Nosotros somos los padres y estamos a cargo

4 min de lectura

Cómo reaccionar ante tus hijos y dirigir tu hogar de manera proactiva.

Ser padres puede ser frustrante. Un millón de veces le dices tu hijo que levante su ropa sucia del suelo y los calcetines de ayer siguen decorando el piso. Les dices a los niños que dejen de pelear y siguen gritando y pataleando. Los llevas a pasear al zoológico y se quejan de que quieren ir al parque de agua.

A veces sentimos que sin importar lo que hagamos por nuestros hijos, lo único que ellos desean es irritarnos y exasperarnos.

Y es muy posible que a veces, inconscientemente, su meta sea provocarnos esas emociones. Ellos quieren enojarnos, irritarnos y hacernos sentir culpables. Por suerte, una vez que entendemos lo que está pasando, podemos detener las actividades que provocan esas emociones.

La psicología actual identificó como una necesidad humana básica el sentido de pertenencia” – la necesidad de pertenecer a una unidad mayor. En el pasado, antes del advenimiento de toda la palabrería psicológica, esto simplemente significaba que el niño de forma inherente deseaba encajar con sus padres, con su familia y con su comunidad.

En ese entonces, esto implicaba que el niño seguiría, más o menos, a sus padres. Si ellos eran granjeros, entonces él cuidaba la granja. Si ellos eran pastores de ovejas, el pastoreaba. Si ellos eran pescadores, él pescaba. La necesidad humana de pertenencia estaba satisfecha cuando él se adecuaba a las expectativas de su familia. Era muy simple: sus padres establecían las pautas, él las seguía y pertenecía.

Sin embargo, en la sociedad occidental, los roles de los padres e hijos se han revertidos. Los niños ocupan el centro del escenario y los padres se ajustan a ellos. El cálculo hoy en día es así: el niño establece las pautas, él lleva a sus padres detrás de él, y él pertenece.

Una vez que tomamos conciencia de esta dinámica, podemos revertirla y regresar a nuestro lugar como la cabeza de la familia. Queremos asegurarnos que somos los padres y que estamos a cargo, para que nuestros inexpertos hijos de dos años y los adolescentes dominados por las hormonas no sean quienes dirigen nuestro hogar.

El siguiente ejemplo explica la dinámica padre-hijo en términos simples:

Un niño de cuatro años juega frente a su casa. La madre lo llama para cenar y prepararse para ir a la cama. El niño quiere seguir jugando, así que sale corriendo por la calle.

¿Qué hace la madre?

Ella puede correr detrás del niño para atraparlo o llamarlo repetidamente. En otras palabras, el niño puede arrastrar a su madre a perseguirlo por la calle.

O la madre puede decir una vez con voz segura: “Voy a entrar a servir la cena y voy a cerrar la puerta para la noche”.

Con esta opción, la madre crea una dinámica en la cual ella está a cargo y lleva a su hijo detrás de ella. Si ella es suficientemente sabia como para escoger esta segunda opción, en unos pocos minutos el niño estará en la casa cenando.

Este es un ejemplo simple de esta dinámica, en donde es fácil "ver" las cuerdas invisibles e imaginarse al niño jalando al padre o al padre jalando al niño.

Cuando se trata de emociones es un poco más difícil imaginar a los niños jalándonos en sus cuerdas (o presionando nuestros botones). Pero lo hacen: inconscientemente intentan arrastrarnos mezclando nuestras emociones.

Para entender este concepto, hagamos un paseo imaginario al zoológico. Nosotros, los padres, decidimos que la familia va a visitar el zoológico. Nuestros hijos, nacidos y educados en la era moderna, comienzan a quejarse, intentando arrastrarnos hacia ellos. No les gusta el zoológico; es infantil; hace demasiado calor; nuestra familia siempre hace a los peores paseos.

Si seguimos a nuestros hijos, aceptamos sus quejas y nos arrepentimos de nuestra mala elección de paseos. Con tono de disculpa les explicamos que no habíamos pensado que haría tanto calor, les prometemos que la próxima vez los dejaremos escoger a ellos el paseo, regresamos a casa decepcionados por el paseo fallido y nos sentimos culpables porque en realidad siempre hacemos malos paseos.

Pero si escogemos establecer nosotros las pautas, no dejamos que sus quejas trabajen sobre nuestras emociones. Nos mantenemos seguros en nuestra decisión de visitar el zoológico y les decimos con calma: “Lamentamos que tengan calor. ¿Quieren una bebida fresca?". Y nos vamos a ver los monos.

Los niños ven que las quejas no nos afectan, por lo que inevitablemente nos seguirán y comenzarán a disfrutar del paseo.

Cuando entendemos esta dinámica, somos capaces de identificarla cuando ocurre. Si me enojo con mi hija porque su habitación está desordenada, ella me está jalando hacia ella e inconscientemente me hace enojar al dejar su habitación desordenada.

Cuando puedo llevarme a un punto neutro y dejo de enojarme al respecto, la habitación será ordenada. Ella puede sorprenderme y ordenarla porque ella decidió que no le gusta el desorden, o puedo crear una nueva dinámica al decirle con seguridad y sin emociones entremezcladas que la ordene.

Probablemente al leer esto algunos arqueen sus cejas. Están seguros que esto no funcionará con sus hijos. El desafío que propongo es pensar sobre este concepto e intentar aplicarlo en su vida.

Identifica las dinámicas en tu relación con tus hijos y no les permitas más que te irriten, que te saquen de quicio y que te molesten. Una vez que dejas de reaccionar, serás capaz de pensar con calma y creatividad en formas de crear una dinámica en la que tú ocupas el centro. Tu calma y confianza te ayudarán a crear de forma proactiva la atmosfera que quieres en tu hogar.

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