Nunca escuché hablar de una santa judía, hasta que una me abrazó

27/05/2025

7 min de lectura

Ella sanaba, bendecía y veía lo que nadie más podía ver. Y nunca pidió nada a cambio.

Yo sabía que otras religiones tienen santos. Después de todo, había oído hablar del Día de San Patricio. Una amiga del secundario tenía una medalla de San Cristóbal. Y sabía, por haber leído en el colegio la obra Santa Juana de George Bernard Shaw, que Juana de Arco fue una adolescente que lideró al ejército francés hacia la victoria, fue quemada en la hoguera y siglos después fue canonizada.

Ya de adulta, aprendí que para que la iglesia católica declare a alguien santo, esa persona debe haber vivido una vida de virtud heroica (morir como mártir ayuda) y haber hecho dos milagros verificados después de su muerte, a favor de alguien que le rezó.

¿Pero acaso el judaísmo tenía santos?

Sabía que muchos judíos fueron mártires, murieron heroicamente al preferir perder la vida antes que renunciar a su fe. Pero no conocía a ningún judío que hiciera milagros.

Todos los judíos que conocí en mi infancia en los suburbios de Nueva Jersey y en la universidad eran virtuosos (más o menos), altruistas (más o menos), y querían mejorar el mundo (más o menos), pero ni siquiera nuestros médicos más ilustres afirmaban hacer milagros.

Pasé mi penúltimo año de universidad en la India. Allí abundaban los hacedores de milagros. Sathya Sai Baba tenía millones de seguidores que aseguraban que podía materializar objetos, como vibhuti [ceniza] o anillos en la palma de su mano. Decían que él podía leer la mente, predecir el futuro, y que había curado a personas de ceguera, cáncer y parálisis.

Incluso gurús locales menos famosos eran acreditados con telepatía. Ram Dass (el exprofesor de Harvard Richard Alpert) escribió un libro llamado Be Here Now, donde relataba cómo un gurú, Neem Karoli Baba, le leyó la mente. La madre de Dick Alpert había muerto años antes de una enfermedad rara del bazo. Ninguno de sus compañeros de viaje lo sabía. Neem Karoli Baba le dijo: “Anoche estabas bajo las estrellas. Pensabas en tu madre. Ella murió del bazo”. Ese momento cambió la vida de Dick Alpert, convirtiendo a este escéptico profesor judío de Harvard en un devoto de por vida del gurú y la práctica hindú.

Si los milagros eran el requisito para la santidad, ¿por qué eran tan prosaicos los judíos? El pueblo judío podía producir cientos de ganadores del Premio Nobel, pero ni uno solo capaz de romper las limitaciones del mundo físico y hacer un milagro.

Una mujer santa oculta

Después de vivir 15 años en un ashram de Vedanta, llegué a Jerusalem y comencé a estudiar Torá. Una conocida quería escribir una “Guía espiritual de Israel” y me pidió que escribiera un capítulo sobre mujeres tzadkaniot.Tzadik significa santo”, me explicó.

¡Perfecto! Quería el encargo. Pero… ¿dónde iba a encontrar santas judías?

Empecé a preguntar y me hablaron de una mujer llamada Jaia Sara Kramer, que vivía en una aldea destartalada en el norte de Israel. Algunos grandes rabinos consideraban a su esposo, Iaakov Moshé Kramer, como uno de los 36 tzadikim ocultos cuyo mérito sostiene al mundo. “Yo creo que la Rebetzin Jaia Sara también es una de los 36”, me dijo mi fuente.

Conseguí el número de una mujer del pueblo que podía concertar una cita con Jaia Sara para una tarde de Shabat. Ella me contó su historia. Jaia Sara había nacido en una familia jasídica en los Cárpatos y fue llevada a Auschwitz a los 20 años. Allí asesinaron a toda su familia y ella fue sometida a experimentos por el infame Dr. Mengele.

Tras la guerra, llegó a Palestina y se casó con Iaakov Moshé Kramer. Nunca tuvieron hijos, pero durante unos 20 años (sin sueldo, vacaciones ni días libres) ella cuidó de numerosos niños con daño cerebral que dejaban en su puerta. Vivían en una pobreza absoluta, ganándose la vida criando aves de corral y algunas vacas lecheras.

Virtud heroica: comprobado. ¿Pero podía hacer milagros?

Durante las dos horas de viaje en autobús desde Jerusalem, reflexioné sobre varios asuntos con los que estaba luchando en ese momento. Llevaba apenas dos meses en Israel y empezaba a descubrir la profundidad interior del judaísmo. Pero siendo una mujer liberada de 37 años, me debatía especialmente con dos cuestiones donde mi visión del mundo chocaba con los ideales judíos que estaba aprendiendo.

En la mañana de Shabat fui a la modesta sinagoga comunitaria. Era la única en la galería de mujeres. De repente, la puerta se abrió y una mujer corpulenta, con un pañuelo acolchado y dos batas sobrepuestas se acercó a mí sonriendo ampliamente, con los brazos extendidos. Me saludó con un fuerte abrazo, como si fuera una hija perdida hace mucho tiempo.

Luego tomó mi sidur. Lo hojeó hasta encontrar Pirkei Avot, sentencias de sabios de hace dos mil años. Señaló un pasaje y me preguntó: “¿Has visto este?”

Lo leí y se me puso la piel de gallina. Abordaba el primer gran tema con el que yo estaba luchando.

Luego tomó de nuevo mi libro de rezos, pasó unas páginas, señaló otro pasaje y preguntó: “¿Has leído este?” Tocaba el segundo asunto que más me inquietaba.

La miré desconcertada. Ella se rió, luego se dio la vuelta y se fue.

¡Vaya! Podía leer la mente. No me imaginaba que tenía aún mayores sorpresas reservadas para mí.

Milagros cotidianos

Durante los siguientes 20 años, desarrollé una relación cercana con la Rebetzin Jaia Sara Kramer, especialmente después de que se mudara a Jerusalem en 1990. Investigué su vida y escribí su biografía, Holy Woman, publicada en 2006, un año después de su muerte.

Un capítulo entero del libro describe los muchos milagros que hizo. Miriam M. había tenido dos hijas. Luego, no volvió a quedar embarazada durante seis años, a pesar de su deseo y esfuerzos. Un día, Miriam oyó un golpe en la puerta. Una joven traía una nota de la Rebetzin Jaia Sara. La nota decía: “Si ayudas a encontrar pareja a esta chica que te envío, te prometo que tendrás un hijo”.

Por supuesto, Miriam se esforzó en encontrarle un esposo. Logró arreglarle un matrimonio adecuado. Nueve meses después, Miriam dio a luz un hijo sano.

A menudo, Rebetzin Jaia Sara indicaba con exactitud cuándo se cumpliría su bendición. En un Pésaj, su vecina Ani Kalfa le pidió una bendición para su hija Dafna, que se había casado un año antes y no quedaba embarazada. La Rebetzin la bendijo y le dijo que para el próximo Pésaj Dafna la visitaría con la noticia de que estaba embarazada. Así fue.

Un hombre que había perdido su empleo la llamó desesperado por una bendición para el sustento. Ella le dijo: “No te preocupes. Conseguirás algo mucho mejor, con el doble de sueldo”. Dos días después, el hombre la llamó para contarle que había conseguido un nuevo empleo. El salario era exactamente el doble del anterior.

La Rebetzin también tenía la capacidad sobrenatural de ver dentro del cuerpo, además de la mente. Una vez, la hija casada de un pariente fue a visitarla. La Rebetzin le preguntó si estaba embarazada. Ella respondió que no. Dos semanas después, un test reveló que sí lo estaba.

Tuve una experiencia personal respecto a la capacidad de la Rebetzin Jaia Sara de "ver" el alma dentro del útero. Después de esperar durante cinco años tener un segundo hijo, quedé embarazada. Al segundo mes, le conté a la Rebetzin la buena noticia. Al finalizar mi visita, ella me acompañó a la puerta, observó mi vientre y me dijo: "Se ve como un niño". ¿Se ve como un niño? A esa altura del embarazo, ni siquiera una ecografía podía distinguir el género del feto. Claramente ella estaba viendo el alma de mi bebé… que por supuesto resultó ser un varón.

Un invitado en nuestra mesa de Shabat, un arquitecto norteamericano recién casado de unos 28 años, oyó mis relatos sobre los milagros de la Rebetzin. Semanas después, me llamó. Había recibido “un diagnóstico terrible” y necesitaba verla con urgencia. Le di su número. Al llamarla, la Rebetzin le dijo que no hacía falta que fuera. Estaba perfectamente sano y no tenía de qué preocuparse.

Al día siguiente, el arquitecto pasó por mi casa tras visitar el Kótel [el Muro Occidental]. “Fui al Kotel a agradecerle a Dios mi curación milagrosa”, dijo exultante.

“¿No vas a seguir ningún tratamiento?”, pregunté, escéptica.

“¡No! La Rebetzin me curó por teléfono. Estoy bien”.

Un año después, con curiosidad por saber si seguía bien, lo llamé. Su esposa respondió. Con temor, pregunté por su esposo. “Está bien, perfectamente sano”, dijo.

“¿Y no recibió ningún tratamiento?”

“Así es.” Su voz era despreocupada. “Ningún tratamiento. Tu Rebetzin lo curó”.

La sorpresa me la llevé yo

La Rebetzin Jaia Sara Kramer transformó completamente mi vida. Siempre con una sonrisa, pese a las pesadillas vividas en el Holocausto, me mostró que la felicidad es una decisión que puedo tomar al enfocarme en la bondad de Dios en mi vida. Me mostró que aunque no tengo poder sobre lo que me sucede, tengo poder total sobre cómo reacciono.

Me enseñó que dar es el secreto del crecimiento espiritual. Con su ejemplo, me mostró que es posible amar y respetar a todos al ver la imagen Divina en cada persona.

Años después de que Holy Woman se convirtiera en un éxito de ventas, recordé aquel primer encuentro con la Rebetzin. Entró en la sinagoga y me dio un gran abrazo, como a una hija perdida. Luego me demostró que podía leer mi mente con su truco del sidur. En aquel momento me impresionó su telepatía, pero al mirar atrás me doy cuenta de que lo decisivo de aquel encuentro fue su abrazo.

Ella me amó. Me amó sin conocerme. Me amó, aunque yo no fuera religiosa en el sentido que ella lo era. Me amó, aunque acababa de salir de 15 años en un ashram, haciendo cosas que contradecían profundamente sus valores. Me amó, aunque yo era religiosa, cultural y políticamente muy distinta de ella. Y durante los siguientes 20 años, continuó amándome, sin importar lo que hiciera, los largos periodos en que la descuidé, o las decisiones que tomé.

Hoy estoy convencida de que la verdadera santidad no tiene que ver con cuántos milagros puede hacer una persona. La santidad depende de cuánto puede amar una persona.


El 20º iorzait (aniversario de fallecimiento) de la Rebetzin Jaia Sara Kramer cae en la noche del 29 de mayo y el día 30 de mayo. Como ella no tuvo hijos, solía preocuparse: “¿Quién encenderá una vela por mí?” Por favor, enciende una vela conmemorativa el jueves por la noche, 29 de mayo, por Rebetzin Jaia Sara bat Mendel Iosef, una santa judía.

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Cesar
Cesar
5 meses hace

Grascias por la publicación

Lynett Karin Moná
Lynett Karin Moná
5 meses hace

Shalom, hay traducción al idioma Español del libro Holy Woman? Y en donde lo puedo conseguir. Gracias!

Fabiola Finkmann
Fabiola Finkmann
5 meses hace

Sin duda encenderé una vela por Rebetzin. No soy judía. Soy católica, pero amo y admiro su cultura y fe.
Este artículo me aguó los ojos.

LIDIA ROSENSTEIN
LIDIA ROSENSTEIN
5 meses hace

Es un bello artículo de reconocimiento. Bendita sea la memoria de la Rebetzim Jaia Sara bat Mendel Iose.
Encenderé velas por su alma pura que ha iluminado/ sanado a mucha gente

Diana Giro
Diana Giro
5 meses hace

Hermosa historia, encenderé una vela de yahrzeit por esta abnegada mujer, entregada a Hashem. ZL

Dora
Dora
5 meses hace

Hola me encanto esta historia real en la vida es muy difícil encontrar personas con avilidades muy profundas especialmente en la espiritualidad son personas que Dios pone en nuestro caminó gracias por el artículo me gusto mucho sobre todo que se trata una vida real Shalom

graciela Iungman
graciela Iungman
5 meses hace

SI que voy a encender una vela en memoria de Jaia Sara ,aunque no tuvo hijos biológicos tuvo muchos hijos del corazón ,a partir de hoy yo tambien seré su hija

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