No temer de la grandeza

30/04/2023

6 min de lectura

Emor (Levítico 21-24 )

En la parashat de esta semana encontramos dos de los mandamientos más fundamentales del judaísmo, mandamientos que tienen que ver con la naturaleza misma de la identidad judía.

"No profanarán Mi santo Nombre y Yo seré santificado entre los hijos de Israel. Yo soy Hashem, que los santifica a ustedes y los sacó de la tierra de Egipto para ser Dios para ustedes. Yo soy Hashem" (Levítico 22:32)

Los dos mandamientos son respectivamente la prohibición de profanar el Nombre de Dios, Jilul Hashem, y el corolario positivo, Kidush Hashem, que nos ordena santificar el Nombre de Dios. ¿Pero en qué sentido podemos santificar o profanar el Nombre de Dios?

Primero tenemos que entender el concepto de "nombre" aplicado a Dios. Un nombre es cómo somos conocidos por los demás. El "nombre" de Dios es por lo tanto Su imagen en el mundo. ¿La gente lo reconoce, lo respeta, lo honra?

Los mandamientos de Kidush Hashem y Jilul Hashem ubican esa responsabilidad en la conducta y el destino del pueblo judío. A esto se refirió Isaías al decir: "Ustedes son Mis testigos, dijo Dios, de que Yo soy Dios" (Isaías 43:10).

El Dios de Israel es el Dios de toda la humanidad. Él creó el universo y la vida misma. Él nos hizo a todos, judíos y no judíos, a Su imagen. Él se preocupa por nosotros: "Su misericordia se extiende sobre todas Sus obras" (Salmos 145:9). Sin embargo, el Dios de Israel es radicalmente diferente de los dioses en quienes creían los antiguos, y la realidad en la cual creen hoy en día los científicos ateos. Él no es idéntico a la naturaleza. Él creó la naturaleza. Él no es idéntico al universo físico. Él trasciende al universo. No somos capaces de delinearlo o cuantificarlo científicamente, a través de la observación, la medida y el cálculo, porque Él no es esa clase de cosas. Entonces, ¿cómo podemos conocerlo?

El argumento radical de la Torá es que Él es conocido, no exclusiva pero principalmente, a través de la historia judía y la forma en que viven los judíos. Como dijo Moshé al final de su vida:

Inquiere ahora acerca de los días primeros que hubieron antes de ti, desde el día que Dios creó al hombre sobre la tierra, y desde un confín de los cielos hasta el otro confín. ¿Acaso ha habido una cosa grandiosa como esta o acaso se ha escuchado algo semejante? ¿Acaso ha escuchado un pueblo la voz de Dios hablando en medio del fuego como tú escuchaste y viviste? ¿Acaso algún dios trató de tomar para sí una nación de dentro de otra nación, con pruebas, señales y maravillas, con batalla y mano poderosa, con brazo extendido e inmensos y terribles actos, como todo lo que Hashem, su Dios hizo por ustedes en Egipto ante sus ojos? (Deuteronomio 4:32-34)

Hace treinta y tres siglos, Moshé ya sabía que la historia judía era y seguiría siendo única. Ninguna otra nación había sobrevivido tales tribulaciones. La revelación de Dios a Israel fue única. Ninguna otra religión se construyó sobre una revelación directa de Dios ante todo un pueblo, tal como ocurrió en el Monte Sinaí. Por lo tanto, Dios, el Dios de la revelación y de la redención, es conocido en el mundo a través del pueblo de Israel. Nosotros mismos somos el testimonio de algo que va más allá de nosotros. Somos los embajadores de Dios en el mundo.

En consecuencia, debemos comportarnos de forma tal que despierte admiración hacia el judaísmo como una fe y como una forma de vida, eso es un Kidush Hashem, y una santificación del nombre de Dios. Cuando hacemos lo opuesto, cuando traicionamos esa fe y esa forma de vida, provocamos que la gente desprecie al Dios de Israel. Eso es Jilul Hashem, profanar el Nombre de Dios. A esto se refirió Amos al decir:

Pisotean las cabezas de los pobres como el polvo de la tierra, y niegan la justicia a los oprimidos… profanan así Mi Santo Nombre. (Amos 2:7)

Cuando los judíos se comportan de forma incorrecta, no ética, injusta, crean un Jilul Hashem. Provocan que otros digan: No puedo respetar una religión, o un Dios, que inspira a la gente a comportarse de esa manera. Lo mismo se aplica a escala internacional. El Profeta que nunca se cansó de señalar esto fue Ezequiel, el hombre que salió al exilio de Babilonia después de la destrucción del Primer Templo. Esto es lo que él oyó de Dios:

Yo los esparcí entre las naciones y fueron dispersados por los países. Los juzgué conforme a sus conductas y sus acciones. Y cuando llegaron a las naciones adonde fueron, profanaron Mi santo Nombre, de manera que decían: "Este es el pueblo de Hashem, y que tuvo que dejar su riqueza". (Ezequiel 36:19)

Cuando los judíos son derrotados y enviados al exilio, no es sólo una tragedia para ellos. Es una tragedia para Dios. Él se siente como se siente un padre al ver a su hijo caer en desgracia y ser enviado a prisión. Un padre a menudo siente vergüenza y, todavía peor que eso, un fracaso inexplicable. "¿Cómo puede ser que a pesar de todo lo que hice por él, no pude salvara mi hijo de sí mismo?". Cuando los judíos son fieles a su misión, cuando viven , guían e inspiran como judíos, entonces el Nombre de Dios es exaltado. A eso se refirió Isaías cuando dijo, en nombre de Dios: "Tú eres Mi siervo, Israel, en quien soy glorificado" (Isaías 49:3).

Esta es la lógica del Kidush Hashem y del Jilul Hashem. El destino del "nombre" de Dios depende de nosotros y de nuestro comportamiento. Ninguna nación tuvo nunca una responsabilidad mayor o más decisiva. Y esto significa que cada uno tiene una porción en esta tarea.

Cuando un judío, en especial un judío religioso, se comporta de forma indebida (actúa de forma no ética en los negocios, es culpable de abuso sexual, dice expresiones racistas, o actúa con desprecio hacia otros), eso refleja de forma negativa a todos los judíos y al judaísmo mismo. Y cuando un judío, en especial un judío religioso, actúa bien (desarrolla una reputación por ser honrado en los negocios, se preocupa por las víctimas de abuso, o muestra su generosidad de espíritu), eso no sólo se refleja bien sobre los judíos, sino que incrementa el respeto que la gente tiene por la religión en general y, en consecuencia, por Dios.

En el pasaje de su código legal, al hablar sobre Kidush Hashem, Maimónides agrega:

Si una persona ha sido escrupulosa en su conducta, gentil en su conversación, agradable hacia las criaturas, afable en sus maneras al recibir, no replica incluso cuando es agraviado, sino que muestra cortesía a todos, incluso a aquellos que la tratan con desdén, conduce sus negocios comerciales con integridad… y hace más de lo que debe en todas las cosas, evitando los extremos y las exageraciones, esa persona ha santificado a Dios.(1)

Rav Norman Lamm cuenta la divertida historia de Mendel el camarero. Cuando llegó a un crucero la noticia del audaz rescate israelí en Entebbe en 1976, los pasajeros quisieron rendir de alguna manera homenaje a Israel y al pueblo judío. Comenzaron a buscar si había judíos a bordo del barco y sólo encontraron a un judío, Mendel, el camarero. Así fue que en una ceremonia solemne, el capitán del crucero en nombre de todos los pasajeros del crucero felicitó a Mendel, quien de repente se vio elegido como el embajador del pueblo judío. Nos guste o no, todos somos embajadores del pueblo judío, y la forma en que vivimos, cómo nos comportamos y cómo tratamos a los demás nos refleja no sólo a nosotros como individuos sino también a todos los judíos, y por lo tanto al judaísmo y al Dios de Israel.

"No temas de la grandeza. Algunos nacen grandes, algunos logran la grandeza y a algunos la grandeza les es impuesta", escribió Shakespeare en "Noche de Reyes". A lo largo de la historia, a los judíos les impusieron la grandeza. Como escribió Milton Himmelfarb: "El número de judíos en el mundo es más pequeño que un pequeño error estadístico en el censo chino. Sin embargo, seguimos siendo más grandes que nuestros números. Grandes cosas parecen pasarnos a nosotros y a nuestro alrededor".(2)

Dios confió en nosotros lo suficiente como para convertirnos en Sus embajadores en un mundo descreído y a menudo brutal. La opción es nuestra. ¿Viviremos nuestras vidas para ser un Kidush Hashem o, que Dios no lo permita, lo contrario? Haber hecho algo, aunque sea un acto en toda la vida, para hacer que alguien se sienta agradecido de que hay un Dios en el cielo que inspira a las personas a hacer el bien en la tierra, es quizás el mayor logro al que cualquiera puede aspirar.

Shakespeare definió correctamente el desafío: "No temas de la grandeza". Un gran líder tiene la responsabilidad de ser un embajador y de inspirar a las personas para que también se conviertan en embajadores.

Shabat Shalom.


NOTAS

  1. Maimónides, Hiljot Iesodei HaTorá, 5:11
  2. Milton Himmelfarn, "Jews and Gentiles", Encounter Books, 2007, 141.
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