¿Por qué en el judaísmo no hay cárceles?

26/09/2024

3 min de lectura

Algo interesante ocurre cuando se encuentran el infractor y el afectado.

La ley judía está estructurada de modo tal que nadie está totalmente protegido de lo más bajo de la sociedad: de los marginales, los "desposeídos", incluso de los criminales.

En ninguna parte esto queda más claro que en el caso del siervo hebreo, el eved ivrí. Un ladrón que no puede devolver ni pagar el valor del objeto robado se convierte en un eved ivrí, un "siervo contratado". En el judaísmo no hay cárceles. En cambio, la corte "vende" los servicios del ladrón a un "amo".

En general, son las familias más acomodadas las que pueden permitirse tener un sirviente. Irónicamente, el ladrón vive ahora entre personas exitosas, que siguen las reglas del juego y que se educaron en un oficio o negocio para garantizar no ser nunca necesitadas. Para el ojo desinformado, puede parecer muy arriesgado para la familia o cruelmente vergonzoso o denigrante para el ladrón que es contratado para vivir entre niños mimados y esnobs. Pero este no es el fin de la historia.

Si lo examinamos más profundamente, surge una imagen diferente. El amo debe tratar al ladrón como si formara parte de su propia familia. El ladrón se sienta en la misma mesa y come lo mismo que su amo. El amo debe mantener a toda la familia del ladrón y pagarle una generosa indemnización cuando expira su servidumbre. Si en la casa hay sólo una almohada, el amo se la debe dar al siervo antes que usarla él mismo. De hecho, el Talmud dice: "Quien adquiere un siervo, ha adquirido un amo".

¿Y qué ve el ladrón? Ve una familia funcional con buenos modelos de conducta que nunca antes vio. Adquiere habilidades, experiencia, consejos y orientación. Escucha las perlas de sabiduría que los padres comparten con sus hijos en cientos de conversaciones en la mesa mientras cenan. Sabiduría sobre el trabajo, la perseverancia, el manejo del dinero, la honestidad, el respeto, la paciencia, las metas, las habilidades sociales, ser fiel a uno mismo y, lo más importante de todo, el orgullo por lo que han conseguido y lo que son.

De esta manera, el ladrón aprende los medios y adquiere capital emocional para alcanzar una seguridad económica y triunfar en la vida de una forma acorde con la ley.

Esto no sólo rehabilita al ladrón, sino también a la sociedad.

Pero ahí no acaba la historia. ¿Qué ve la familia del amo? Por primera vez, esta familia privilegiada ve cómo vive la otra parte de la sociedad, sin las ventajas, las oportunidades y la suerte que la familia acomodada daba por sentadas hasta que el ladrón los "educó". Aprenden que los roles hubieran podido ser inversos y que, de hecho, la suerte a menudo cambia. Comprenden que en cierto sentido la sociedad le ha fallado a ese individuo. Sienten empatía y hay un nuevo sentimiento de obligación por ayudar a mejorar la situación del ladrón.

En el proceso, no sólo se rehabilita el ladrón, sino también a la sociedad. No podemos encarcelar a toda una sociedad civil. Lo que ocultamos bajo la alfombra vuelve para atormentarnos.

Una lección valiosa para las Altas Fiestas

Esta dinámica nos enseña una valiosa lección al prepararnos para las Altas Fiestas y reflexionar sobre nuestras relaciones interpersonales. ¿Podemos detenernos antes de alejar a alguien de nuestra vida por un "crimen" que creemos que cometió en nuestra contra? ¿Podemos entender el impulso vulnerable que lo llevó a ese punto tan bajo? Y, todavía más difícil, ¿podemos tomar conciencia de nuestro propio impulso vulnerable, de nuestra propia reacción exagerada ante su ofensa?

Si es demasiado difícil de entender, ¿podemos al menos admitir que no lo entendemos y preguntar: "¿qué quisiste decir?"? ¿Podemos al menos desear entenderlo?

En el juego de la vida no existe "ir a la cárcel". No podemos evitar a aquellos que nos hacen daño. Cuando intentamos alejarlos de nuestra vida, arrastramos a nuestra familia y amigos a gran tensión, engendrando generaciones de distanciamiento por razones que nadie recuerda.

Que este nuevo año el amo y el ladrón, el ofensor y el ofendido, puedan encontrarse y aprender el uno del otro. Y que al mirarse a los ojos, ambos vean en el otro lo que podría haber sido, y lo que todavía puede ser, para tratar de comprenderse y reconciliarse.

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Alejandro
Alejandro
3 meses hace

Nunca había escuchado algo tan ideológicamente práctico y edificador; el perdón y el amor es el centro de sanación después de la ofensa, de la mala decisión. Siento que crezco espiritualmente aprendiendo estás innovadoras cosas

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