El poder de la palabra

10 min de lectura

Matot (Números 30:2-32:42 )

Ideas filosóficas y cabalísticas de la parashá semanal.

Moshé le habló a los jefes de las tribus de los Hijos de Israel, diciendo: ‘Esto es lo que Dios ha ordenado: Si un hombre hace un voto a Dios o jura un juramento para establecer una prohibición para sí mismo, no profanará su palabra; según lo que salga de su boca, así hará’” (Números 30:2-3).

De acuerdo a la ley judía, este pasaje significa que si alguien dice por ejemplo “las manzanas estarán prohibidas para mí tal como otros objetos están prohibidos”, entonces las manzanas estarán tan prohibidas para él como el cerdo; la persona que transgreda un juramento como ese estaría cometiendo un pecado de la misma gravedad que alguien que coma cerdo, y estaría sujeto al mismo tipo de castigo.

Un juramento como este tiene tanto poder que incluso supera a la obligación de cumplir con los mandamientos; si es dicho de la forma correcta, un juramento en contra de sentarse en una sucá transformaría el acto en una prohibición incluso en Sucot, y la persona que hizo dicho juramento quedaría liberada del mandamiento de sentarse en una sucá.

Por lo tanto, las palabras no sólo crean obligaciones morales; no estamos hablando de la obligación de cumplir con las promesas. Las palabras tienen el poder de alterar la realidad misma. El objeto de un juramento se vuelve una sustancia prohibida al igual que el cerdo. Y lo que es más, esto no sólo afecta a quien hizo el juramento, sino que también a otra gente.

Un judío tiene el poder de transformar objetos ordinarios en objetos prohibidos para otros judíos simplemente por medio de hacer un juramento.

Por lo tanto, de acuerdo a la ley judía yo tendría el poder de transformar mis manzanas en objetos prohibidos para otros judíos simplemente haciendo un juramento de que ellas no puedan ser comidas.

¿De dónde obtienen las palabras un poder tan inmenso? La percepción común sobre el poder de las palabras que prevalece en el mundo es ejemplificada por dichos como: “hablar es gratis”, “las palabras se las lleva el viento”; no hay muchos que sigan la idea de que “la pluma es más poderosa que la espada”.

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Diez declaraciones

Comencemos por el principio. Dios creo el mundo con palabras. El mundo fue creado con diez declaraciones (Ética de nuestros padres 5:1).

De acuerdo al pensamiento judío, estas declaraciones no deben ser consideradas como eventos pasados; son estas mismas declaraciones las que continúan siendo la espina dorsal de la existencia. Las palabras que Dios dijo en la creación aún están allí; la existencia continúa sólo porque estas palabras nunca fueron retiradas.

Nuestra concepción de la realidad es inversa a lo que debería ser. Dado que nosotros existimos al otro lado de estas palabras, las cuales se encuentran suspendidas entre Dios y nosotros, percibimos que nuestra realidad está basada en lo corpóreo. Por lo tanto, para nosotros, los cuerpos son la realidad más substancial, las palabras son más abstractas y Dios es completamente abstracto. Si estuviéramos observando la situación desde el otro extremo y le permitiéramos a nuestra imaginación situarse en la posición de Dios, por así decir, entonces las cosas serían completamente opuestas. La existencia tiene su raíz en la Divinidad misma, las palabras son más abstractas y la existencia corporal es el máximo nivel de abstracción.

Ahora refirámonos a nosotros mismos, al mundo interior del hombre.

Y Dios formó al hombre del polvo de la tierra e insufló en sus fosas nasales alma de vida; y el hombre se transformó en un ser vivo” (Génesis 2:7)

Ónkelos traduce esto como “y el hombre se transformó en un ser hablante”. Vemos por lo tanto que el aliento de Dios en las fosas nasales del hombre —su “alma de vida”— causó un impacto externo y se tradujo en la capacidad del hombre de usar palabras y hablar.

Tal como las palabras de Dios, Sus enunciados de creación, son la interfaz entre Dios y el mundo corporal, lo mismo ocurre con el hombre: las palabras que habla son la interfaz entre su alma y su realidad corporal.

Rashi nos dice:

El hombre abarca en su propio ser tanto los niveles más altos como los más bajos de existencia; así es como la creación está en balance. El primer día fue compartido entre los dos niveles y Dios creó los cielos y la tierra. El segundo día estuvo dedicado a los niveles más altos de existencia, dado que Dios dio forma a los cielos. El tercer día fue dedicado a ordenar la tierra seca para los niveles inferiores. El cuarto día nuevamente fue para los cielos, dado que el sol, la luna y las estrellas fueron establecidos. El quinto día fue nuevamente dedicado a la tierra y a su vida salvaje. El sexto día tenía que ser dividido equitativamente para mantener el balance, lo cual fue hecho por medio de crear al hombre, cuya alma esta en los cielos mientras que su cuerpo está en la tierra”.

La interfaz entre las dos partes del hombre está en su poder del habla y se expresa por medio de sus palabras. El contenido de sus palabras son ideas, las cuales se originan en el alma, pero estas ideas están envueltas en palabras que emergen del cuerpo.

El lugar principal en el que se encuentra la espiritualidad del hombre es en sus palabras, tal como el foco del poder espiritual del universo está en los diez enunciados de creación.

* * *

La ubicación del ser esencial

El Gaón de Vilna explica cómo este espíritu —el poder del habla del hombre— es el lugar donde se sitúa el ser esencial del hombre. Porque es sólo en esta área que el hombre es consciente. Por debajo de este espíritu están los deseos físicos del hombre, los cuales son subconscientes. (Nosotros no movemos conscientemente la sangre por nuestras venas, si comandamos a nuestros pulmones a aspirar aire o a nuestros estómagos a digerir).

Por sobre este espíritu está el alma del hombre, a través de la cual él se apega a Dios, y la cual constituye el aspecto más elevado del hombre, sobre el cual tampoco está consciente. En el medio, entre estas dos áreas de subconsciencia, está el espíritu del hombre, que es donde se ubican sus pensamientos que se traducen en palabras y sus emociones. Esta área es el único lugar donde él es consciente de sí mismo.

Entre las áreas de subconciencia está el espíritu del hombre, donde se encuentran sus pensamientos que se traducen en palabras.

Por lo tanto, las batallas de la vida y sus conflictos se ubican precisamente allí.

El alma del hombre intenta tirarlo hacia arriba, de forma que el poder espiritual de sus palabras esté dedicado completamente a la expresión de su alma. En términos del universo, esto equivaldría a apegar el alma del hombre al lado superior de la interfaz de las palabras de Dios, las cuales están suspendidas entre los cielos y la tierra.

Los deseos físicos intentan bajar al hombre de nivel, de manera que el poder espiritual de sus palabras esté dedicado completamente a la satisfacción de los deseos físicos. En términos del universo, esto equivaldría a separar las palabras del hombre de las palabras de Dios y jalarlas hacia abajo para que se sumerjan en el universo corpóreo.

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Dos pactos

El Sefer Haietzirá —una de las obras midráshicas/cabalistas más antiguas de la literatura judía, sobre la cual algunos dicen incluso que fue escrita por el mismo Abraham— habla de dos pactos: el pacto de la lengua y el pacto de la circuncisión (1,3).

Tal como el pacto de la circuncisión dedica el poder físico creativo al servicio de Dios, el pacto de la lengua dedica el poder espiritual creativo que es innato en el ser humano al servicio de su alma.

De la misma forma, la Torá habla de varios tipos de “prepucio”, la parte del cuerpo que es cortada durante la circuncisión:

Circuncidarán el prepucio de su corazón y ya no serán obstinados” (Deut. 10:16)

Hashem, tu Dios, circuncidará tu corazón y el corazón de tu descendencia, para amar a Hashem, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, para que vivas” (Deut. 30:6).

El pensamiento judío relaciona la observancia de estos dos pactos uno con el otro:

rodeado de rosas (Cantar de los cantares 7:3) [significa que] incluso cuando el cerco consiste sólo de rosas, no será traspasado. Como le preguntó el saduceo a Rav Kahana: “Tú dices que un hombre puede estar a solas con su esposa durante el período en que él no tiene permitido tener relaciones con ella. ¿Acaso es posible mantener un fuego humeante en un trozo de algodón sin que arda en llamas?”. Rav Kahana le respondió: “La Torá misma testifica sobre esto: ‘rodeado de rosas’, incluso cuando el cerco no es más que una hilera de rosas, es suficiente para restringirnos”. Cuando las palabras de la Torá son las palabras del alma humana, este cerco de rosas aún es suficiente para restringir al judío (Sanhedrin 37a).

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Santidad de los juramentos

En este punto ya estamos listos para lidiar con el concepto subyacente que explica la santidad de los juramentos.

Rabeinu Yona, en su famosa obra Las puertas del arrepentimiento, compara la boca de una persona, en cuyo interior se encuentra su lengua, con un Cáliz sagrado del Templo. Los utensilios del Templo debían ser santificados antes de que pudieran ser empleados en la ofrenda de sacrificios. Una copa común y corriente no podía ser utilizada. Todos los utensilios del Templo debían ser santificados y ritualmente puros, y a veces incluso debían ser ungidos para prepararlos para su uso.

La imagen es clara. Las palabras sagradas deben estar contenidas en recipientes sagrados.

Las actividades más sagradas de la observancia de la Torá, el estudio de la Torá y la recitación de plegarias, involucran el decir palabras. Estas palabras son las ofrendas del espíritu humano por medio de las cuales se conecta a sí mismo con la interfaz de las palabras sagradas de Dios que están suspendidas sobre los cielos para sostener al mundo. Son las palabras de Torá y plegaria las que conectan el espíritu del hombre con Dios.

La boca del hombre será un cáliz santificado todo el tiempo que no esté contaminada con palabras profanas.

Pero las palabras sagradas sólo pueden ser ofrendadas en vasijas sagradas, y es por eso que tenemos los mandamientos sobre las formas de habla perniciosa, especialmente lashón hará. La boca del hombre será un cáliz santificado todo el tiempo que no esté contaminada con palabras profanas. La boca santificada no puede pronunciar palabras que provengan de la rabia y el odio, palabras de discordancia, palabras que expresen deseos burdos.

Cuando la boca se ensucia con ese tipo de palabras, pierde su santidad y deja de ser considerada una vasija sagrada. Cualquier palabra que emita tendrá un tinte de su mancha negativa. Incluso las palabras de Torá y plegaria fallan en su efectividad cuando vienen manchadas. No pueden elevarse hasta la interfaz de las declaraciones de creación de Dios, porque la mancha negativa que hay en ellas por causa de la “sucia” vasija de la que provienen las hace incapaces de conectarse.

Rabí Shimón bar Yojai, el autor del Zohar, expresó hermosamente este pensamiento:

Si yo hubiera estado presente en el Monte Sinaí cuando se le entregó la Torá a Israel, le habría pedido a Dios que vuelva a crear a la gente para que tengan dos bocas: una para decir palabras sagradas de Torá y plegaria, y una segunda boca para las otras cosas. Pero entonces lo reconsideré: si hay tanto lashón hará que puede salir de una sola boca, imagina cuánto más podría salir de dos (Yerushalmi, Brajot, 2)

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Fuerza de la luz, fuerza de la oscuridad

Mirando el lado positivo del asunto, la regla en asuntos de Torá indica que la fuerza de la luz siempre es mayor que la fuerza de la oscuridad. Cuando las palabras que salen de ella no vienen manchadas, entonces la boca es una vasija sagrada.

Las vasijas sagradas del Templo tenían el poder de santificar cualquier cosa que fuera vertida en ellas. Incluso las sustancias no sagradas eran transformadas en sagradas en todos los aspectos cuando eran contenidas en una vasija sagrada. Similarmente, cuando la boca es una vasija sagrada, entonces todas las palabras que emita serán automáticamente santificadas y se conectaran con las palabras de creación de Dios, las cuales son la fuente de la creación.

Y cuando se conectan con las declaraciones de creación, transforman el universo real que generan dichas declaraciones. Las palabras sagradas tienen el poder de transformar a sus sujetos en objetos sagrados.

Rav Jaim de Volozhin emplea esta analogía para explicar el poder de las palabras de Torá y de la plegaria. Estamos acostumbrados a pensar que cuando rezamos, estamos intentando persuadir a Dios para que altere el universo con Sus propios poderes. Pero Rav Jaim explica que ésta es una impresión errónea. Tal como Dios creó el universo con palabras, cualquier cambio que ocurra en el universo también ocurre mediante palabras. Cuando nuestras plegarias contienen palabras sagradas que son capaces de conectarse con las declaraciones de creación de Dios, entonces Dios toma las mismas palabras de nuestra plegaria y da forma al universo de la forma que indicaban las plegarias.

El Zohar dice en reiteradas ocasiones que Dios miró la Torá cuando creó el universo.

Las palabras de Torá tienen un potencial aún más grande. El Zohar dice en reiteradas ocasiones que Dios miró la Torá cuando creó el universo. Las palabras de creación que utilizó Dios, las cuales aún se encuentran suspendidas y nos permiten existir, eran palabras de Torá. Cuando los labios humanos que no están manchados dicen nuevas palabras de Torá, la cantidad de palabras de creación disponibles aumenta. Estas nuevas palabras se unen con las antiguas para crear nuevos universos completos. Estos nuevos universos son considerados la creación del hombre, y no de Dios, porque fueron las palabras de Torá del hombre las que fueron usadas para formarlos. Estos nuevos mundos son el verdadero hábitat del hombre, también conocido como el Mundo por Venir.

Pero en ese caso, los juramentos sólo deberían ser efectivos cuando son dichos por bocas puras. Sin embargo, la ley judía no hace ninguna distinción. Cualquier judío que emite un juramento crea un objeto sagrado por medio de él. ¿Cómo puede ser?

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Palabras que unen

Es importante notar que este mandamiento fue dirigido a los líderes de las tribus, a pesar de que en realidad afecta a todo el mundo. La conexión entre la gente es por medio de las palabras. Es mediante las palabras que nos comunicamos unos con otros y que nos unimos en comunidades. Los líderes de las tribus eran personas muy elevadas. Ellos no usaban sus bocas sino para temas sagrados. Estaban preocupados de la comunidad de Israel, que es sagrada por su propia naturaleza.

En una comunidad sana, las palabras que la unen provienen de los más elevados niveles de la comunidad, en lugar de provenir de su más bajo denominador común. Las palabras de los líderes de las tribus eran las que el resto de las personas usaban para hablar. Y como sus palabras se originaban en la más sagrada de las vasijas, estas mantenían su poder sin importar cuántas veces fueran usadas.

El libro de Números representa las palabras finales de la Torá cuyo origen es de Dios mismo.

La parashá de esta semana está hacia el final del libro de Números. Después de éste, viene el libro de Deuteronomio, el cual consiste en las enseñanzas de Moshé, las cuales fueron subsecuentemente incorporadas para formar parte de la Torá mediante la voluntad Divina. Pero el libro de Números representa las palabras finales de la Torá cuyo origen es de Dios mismo. El hecho que la ley de los juramentos sea dicha en este punto conlleva un poderoso mensaje.

La nación de Israel está dejando el desierto —con su maná y su nube sagrada, con Moshé, Aharón y el Monte Sinaí—, y está pronta a bajar a una existencia más ordinaria. Mantener la santidad en el desierto no era un gran problema. Quién podría evitar ser sagrado en un lugar tan milagroso. En el mundo “real” en el cual habitamos ordinariamente, encontrar santidad es mucho más complejo. El mensaje que nos da Dios al final del libro de Números se refiere justamente a este dilema. El secreto para mantener un entorno humano sagrado es llenarlo con la música especial de las palabras sagradas.

Cuando las palabras del hombre son palabras de amor, Torá y plegaria, el puro hecho de pronunciarlas transforma al mundo ordinario que lo rodea en un lugar de santidad.

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