Siéntate en una mesa de Shabat y verás que antes de repartir pan a cada invitado, el anfitrión le pone un poco de sal. Una razón para esto es que, en generaciones pasadas, el pan no siempre era muy sabroso y agregarle sal incrementaba el disfrute de comerlo, lo que a su vez aumentaba el disfrute del Shabat.
Pero incluso en nuestra generación, con la abundancia de pan sabroso, aún tenemos la costumbre de ponerle sal. Hay una razón más profunda para esto, conectada con el requerimiento de aplicar sal a cada sacrificio y ofrenda que se llevaba al Templo que estuvo de pie en Jerusalem hace 2.000 años. Incluso en la ausencia del Templo, la sal sigue jugando un rol significativo en nuestras vidas modernas, basado en una enseñanza del Talmud que dice: “Cuando no hay Templo, la mesa de una persona —sobre la cual alimenta a los pobres— expía por él”.
Nuestra mesa tiene un rol central en la vida judía moderna, tal como lo tuvo el altar en la antigua Israel. Nos congregamos alrededor de nuestra mesa con familia y amigos para compartir juntos la comida, conversar y, específicamente en Shabat, cantar juntos. Si nuestra mesa es como un altar, entonces la comida que ponemos sobre ella es como las antiguas ofrendas. Y así como las ofrendas en el Templo requerían sal, también nuestro pan, el alimento más esencial que comemos, requiere sal.
En hebreo, la palabra para 'pan', lejem, y la palabra para 'sal', mélaj, contienen exactamente las mismas letras, lo que significa que hay una relación inherente entre ellas. De acuerdo con la Cábala, la sal representa la 'severidad divina' mientras que el pan representa la 'bondad divina'. Esa es la razón por la cual NO espolvoreamos sal sobre el pan, sino que untamos el pan en la sal. Queremos que la 'bondad divina' esté por sobre la 'severidad divina' y no al revés.
También la palabra en hebreo para 'compasión', jemlá, tiene las mismas letras que pan y sal. Cuando compartimos el pan que sumergimos en la sal con aquellos que lo necesitan, propagamos compasión en el mundo y nuestras mesas se convierten en el vehículo para la expiación de esos momentos en los que estamos demasiado enfocados en nosotros mismos y no lo suficiente en los otros.
Esta idea también se encuentra reflejada en un ritual que se realiza al final de la comida, maim ajronim, cuando nos lavamos sólo los dedos con una pequeña cantidad de agua antes de recitar la bendición final por la comida. De acuerdo con el Talmud, esto se hace para quitar cualquier sal extra que pudiera haber quedado en los dedos. En la Israel antigua, la sal de la región de Sodoma era especialmente fuerte. Existía la preocupación de que parte de esa sal hubiera sido usada en la comida, y si no se lavaban bien los dedos y la persona tocaba sus ojos, la sal podía llegar a dañarlos.
En un nivel más profundo, los habitantes de la antigua ciudad de Sodoma se caracterizaban por no estar dispuestos a ayudar a otros. Al lavarnos los dedos al final de la cena, metafóricamente quitamos ese egoísmo de nuestras vidas y recordamos el valor de ayudar a los demás.
La comida que comemos en nuestra mesa idealmente tiene la intención de mantenernos sanos y alargar nuestra vida. Así también la sal tiene la cualidad especial de preservar los alimentos, extendiendo su vida más allá de sus límites naturales. Una de las enseñanzas más centrales del judaísmo es: “escoge la vida”, y se nos alienta —incluso se nos ordena— a tomar elecciones que extiendan nuestra vida tanto en sentido literal (vivir lo máximo posible), como figurativamente (vivir una vida llena de significado y propósito).
La sal también tiene la cualidad de mejorar el sabor que ya está presente en los alimentos. A diferencia del azúcar, que cubre y cambia el sabor esencial del alimento, la sal resalta lo que ya está allí. Esta es una excelente metáfora para la vida, especialmente para los padres al educar a sus hijos: nuestro trabajo no es cambiar a las personas, sino ayudarlas a sacar a la luz quienes realmente son.
Excelente