"Nosotros, el pueblo"

10/05/2023

7 min de lectura

Behar (Levítico 25:1-26:2 )

En la última parashá del Libro de Levítico, en medio de una de las más abrasadoras maldiciones jamás pronunciadas a una nación a modo de advertencia, los Sabios encuentran una mota de oro puro.

Moshé describe una nación que huye de sus enemigos:

El sonido de una hoja que cruje los hará huir como se huye ante la espada y caerán, pero sin que nadie los persiga. Tropezará cada hombre con su compañero como ante la espada, aunque no haya nadie que los persiga. No tendrán poder para enfrentarse a sus enemigos. (Levítico 26:36-37)

No parece haber nada positivo en este escenario de pesadilla. Pero los Sabios dicen: "Tropezará cada hombre con su compañero", debes leerlo como "tropezará cada hombre por su compañero". Esto nos enseña que todos los israelitas son mutuamente responsables los unos por los otros.(1)

Este es un pasaje muy extraño. ¿Por qué ubicar justo aquí este principio? Sin duda toda la Torá da testimonio de este principio. Cuando Moshé habló sobre la recompensa por cumplir el pacto, lo hizo de forma colectiva. Habrá lluvia en la estación adecuada; tendrán buenas cosechas, etc. El principio de que los judíos tienen entre sí una responsabilidad colectiva, que su suerte y su destino está entrelazado, es algo que se puede encontrar en las bendiciones de la Torá. ¿Por qué buscarlo entre las maldiciones?

La respuesta es que no hay nada singular del judaísmo en la idea de que todos estamos mutuamente relacionados en la suerte de los demás. Eso es verdad para los ciudadanos de cualquier nación Si la economía florece, la mayoría de las personas se benefician. Si hay ley y orden, si las personas son amables con los demás y se ayudan los unos a los otros, entonces hay una sensación general de bienestar. A la inversa, cuando hay recesión muchas personas sufren. Si un barrio se ve afectado por el crimen, las personas temen caminar por las calles. Somos animales sociales, y nuestros horizontes de posibilidades se ven conformados por la sociedad y la cultura en la cual vivimos.

Todo esto se aplica a los israelitas mientras eran una nación en su propia tierra. Pero, ¿qué ocurre cuando son derrotados, exiliados y eventualmente dispersos por toda la tierra? Ya no cuentan con ninguno de los lineamientos convencionales de una nación. No viven en el mismo lugar. No comparten el mismo lenguaje de la vida cotidiana. Mientras que Rashi y su familia vivían en el norte cristiano de Europa y hablaban en francés, Maimónides vivía en Egipto musulmán, hablando y escribiendo en árabe.

Los judíos tampoco compartían el mismo destino. Cuando aquellos que vivían en el norte de Europa sufrieron persecuciones y masacres durante las Cruzadas, los judíos de España disfrutaban de su Edad de Oro. Cuando los judíos de España fueron expulsados y obligados a vagar por el mundo como refugiados, los judíos de Polonia disfrutaron de un raro momento de tolerancia. ¿En qué sentido eran responsables los unos por los otros? ¿Qué los constituía como una nación? ¿Cómo podían entonar el cántico de Dios en una tierra extraña, como dice el autor del Salmo 137?

En la Torá hay sólo dos textos que hablan sobre esta situación: las dos secciones de maldiciones, una en nuestra parashá y la otra en Deuteronomio, en la parashá Ki Tavó. Sólo allí se habla sobre un tiempo cuando Israel está exiliado y disperso, como Moshé dijo más tarde, "en las más lejanas tierras bajo los cielos" (Deuteronomio 30:4). Pero hay tres grandes diferencias entre las dos maldiciones. El pasaje en Levítico está en plural, el de Deuteronomio en singular. Las maldiciones de Levítico son las palabras de Dios; en Deuteronomio son las palabras de Moshé. Las maldiciones en Deuteronomio no terminan con esperanza sino que concluyen con una visión de desolación inalterada:

Se venderán a sus enemigos como esclavos y esclavas, pero no habrá comprador (Deuteronomio 26:68)

Pero en Levítico, terminan con una esperanza trascendental:

Pero también, a pesar de esto, mientras estén en la tierra de sus enemigos, Yo no los habré despreciado ni los habré rechazado para exterminarlos a fin de anular Mi pacto con ellos, porque Yo soy Hashem, su Dios. Recordaré para ellos el pacto con los ancestros a los que saqué de la tierra de Egipto ante los ojos de las naciones, para ser Dios para ellos; Yo soy Hashem. (Levítico 26:44-45)

De acuerdo con Levítico, el pueblo judío nunca será destruido, ni siquiera en sus peores momentos. Dios no los rechazará. El pacto seguirá teniendo fuerzas y siendo operativo. Esto significa que los judíos siempre estarán unidos entre ellos por los mismos lazos de responsabilidad mutua que tenían en la tierra, porque el pacto fue lo que los formó como una nación y los unía mutuamente tal como los unía a Dios. Por lo tanto, incluso al caer uno sobre el otro al huir de sus enemigos, seguirán estando unidos por una responsabilidad mutua. Seguirán siendo una nación con un destino compartido.

Esta es una idea rara y especial, una cualidad distintiva de las políticas del pacto. El pacto se convirtió en un elemento fundamental en las políticas del Occidente después de la reforma. Es lo que dio forma al discurso político en Suiza, Holanda, Escocia e Inglaterra en el siglo XVII, cuando la invención de la imprenta y la difusión de la alfabetización llevaron a que la gente se familiarizara por primera vez con la Biblia hebrea (lo que llamaron el "Antiguo Testamento"). Allí aprendieron que deben resistirse a los tiranos, que las órdenes inmorales no deben obedecerse, y que los reyes no gobiernan por derecho divino sino sólo por el consenso de los gobernados.

Las mismas convicciones mantuvieron los peregrinos que se embarcaron hacia Norteamérica, pero con una diferencia: que no desaparecieron con el tiempo, como ocurrió en Europa. El resultado es que en la actualidad Estados Unidos es el único país cuyo discurso político sigue enmarcado por la idea del pacto.

Dos textos que son ejemplo de esto son el discurso inaugural de Lyndon Baines Johnson en 1965 y el discurso inaugural de la segunda presidencia de Barak Obama en el 2013. Ambos usan el dispositivo bíblico de la repetición significativa (siempre un número impar, tres, cinco o siete). Johnson invoca la idea del pacto cinco veces, Obama comienza cinco veces los párrafos con una frase clave de la política del pacto, palabras nunca utilizadas por los políticos británicos: "Nosotros, el pueblo".

En las sociedades del pacto, el pueblo como un todo es responsable ante Dios por el destino de la nación. Como dijo Johnson: "Nuestro destino como nación y nuestro futuro como pueblo no depende de un ciudadano sino de todos los ciudadanos".(2) En las palabras de Obama: "Ustedes y yo, como ciudadanos, tenemos el poder de establecer el rumbo de este país".(3) Esa es la esencia del pacto: estamos todos juntos en esto. No hay división entre gobernantes y gobernados. Somos conjuntamente responsables los unos de los otros, bajo la soberanía de Dios.

Esta no es una responsabilidad abierta. En el judaísmo no hay nada como la idea tendenciosa y en definitiva sin sentido expuesta por Jean Paul Sartre en "El ser y la nada", de la "responsabilidad absoluta": "La consecuencia esencial de nuestras observaciones previas es que el hombre, condenado a ser libre, lleva el peso de todo el mundo sobre sus hombros, es responsable del mundo y de sí mismo como una forma de ser".(4)

En el judaísmo sólo somos responsables por aquello que hubiéramos podido prevenir y no lo hicimos. Así lo define el Talmud:

Quien puede prohibir a su familia [que cometa un pecado] pero no lo hace, será apresado por [los pecados de] su familia. [Si pueden prohibir] a sus conciudadanos [pero no lo hacen] serán apresados por [los pecados] de sus conciudadanos. [Si pueden prohibir] a todo el mundo [pero no lo hacen] serán apresados por [los pecados] de todo el mundo (Shabat 54b)

Esta sigue siendo una idea poderosa y poco habitual. Lo que la hace única en el judaísmo es que se aplica a un pueblo disperso por el mundo, unido sólo por los términos del pacto que nuestros ancestros hicieron con Dios en el Monte Sinaí. Pero como he dicho a menudo, esto continúa impulsando el discurso político norteamericano hasta la actualidad. Nos dice que todos somos ciudadanos iguales en la república de la fe y que no podemos delegar al responsabilidad a gobiernos o presidentes, sino que esta nos pertenece de forma inalienable. Somos los guardianes de nuestros hermanos y hermanas.

A esto me refiero cuando digo que todos somos convocados a ser líderes. Podemos protestar: si todos son líderes, entonces nadie lo es. Si todos lideran, ¿quién los va a seguir? El concepto que resuelve esta contradicción es el pacto.

El liderazgo es la aceptación de la responsabilidad. Por lo tanto, si todos somos mutuamente responsables por el otro, todos somos convocados a ser líderes, cada uno dentro de su esfera de influencia, ya sea dentro de la familia, la comunidad, la organización o un gran grupo.

A veces esto puede marcar una enorme diferencia. A finales del verano de 1999, estuve en Pristina haciendo un programa de televisión de la BBC sobre las consecuencias de la campaña de Kosovo. Entrevisté al General Sir Michael Jackson, entonces director de las fuerzas de la OTAN. Ante mi sorpresa, él me agradeció por lo que había hecho "mi pueblo". La comunidad judía se había hecho cargo de las 23 escuelas primarias de la ciudad. Él dijo que era la contribución más valiosa en beneficio de la ciudad. Cuando 800.000 personas se convierten en refugiados y luego regresan a su hogar, la señal más tranquilizadora de que la vida ha vuelto a la normalidad es que las escuelas abran a tiempo. El General Jackson declaró que eso se lo debían al pueblo judío.

Ese mismo día, más tarde, me encontré con el director de la comunidad judía y le pregunté cuántos judíos vivían en ese momento en Pristina. ¿Su respuesta? Once. La historia que luego descubrí es esta: En los primeros días del conflicto, Israel junto con otras agencias de ayuda internacional, había enviado equipos médicos para trabajar con los refugiados de albanos de Kosovo. Ellos notaron que mientras otras agencias se concentraban en los adultos, nadie estaba trabajando con los niños.

Traumatizados por el conflicto y lejos de sus hogares, los niños estaban perdidos, sin ningún sistema de apoyo para ayudarlos.

El equipo llamó por teléfono a Israel y pidió jóvenes voluntarios. Cada movimiento juvenil de Israel, desde el más secular hasta el más religioso, de inmediato formó equipos de voluntarios con líderes juveniles y los enviaron a Kosovo por períodos de dos semanas. Ellos trabajaron con los niños organizando campamentos de verano, competencias deportivas, eventos de música y drama y cualquier otra cosa que se les ocurrió para hacer que su exilio temporario fuera menos traumático. Los albanos de Kosovo eran musulmanes, y para muchos de los jóvenes voluntarios israelíes fue su primer contacto y su primera amistad con niños de otra fe.

El efecto ganó los elogios de UNICEF, la organización para niños de las Naciones Unidas. En vista de esto, se le pidió "al pueblo judío" (Israel, el "Joint" con base en los Estados Unidos y otras agencias judías) que supervisaran el retorno a la normalidad del sistema escolar en Pristina.

El episodio me mostró la fuerza que tiene el jésed, los actos de bondad, cuando se extiende más allá de las fronteras de la fe. También mostró la diferencia práctica que tiene la responsabilidad colectiva en el alcance de la acción judía. Los judíos del mundo son pocos, pero los hilos invisibles de responsabilidad mutua implican que incluso la comunidad judía más pequeña puede acudir a buscar ayuda de los judíos de todo el mundo, y pueden lograr cosas que serían excepcionales para una nación mucho más grande. Cuando el pueblo judío une sus manos en responsabilidad colectiva, se convierte en una fuerza formidable para el bien.

Shabat Shalom


NOTAS

  1. Sifra ad loc. Sanedrín 27b, Shavuot 39ª
  2. Lyndon B. Johnson, Discurso inaugural (Capitol de los Estados Unidos, 20 de enero 1965)
  3. Barak Obama, Segundo discurso inaugural (Capitol de los Estados Unidos, 21 de enero 2013)
  4. Jean Paul Sartre, El ser y la nada. Traducción al inglés de Hazel Barnes, Nueva York, Washington Square Press, 1966, pág. 707
Haz clic aquí para comentar sobre este artículo
guest
0 Comments
Comentarios en línea
Ver todos los comentarios
EXPLORA
ESTUDIA
MÁS
Explora
Estudia
Más
Contacto
Lenguajes
Menu
Donar
Únete a nuestro newsletter
Redes sociales
.