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¿Por qué seguir lamentando la destrucción de un edificio que ocurrió hace tanto años?
Durante casi dos mil años, el pueblo judío ha llorado por la destrucción del Templo en Jerusalem. En cada boda judía, en el momento de mayor alegría cuando concluye la ceremonia, rompemos una copa para recordar su pérdida. Los judíos rezamos cada día por la reconstrucción de Jerusalem y su corona, el Templo. Cada año, en el verano, los judíos observan un período de duelo de tres semanas, que culmina con el día más triste del año judío, Tishá BeAv, el nueve de av, cuando ayunamos y lamentamos la destrucción de ambos Templos.
Esto nos obliga a preguntar: ¿Por qué no podemos superarlo de una vez? ¿Por qué no seguir adelante? ¿Por qué seguir de duelo por la destrucción de un edificio que ocurrió hace tantos años?
La raíz de esta pregunta se encuentra en una falta de entendimiento del significado del Templo para la vida judía y del profundo poder del duelo.
Rav Iaakov Weinberg zt"l, el gran Rosh Ieshivá de Ner Israel en Baltimore, dio una profunda analogía que capta la profundidad de esta pérdida. Imagina a una persona ciega que, sin haber tenido nunca la capacidad de ver, cree que no le falta nada. Él nunca vio una puesta de sol, nunca miró los ojos de su esposa y nunca vio la sonrisa en el rostro de su hijo. Sin embargo, está convencido de que no carece de nada. Si le ofrecieran in procedimiento que puede devolverle el don de la vista, él lo rechazaría porque no piensa que le falta algo.
La verdadera tragedia no es su ceguera sino su completa falta de conciencia de lo que en verdad le falta.
Asimismo, nos hemos acostumbrado tanto a un mundo sin el Templo que no podemos entender por completo qué es lo que nos falta. Esta falta de conciencia es una tragedia en sí misma. Si valoráramos la enormidad de la perdida, anhelaríamos su reconstrucción y la subsiguiente redención.
Una conmovedora historia que ocurrió cuando se reconquistó el Muro Occidental en 1967 ilustra este concepto. Cuando el Kótel pasó a manos judías por primera vez desde 1948, fue un momento lleno de significado y emoción. David, un soldado no religioso, empezó a llorar desconsoladamente. Su amigo, que había crecido en el mismo kibutz, le preguntó: "¿Por qué lloras? Tú y yo crecimos siendo laicos. Este Muro no significa nada para nosotros".
David le respondió: "Lloro porque no sé por qué debería llorar". Quizás sus lágrimas también reflejaban un profundo, aunque inconsciente, sentimiento de pérdida de algo que no podía comprender del todo.
El dolor que sentimos no es sólo por la pérdida de un edificio, sino que refleja un profundo anhelo de completitud espiritual y unidad, lo que en un momento personificaba el Templo.
El Templo servía como una conexión entre lo espiritual y lo físico, el punto de contacto donde se besaban el cielo y la tierra. Allí se reunía el pueblo judío para sentirse cerca de Dios y de los otros judíos, reforzando su identidad y su fe colectiva. Los servicios diarios, el encendido de la menorá y las ofrendas no eran sólo rituales sino actos que unificaban a la nación en su devoción y sus valores compartidos.
La destrucción del Primer Templo por los babilonios en el año 586 AEC y del Segundo Templo por los romanos en el año 70 EC fueron eventos catastróficos que alteraron esta unidad espiritual y nacional. La pérdida no fue sólo física sino también profundamente espiritual, simbolizando el corte de una línea directa con lo divino y la desintegración de la cohesión comunitaria.
Nuestro duelo hoy es un anhelo por el estado ideal que representaba el Templo. No lloramos por algo que pasó hace miles de años, sino que lloramos por las catastróficas consecuencias de esa destrucción que siguen impactando sobre el mundo actual.
No lloramos por algo que pasó hace miles de años, sino que lloramos por las catastróficas consecuencias de esa destrucción que siguen impactando sobre el mundo actual.
Independientemente de la referencia que se utilice, el mundo actual está profundamente perturbado. Miramos a nuestro alrededor y nos preguntamos: ¿cómo llegamos hasta aquí? El principio del desmoronamiento que nos llevó a la situación actual es la pérdida del Templo.
En nuestras plegarais diarias, expresamos nuestro anhelo por la restauración del Templo, imaginando una época en la que la paz, la justicia y la Presencia Divina se hagan una realidad plena en nuestro mundo. Este duelo es un reconocimiento de las imperfecciones actuales de nuestra vida y del mundo que nos rodea, y la esperanza de un futuro en el que esos vacíos se colmarán, cuando el sentido y la claridad moral serán evidentes para todo el mundo.
Cuando alguien sufre una pérdida, existe la tendencia de tratar de callar el dolor y seguir adelante. Los amigos bien intencionados tratan de ayudarnos a distraernos, nos dicen que debemos "seguir adelante" y nos recuerdan que "el tiempo cura todas las heridas". Pero el tiempo no cura todas las heridas.
El judaísmo nos alienta a desarrollar un marco mental de crecimiento, no sólo en los momentos felices sino también cuando tenemos dolor y sufrimiento. Un estado mental fijo ve la pérdida y el fracaso como condiciones permanentes. En contraste, un marco mental de crecimiento ve al fracaso como oportunidades para aprender y crecer, para comprender la enormidad de nuestra pérdida y usar ese entendimiento para cambiar el fin de nuestra historia.
No hay emociones malas, la tristeza es difícil pero no es mala. Necesitamos la tristeza para ayudarnos a cambiar el estatus quo y valorar la alegría.
Cuando fallece un ser querido, no seguimos adelante ni fingimos que la persona no partió del mundo. No sofocamos el dolor: lo aceptamos a través de la práctica de la shivá, pasando una semana enfrentando la perdida y recordando a nuestro ser querido. De este modo, podemos procesar el dolor y aceptar nuestra nueva realidad. Al concentrarnos en nuestra pérdida, por difícil que sea, reconocemos y recordamos quién era esa persona y comprendemos la profunda pérdida que quizás dimos por sentada.
Similarmente, no nos limitamos a superar la pérdida del Templo. Lloramos y guardamos duelo activo por nuestra pérdida para poder apreciar lo que perdimos y lo que tenemos que hacer para regresar a ese lugar.
Guardamos duelo activo por nuestra pérdida para poder apreciar lo que perdimos y lo que tenemos que hacer para regresar a ese lugar.
Este reflejo de nuestra pérdida colectiva llevó a la respuesta del pueblo judío a nuestro exilio y a la destrucción del Templo. A pesar de la pérdida, el judaísmo no colapsó sino que se adaptó, encontrando nuevas maneras de mantener la vida comunitaria y espiritual a través de las sinagogas, el estudio y las plegarias.
Tishá BeAv es un día de profunda reflexión sobre las causas de la destrucción del Templo. Nuestros Sabios enseñan que la causa principal fue el odio infundado y las discordias comunitarias. Esta reflexión nos alienta a adoptar un marco mental que busca aprender de los errores del pasado.
Al conmemorar la destrucción del Templo, nos recordamos la importancia de esforzarse por un futuro mejor mientras encontramos significado y conexión en el presente. El recuerdo del Templo nos alienta a construir puentes dentro de nuestras comunidades, a alentar un espíritu de crecimiento, y a mantener las esperanzas, incluso en momentos de adversidad.
Nuestro duelo por el Templo no es sólo un recuerdo del pasado sino un llamado a esforzarnos por un presente mejor y por un futuro todavía más brillante. Al reflexionar sobre los temas de unión, resiliencia, y esperanza que representa el Templo, podemos encontrar inspiración para enfrentar los desafíos de la vida moderna y trabajar paras llegar a un mundo más conectado y armonioso.
Imagen principal: Yoram Raanan. Visita su sitio web en https://www.yoramraanan.com/
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