende más allá de mi propio círculo para incluir a otros.

Llevo a mi hijo a nadar todas las semanas. Hace unas semanas otro niño nos vio tirando una pelota en la pileta y comenzó a disparar toda clase de insultos y a comportarse obscenamente. Luego preguntó si podía jugar también. Estaba furioso por el descaro de este niño con un adulto y quería mandarlo a su casa, cuando mi hijo me preguntó: “Papi, ¿sabes quién es ese niño…?”. Luego murmuró el nombre del niño y mi reacción cambió de inmediato. Conocía a la familia de este niño del vecindario; su padre había sido asesinado en un ataque terrorista unos meses atrás. Ya no vi al niño como la personificación del descaro y estuve agradecido de que este niño pudiera salir y divertirse nadando y disfrutando la vida de alguna manera. Ahora estaba ‘en mi círculo’, sujeto a mi inclinación de juzgar para bien, y ciertamente, le arrojé la pelota. 

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