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Cinco perspectivas personales respecto a por qué creer en Dios.
Si le preguntas a 1.000 personas por qué creen en Dios, es probable que recibas 1.000 respuestas diferentes. El libro Elevator Pitches for God, presenta 70 de estas respuestas. Ron Kardos y Bruce Licht se pusieron en contacto con científicos, matemáticos, líderes políticos, periodistas, ejecutivos de empresas, artistas, presentadores de radio y profesores, cuyas posiciones, perspectivas y antecedentes informan sus creencias, y cuyas respuestas llegan a nuestros corazones y mentes. Sus ensayos abordan temas como la belleza, la naturaleza, la música, la física, la biología, la química, la tecnología, la arqueología y mucho más, convirtiéndolo en una lectura imprescindible para todos, creyentes o no.
Aquí hay cinco ensayos breves tomados de este libro.
por Ken Spiro
El primer ministro de Israel, David Ben Gurion, dijo una vez: “En Israel, para ser un realista, debes creer en los milagros.” Ben Gurion estaba lejos de ser religioso, pero conocía bien su historia judía. Como el primer líder de un estado judío en dos mil años y con su profundo conocimiento tanto de la Biblia como de cuatro mil años de historia judía, él vio algo que está oculto a simple vista: la supervivencia y el florecimiento de los judíos transgrede todas las leyes de la razón. Desde el principio hasta el presente, está llena de eventos contradictorios, aparentemente imposibles e incluso milagrosos. No debería existir un pueblo judío ni un estado judío. Ambos son objetivamente inexplicables sin la creencia en un poder superior involucrado en guiar los asuntos humanos.
Dos veces en la historia antigua los judíos fueron exiliados de su tierra natal y dispersados a tierras extranjeras. Sufrieron esclavitud, dispersión, conversión forzada, ejecución, limpieza étnica y antisemitismo, el odio más persistente, irracional y violento de la historia. Esto debería haber acabado con ellos hace mucho tiempo. No sólo sobrevivieron, sino que superaron a todos los opresores, enemigos e imperios que trataron de destruirlos: los egipcios, asirios, babilonios, persas, griegos, romanos, bizantinos, cruzados, españoles, otomanos, nazis y la Unión Soviética.
Si su supervivencia no fuera suficientemente milagrosa, el impacto de los judíos y las ideas judías en un entorno tan hostil es todavía más inexplicable. Personalidades judías destacadas como Einstein y Freud han transformado el mundo. ¡El 0,2% de la población que es judía ha ganado el 22% de todos los Premios Nobel desde 1901!
Durante 2.000 años, desde el nacimiento de Abraham hasta el nacimiento del cristianismo, los hebreos fueron el único pueblo que creyó en un solo Dios y en un único estándar absoluto de moralidad. Contra todo pronóstico y milenios de hostilidad, el monoteísmo ético transformó al mundo espiritual, moral y políticamente. La audaz idea judía de un solo Dios se convirtió en la base del cristianismo, del islam y la democracia liberal moderna.
En 1948, tres años después de que un tercio de la población judía mundial fuera asesinada en el Holocausto, este diminuto remanente regresó y restableció un estado en su tierra ancestral. Esto no tuve precedentes. En un desierto estéril, sin recursos naturales, Israel estuvo rodeada por naciones hostiles que la atacaron en cuanto nació. Durante más de 75 años, ha estado atrapada en un ciclo interminable de guerra, terrorismo y amenazas existenciales. Sin embargo, ha prosperado hasta convertirse en el hogar de la mitad de los judíos del mundo. Israel, la nación moderna, es la “cereza” más sobrenatural sobre el “pastel milagroso” de la historia judía.
Quizás Alexander Hamilton lo dijo mejor:
“El progreso de los judíos… desde su historia más temprana hasta el presente ha sido y sigue siendo completamente fuera del curso ordinario de los asuntos humanos. ¿No es entonces una conclusión justa que la causa también sea extraordinaria? En otras palabras, que sea el efecto de un gran plan providencial”.
Rav Ken Spiro es conferencista en Aish HaTorá, Jerusalem. También es guía turístico autorizado por el Ministerio de Turismo de Israel. Es autor de "El Milagro de la historia judía", "WorldPerfect – The Jewish Impact on Civilization", "Crash Course in Jewish History" y "Destiny – Why a Tiny Nation Plays Such a Huge Role in History".
por Frank Turek
¿Cómo sabemos que Dios existe? Por los efectos de Dios — razonamos desde el efecto hacia la causa. Aquí hay tres de los efectos más importantes de Dios:
La única pregunta es: ¿qué pudo haber causado que el espacio, el tiempo y la materia cobraran existencia de la nada? Los ateos no pueden citar una causa viable. En cambio, parece que la causa debe trascender el espacio, el tiempo y la materia. Es decir, la causa parece ser sin espacio, sin tiempo e inmaterial, lo suficientemente poderosa como para haber creado el universo de la nada, suficientemente personal como para haber elegido crear, e inteligente como para haber podido hacer una elección. Nos estamos acercando a Dios.
Para comprender ese nivel de precisión, imagina apilar monedas de diez centavos a través de todo el continente desde Norteamérica hasta la luna (esto es más de 383.000 kilómetros). Haz lo mismo en mil millones de continentes más de continentes norteamericanos. Marca una moneda de diez centavos de color rojo, mezcla todas esas enormes pilas de monedas, véndale los ojos a un amigo y pídele que escoja una moneda. La probabilidad de que elija esa moneda roja es de 1 en 1040. Y eso es solo uno de aproximadamente una docena de números súper precisos relacionados con las leyes de la naturaleza. Si cualquiera de ellos fuera diferente, no existiríamos. La causa de estos efectos debe ser extremadamente inteligente y precisa.
Sin nuestro Creador, no habría una ley moral objetiva o un estándar más allá de nosotros mismos. Por lo tanto, no podríamos justificar por qué los nazis estaban equivocados y los aliados estaban en lo correcto. A menos que Dios exista, la criminalidad del Holocausto es sólo una cuestión de opinión humana. Pero dado que sabemos que fue incorrecto independientemente del punto de vista de cualquiera, debe existir un dador de la ley moral al que estamos obligados a obedecer. Esa ley moral es un efecto que proviene de Dios.
Sumando los atributos de la causa detrás de estos tres efectos, tenemos un Creador sin espacio, sin tiempo, inmaterial, poderoso, personal, inteligente y moral. ¡Para mí claramente se trata de Dios! Y no necesitamos ninguna clase de escritura para saber esto. Simplemente seguimos los efectos hasta su causa.
Dr. Frank Turek es un ex piloto militar de los Estados Unidos, autor o coautor galardonado de cinco libros: "I Don’t Have Enough Faith to be an Atheist", "Hollywood Heroes: How Your Favorite Movies Reveal God", "Stealing from God: Why Atheists Need God to make their Case", "Correct, Not Politically Correct", y "Legislating Morality".
por Yossi Klein Halevi
Aunque parezca oponerse al sentido común, mi fe en Dios comenzó con el Holocausto.
Crecí en Borough Park, un barrio de Brooklyn poblado por sobrevivientes del Holocausto que estaban reconstruyendo, en un microcosmos, el mundo destruido de la ortodoxia europea. Su motivación no era tanto la fe como la lealtad al pueblo judío, a sus padres mártires y a las futuras generaciones. Sin embargo, al reconstruir un mundo de fe, aseguraban que Dios siguiera siendo parte de la historia judía.
Después de la guerra, mi padre, un sobreviviente de Hungría, abandonó la observancia judía por un tiempo. “Dios no merecía nuestras plegarias”, exclamó. Al crecer entendí que su rebelión era, en realidad, una afirmación peculiarmente judía de la fe. Mi padre no dudaba de la existencia de Dios; su negativa a rezar era un acto de protesta. Precisamente porque Dios era todopoderoso, podría haber evitado el Holocausto.
Mi momento revelador de fe ocurrió alrededor de mi bar mitzvá, cuando vi por primera vez la ahora famosa fotografía de un judío, con talit y tefilín, rodeado por hombres de las SS que presumiblemente están a punto de dispararle. Entendí esa fotografía como una disputa teológica entre dos visiones opuestas del mundo: los soldados alemanes insistían en un universo vacío, sin responsabilidad moral, mientras que el judío afirmaba un mundo intencionalmente creado. Confié en el judío como el testigo más confiable sobre la naturaleza de la realidad.
La persistencia misma de la fe era su propia vindicación. Los nazis habían adoptado el desafío pagano contra los judíos: ¿Dónde está tu Dios invisible? La respuesta de los sobrevivientes entre los que crecí era: Aquí está Dios, en nuestra obstinada lealtad.
Lo más importante es que los sobrevivientes religiosos creían en la existencia y perdurabilidad del alma. Sus familias y amigos les habían sido arrebatados sólo temporalmente; el alcance del mal se limitaba a este mundo. Al crecer, no tenía claro qué significaba “Dios”, pero sabía que mi existencia no se limitaba a un cuerpo.
El Holocausto me mantenía simultáneamente anclado en este mundo, como judío (constantemente alerta ante la amenaza, preocupado por la supervivencia), mientras me recordaba su inherente absurdo. El Holocausto fue un evento tan extraño, tan irracional, que trastornó mi fe en la razón y me enseñó a desconfiar del mundo tal como lo experimentan los sentidos. Sospechaba (intuitivamente lo sabía) que debía haber algo más.
Tanto el nihilista como el místico comparten el mismo punto de partida: Este mundo de sufrimiento y muerte es absurdo. Pero mientras que el nihilista se rinde ante la locura, el místico busca una realidad alternativa. Estudiar las enseñanzas místicas del judaísmo y de otras religiones, confirmado por las percepciones de la física sobre la solidez engañosa del mundo físico, me llevó a la meditación contemplativa.
El camino espiritual insiste en que la fe por sí sola no es un sustituto para la experiencia. La meditación me ofreció un atisbo de una realidad expandida, un mundo fluido de energía y luz, en el que lo que reemplaza la conciencia fragmentada es la experiencia de la unidad que llamamos Dios. Más allá de ese punto, hay silencio.
Yossi Klein Halevi es un autor galardonado, miembro del Instituto Shalom Hartman en Jerusalem, columnista en medios de comunicación líderes, y codirector de la Iniciativa de Liderazgo Musulmán.
por Rafael Shore
La mayoría de las personas luchan con uñas y dientes por vivir más tiempo cuando se les acerca la muerte, pero a veces es difícil apreciar cada hermoso día en el camino. Mientras “estoy aquí”, trato de atesorar los profundos placeres del amor, el significado, el ser bueno y hacer una diferencia positiva.
¿Por qué siento, y sé, que la vida tiene sentido? ¿Por qué me impulsa ser bueno? ¿Por qué necesito y doy amor? Los animales no lo hacen. Los animales están impulsados sólo por instinto; no tienen comprensión ni necesidad de significado, amor verdadero o moralidad.
La ley natural del reino animal es que el más fuerte es el que tiene razón y sólo sobreviven los más aptos, lo que significa que no hay nada deplorable en la actividad mundana de un animal destrozando a otro salvajemente para el almuerzo. Todos reconocemos que sería una barbarie que los humanos se comportaran de esta manera.(1)
Ser humano es elevarse por encima de tales instintos y comportamientos animales para ser más. Sí, tenemos cuerpos e instintos animales, pero no somos simples animales. Los animales no eligen. Nosotros sí. Somos animales conscientes, con libre albedrío, con una profunda necesidad de significado y de ser buenos.
Esto se debe a que tenemos un alma. Somos seres híbridos, cuerpo-alma. Y si tenemos un alma, entonces este mundo no es puramente material; tiene un aspecto espiritual. No hay explicación posible para la existencia de nuestra alma más que la de que fue deliberadamente creada. La evolución aleatoria –el azar– sólo puede intentar explicar el mundo material, no lo que está más allá de lo físico.
El materialismo no puede explicar cómo comenzó nuestro universo. Incluso si pudiera, la evolución aleatoria no puede explicarnos cómo comenzó la vida, incluso en su forma más simple. La probabilidad de que las condiciones del universo fueran las adecuadas para eso es matemáticamente imposible. El azar no puede explicar cómo un organismo simple como una célula cobró existencia, “se digitalizó” con un sofisticado código de ADN y luego evolucionó hacia una vida humana compleja. Sir Fred Hoyle, el astrónomo que acuñó el término "Big Bang", ofreció su famosa analogía del “tornado en un depósito de chatarra”, que compara la posibilidad de que la evolución química aleatoria produjera la primera célula de la vida de algo sin vida con “la posibilidad de que un tornado que pasa por un depósito de chatarra pueda ensamblar un Boeing 747”.
Entonces, ¿cómo explicamos nuestro universo, la vida, la complejidad humana, nuestra necesidad de significado, propósito, moralidad y amor? La naturaleza humana siempre desarrollará respuestas no científicas y, a veces, absurdas a este rompecabezas, porque la única respuesta que tiene sentido conlleva obligaciones que pueden ser difíciles de soportar.
Si no somos animales, somos humanos, y eso significa que somos responsables. Eso da miedo. ¿Cómo más explicamos nuestra vida? Sólo nuestra alma, y un diseñador inteligente (llamemos a ese Diseñador Dios) explican la maravilla. La vida es un regalo hermoso, incluso con, y especialmente por, la responsabilidad. Estoy profundamente agradecido de que Dios me haya informado de este maravilloso regalo.(2)
Rav Rafael Shore es rabino, educador y productor de cine galardonado. También es el fundador de Clarion Project, una organización sin fines de lucro dedicada a educar al público sobre las amenazas del extremismo y proporcionar una plataforma para que las voces musulmanas moderadas eduquen e inspiren.
por Barak Lurie
Una vez fui un ateo declarado. Había decidido que Dios era una herramienta para manipular a las masas. Hombres perversos escribieron la Biblia para su propio engrandecimiento. También conocía toda la terrible historia: el cristianismo, en particular, había sido culpable de las Cruzadas, la Inquisición, abusos de sacerdotes y más.
¡Oh, el horror!
Así que descarté a Dios. Cualquiera que creyera en Dios era un tonto, buscando respuestas tranquilizadoras en un universo indiferente y brutal.
Vivían con miedo. Yo no.
Pero las preguntas me acosaban. Sabía que tenía libre albedrío y conciencia. ¿Cómo y por qué tenemos tales cosas? ¿Cuáles son las probabilidades de que el Big Bang haya resultado en el universo que tenemos ahora? ¿Cuáles son las probabilidades de que la Tierra pudiera formarse como lo hizo, con todas las perfecciones de su capa de ozono, su rotación bloqueada por nuestra luna para crear estaciones, una distancia perfecta del sol y una ubicación perfecta en la Vía Láctea? ¿Cuáles eran las probabilidades de que la vida se formara, y mucho menos una vida que pudiera reproducirse, evolucionar en muchos animales y culminar en un ser humano autoconsciente capaz de hablar y pensar abstractamente?
Y si la supervivencia y la necesidad explicaran todo, ¿cómo se podía explicar nuestro amor por la música, el arte, la belleza, el humor y la narrativa? ¿Qué pasa con nuestra necesidad de propósito, creación y felicidad? Ninguna de estas cosas es necesaria para nuestra supervivencia.
Tuve que concluir una cosa: sin importar cómo comenzó el universo y la vida, el azar no podía explicarlo. Este fue el momento más difícil en mi camino hacia Dios. Comprendí que, como ateo, no es que no creyera en Dios, sino que no quería creer en Dios. Sin Dios, no había obligación con el pasado ni con el futuro, sólo con lo que me apeteciera hacer en el presente. Quería creer que mi vida era finita y desaparecería como la llama en una vela. La vida estaba limitada al tiempo entre el amanecer de mi nacimiento y el atardecer de mi muerte.
¿Por qué? Porque era más fácil.
Descartar a un Creador me permitió vivir en un mundo donde podía embriagarme, tener sexo y hacer lo que me diera la gana: robar, mentir e incluso matar.
Pero con Dios en mi vida, tendría que rendir cuentas. Hubo vida antes de mi amanecer, y vi que habría vida más allá de mi atardecer. Lo que hago importa, no sólo en esta vida, sino más allá. Tengo obligaciones con el pasado, con el futuro y con la Civilización. No fue simplemente una decisión de creer o no creer, fue una epifanía que sacudió todo mi sentido de la vida y del universo. Me obligó a cambiar quien era. Sí, fue una carga, pero también fue significativo y glorioso.
El sesgo de mi ateísmo nubló mi mente, impidiéndome considerar la ciencia real, la lógica verdadera y la observación simple. El ateo se ciega a lo que tiene frente a él, comenzando con su propia voluntad libre y su conciencia.
Pero es más fácil.
Barak Lurie es socio director de la firma Lurie & Kramer en Los Ángeles, California. Obtuvo su licenciatura con honores en la Universidad de Stanford en 1985, y su título de abogado y su MBA en la Facultad de Derecho de UCLA y la Escuela de Negocios Anderson en 1989. Fue el presentador del programa radial "The Barak Lurie Show", un programa de radio número 1 los domingos por la mañana en Los Ángeles. Barak también presenta el podcast semanal “Barak Lurie Podcast” y es autor de los bestsellers "Atheism Kills" y "Rise of the Sex Machines".
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