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Con Tishá B'Av cada vez más cerca, podemos luchar por hacer las cosas bien, utilizando nuestras palabras para construir y no para destruir.
Mi vecina Debbie* tiene poderes mágicos. Dudo que ella se dé cuenta del alcance de su destreza, de la penetrante capacidad que tienen sus palabras para transformar a sus receptores, pero de una cosa sí estoy segura: ella es una maestra de su arte.
"Malky", me dijo ella con entusiasmo, "¡tú eres tan organizada!". Enderecé mi boina torcida y presté atención mientras jalaba otro triciclo del revoltijo que había en nuestro garaje. "Honestamente, ¡No sé cómo lo haces!". Honestamente, no sé de qué estaba hablando ella, pero me hizo sentir radiante.
Debbie probablemente apenas se da cuenta que no importa cuántas nubes estén nublando el camino, cuando ella llega, las nubes se parten como el Mar Rojo y abren paso al brillante sol que entibia los corazones de quienes están a su alrededor.
Quizás ella está mintiendo. Quizás ella está interesada en obtener mi lugar de estacionamiento. Quizás ella se propuso halagar a los demás por compromiso. O quizás ella realmente piensa que tengo un alma especial simplemente porque le di a una amiga un aventón al supermercado, o que soy una súper mamá porque mi hija compartió sus papas fritas.
¿A quién le importa? De cualquier forma, me siento repentinamente "organizada". Cuando llego a casa y me encuentro con el desorden de libros que dejó cierto niño en el piso o cuando abro el armario de cosas para hornear y me encuentro con una avalancha de variadas fuentes y pocillos que alguien empujó descuidadamente hacia adentro, no me tropezaré con esos libros con un desamparado suspiro, ni cerraré el armario de un golpe antes de que algo más se caiga. Clasificaré, organizaré y reorganizaré, porque hoy soy "organizada".
Cuando me siento como una "súper mamá", trato de no gritarle a mis hijos; cuando me siento como una "excelente esposa", trato de recordar saludar a mi esposo con una sonrisa (en vez de recibirlo con un reclamo sobre las burbujas que le echaron a mi hijo sobre la cabeza) cuando llega a casa después del trabajo. Cuando me siento capaz, hago las cosas.
El poder de la alabanza no es una novedad para nosotras las madres. Alabar a nuestros hijos puede ayudarlos a alcanzar su máximo potencial. Cuando lo hacemos de buena manera, podemos guiar gentil y sabiamente a nuestros hijos, permitiéndoles descubrir sus fuerzas internas. Con la ayuda de Dios y con nuestros esfuerzos en armonía, nosotros también podemos hacer magia.
Lo que quizás no nos damos cuenta es que éste es un útil mecanismo de supervivencia también para nosotros los adultos. A medida que navegamos por nuestros caminos individuales en la vida, a menudo nos cruzamos sin siquiera darnos una mirada el uno al otro. Pasamos de largo las oportunidades de acercarnos y fortalecernos como si fueran señales de tránsito, estamos demasiado distraídos con nuestros iPads como para notarlas. Y luego, cuando nos encontramos perdidos, cuando nuestro mundo no es como nos gustaría que fuera, repentinamente nos notamos los unos a los otros a medida que intentamos descifrar dónde podemos poner la culpa.
Con tan sólo un pequeño cumplido o una sonrisa genuina, podemos traer una dosis de magia a nuestras relaciones.
Puede que compartamos casa o barrio, o incluso puede que compartamos sólo un viaje al zoológico; como mínimo compartimos nuestro mundo. Y eso ya es una razón suficientemente buena como para fomentar nuestra conexión dentro de él.
Con tan sólo un pequeño cumplido, el cual debe ser honesto, o con una sonrisa genuina, podemos traer una dosis de magia a nuestras relaciones. Podemos perforar la desconexión que tantos de nosotros sentimos y podemos iluminar el día de alguien – y el efecto de eso suele esparcirse por todas partes.
Hace muchos siglos, nuestros ancestros aprendieron esta lección de la manera difícil. La Tierra Santa no siempre fue llamada así. Cuando doce de nuestros líderes fueron enviados en una misión para revisar la tierra especial que Dios nos había prometido, diez de ellos regresaron con un sorpresivo reporte.
Oh, es una tierra en donde fluye leche y miel, explicaron ellos, pero nunca sobreviviremos – no con nuestros pecados. Ellos sabían que solamente podíamos conquistarla bajo el liderazgo de Dios – y que eso dependía de nuestras acciones.
Pero en vez de utilizar sus palabras para alentar al pueblo judío, ellos pintaron la tierra con colores atemorizantes, causando que la nación temblara y llorara hasta el punto de querer regresar a la esclavitud de Egipto. Esa noche fue Tishá B'Av, lo que se convirtió en el día más triste en el calendario judío.
Si ellos hubiesen creído en nosotros, si nosotros hubiésemos creído en nosotros mismos, las cosas podrían haber resultado muy diferentes.
Con Tishá B'Av cada vez más cerca, podemos luchar por hacer las cosas bien. Podemos traer de regreso lo que se perdió y revertir esta tendencia, utilizando nuestras palabras para construir y no para destruir.
Ya sea que le digas un cumplido a tu vecino sobre su pasto recién podado, o que le digas a algún extraño en el supermercado, "Wow, ¡pasaste justo al lado de la oferta de cinco chocolates por un dólar y ni siquiera miraste una vez! ¡Debes tener una fuerza de voluntad increíble!", debes saber que estarás construyendo a alguien. Y no se detendrá allí. Ellos, a su vez, le pasaran algunos de esos ladrillos a alguien más.
Gracias Debbie por hacerme sentir que estoy salvando al mundo de la inanición cada vez que te presto una cebolla. Haz compartido un poco de tu magia conmigo. Parece que no es tan difícil salvar al mundo después de todo.
*El nombre ha sido cambiado.
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