¿Qué significa ser una buena persona según el judaísmo?

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El indulto de Cuomo, el perdón de Dios y la expiación de Iom Kipur.

En su último día como gobernador de Nueva York, Andrew Cuomo indultó a seis personas. Una de ellas fue David Gilbert, un judío que cumplió 40 de los 75 años de prisión a los que fue condenado por tres acusaciones de homicidio. En 1981, junto con miembros del Black Liberation Army (ejército de liberación negra) y otros compañeros del grupo de izquierda radical Wheather Underground, David Gilbert condujo el coche en el que huyeron tras un asalto a mano armada de un vehículo blindado de Brinks. El objetivo de David Gilbert no era acumular riqueza personal, sino financiar sus amadas causas políticas. Durante la operación fueron asesinados dos oficiales de policía y un guardia de Brinks.

Leí la noticia y me estremecí. David Gilbert y yo anduvimos por un camino similar en los años 60. Al igual que David, yo crecí en un hogar judío de clase media, él en un barrio de Boston, yo en un barrio de Filadelfia. Al igual que para David, mi primera inspiración fue la visión de Martin Luther King.

Al igual que David, mis primeras incursiones en la protesta social fueron en el movimiento de derechos civiles a comienzos de los sesenta. Cuando tenía 16 años, sostuve por primera vez un letrero en una manifestación por los derechos civiles frente al Hall de la Independencia de Filadelfia. Recuerdo la fuerza de la adrenalina al sentir que estaba luchando por una causa justa.

Al igual que David, me uní al ala izquierdista radical de S.D.S. para protestar contra la guerra en Vietnam y otras injusticias sociales. Sin embargo, yo viví felizmente las últimas cuatro décadas en Jerusalem, mientras que él vivió detrás de las rejas.

Al igual que David, yo era una buena estudiante y entré a una universidad de primer nivel. Él entró a Columbia y yo a Brandeis. Al igual que David, me uní al ala izquierdista radical de S.D.S. (Students for a Democratic Society – estudiantes por una sociedad democrática), para protestar contra la guerra en Vietnam y otras injusticias sociales. (De hecho, David, cuatro años mayor que yo, fundó la nueva rama de S.D.S. en Columbia en 1965).

Sin embargo, yo viví felizmente las últimas cuatro décadas en la Ciudad Vieja de Jerusalem, mientras que él vivió detrás de las rejas. ¿Qué fue lo que hizo que nuestros caminos divergieran?

Yo era una miembro entusiasta de S.D.S. Me oponía apasionadamente a la guerra en Vietnam, y a todos aquellos que la apoyaban. En octubre de 1967, me uní a una marcha de 100.000 personas hacia el Pentágono. Después de un concierto de nuestro ídolo Phil Ochs y de los discursos en el Lincoln Memorial, cincuenta mil marchamos hacia el Pentágono. Tomados de los brazos, escuchamos las advertencias que daban a las mujeres de quitarse los pendientes colgantes para que los soldados no jalaran de ellos cuando las cosas se pusieran violentas.

El Pentágono estaba rodeado por una línea protectora de soldados armados de la 82 División Aerotransportada. Yo no era uno de las "niñas de las flores de paz y amor", que tiernamente depositaban flores en los cañones de los rifles de los soldados. Pero al mismo tiempo, hervía de odio hacia el presidente Lyndon B. Johnson y el complejo militar-industrial que se benefició de la guerra.

El Poder de la Flor, foto de Bernie Boston, tomada durante la "marcha en el Pentágono" el 21 de octubre de 1967.

Cantamos: "¡Oye, oye, LBJ! ¿A cuántos niños mataste hoy?" y tratamos de entrar a la fuerza al Pentágono. Nos empujaron hacia atrás con gases lacrimógenos, pero todo el tiempo nos reagrupábamos y seguíamos avanzando.

Eventualmente, una falange de estudiantes de Brandeis logró quebrar la línea de soldados y llegar a las puertas del Pentágono. Las puertas se abrieron y salieron soldados armados, que atacaron a los estudiantes con las culatas de sus rifles. En los autobuses de regreso a Brandeis hubo muchos estudiantes heridos y vendados, pero todos sentíamos la emoción de defender una causa justa.

Amor y odio

A medida que pasaban los meses y las protestas, algo comenzó a molestarme. Nuestros encuentros semanales de S.D.S. eran copresididos por Leonard, un graduado de ciencias políticas mal humorado y calvo, y Phyllis, una estudiante de sociología con un austero corte de cabello estilo paje y una boca muy grande, que por lo general estaba abierta. Leonard y Phyllis nunca se dirigieron mutuamente una palabra civilizada, y nuestros encuentros de S.D.S. por lo general terminaban degenerando en peleas a los gritos entre ambos.

Phyllis era una judía socialista de clase media, dedicada a una versión suavizada y benigna del comunismo ruso con una buena dosis de libertades civiles mezcladas. Leonard, por otro lado, era un miembro acreditado del Partido Laborista Progresista, que consideraba al comunismo chino (maoísmo) como su ideal. Estas dos ideologías dividían a nuestro grupo de S.D.S. De alguna manera, el odio que teníamos hacia nuestros enemigos se apodero también de nuestra rama de S.D.S.

Traté de entender lo que estaba ocurriendo. Los recovecos de mi corazón estaban claramente divididos entre el amor a los pobres y los campesinos vietnamitas atacados con napalm y el odio a las fuerzas armadas, el Pentágono, el gobierno de los Estados Unidos, Dow Jones (que fabricaban napalm), el complejo militar-industrial, todos los republicanos, los demócratas que apoyaron a Lyndon B. Johnson y todos los que se encontraban a mi derecha.

En síntesis, el número de las personas que odiaba superaba por mucho a las personas que amaba, en una proporción muy vasta.

Si amábamos tanto, ¿por qué estábamos tan repletos de odio?

Sin embargo, en nuestros encuentros de S.D.S. nos considerábamos compasivos, repletos de amor, alineados contra los crueles e insensibles mercenarios de la guerra. Pero si amábamos tanto, ¿por qué estábamos tan repletos de odio? Probablemente nunca hubiera prestado atención a esta incongruencia si Leonard y Phyllis no se hubieran atacado con tanta malicia, lo que finalmente me llevó a preguntarme: "¿Cómo es posible que el amor a los campesinos vietnamitas, a quienes nunca conocimos, pueda separarnos de las personas con quienes vivimos a tal punto que llegamos a odiarlas?".

Esta inconsistencia entre los elevados ideales y el comportamiento cotidiano me carcomió hasta que finalmente me alejé de S.D.S.. Entonces me embarqué en una búsqueda espiritual que me llevó a la India y finalmente al judaísmo de la Torá.

Ser bueno se demuestra en los actos

La Torá no habla de "ideales grandiosos" sino de "acciones concretas". De acuerdo con Maimónides, el mandamiento básico de "Ama a tu prójimo como a ti mismo", se cumple de tres maneras:

  1. Al proveer sus necesidades físicas (alimento, vestimenta, atención médica, etc.)

  2. Al tratarlo con respeto

  3. Al hablar bien de él

Yo puedo ser partidaria de la creencia en un amor universal, pero si ignoro los pedidos de caridad para los enfermos o para las personas sin hogar, si trato a los miembros de mi familia con desprecio y hablo con malicia de mi molesto vecino, entonces mi amor es una farsa. Estas acciones meticulosas son las que debemos examinar en estos días previos a Iom Kipur.

La tradicional liturgia de Iom Kipur contiene la repetición de una confesión (ante Dios, no ante otro ser humano) de pecados tales como:

  • Endurecer el corazón (no dar caridad al necesitado)

  • Hacer trampa en los negocios

  • Usar el poder, la posición o la influencia personal para dañar a otras personas

  • Cobrar intereses por un préstamo

  • Envidiar lo que posee otra persona o desearle algo malo por sentir envidia

  • Despreciar a los demás

  • La explotación sexual

  • Juzgar a los demás negativamente

  • Hacer publicidad falsa

  • Burlarse de otros

  • Mentir

  • Odiar a otros

  • Abusar financieramente de socios o empleados

Si ignoro los pedidos de caridad para los enfermos o para las personas sin hogar, si trato a los miembros de mi familia con desprecio y hablo con malicia de mi molesto vecino, entonces mi amor es una farsa.

Durante los Diez Días de Arrepentimiento entre Rosh Hashaná y Iom Kipur, debemos examinar nuestras vidas. Cuando identificamos nuestros propios errores, se supone que debemos admitirlos, arrepentirnos por ellos y hacer un plan concreto para cambiar. Si hemos dañado a otra persona, también debemos pedirle perdón mencionando nuestro error. No decirle: "Si hice algo que te lastimó, por favor perdóname". Sino: "Lamento la vez que te grité/insulté/avergoncé. Por favor, perdóname".

Nuestros actos cotidianos son los pixeles que forman la imagen de lo que somos. El judaísmo ofrece el emocionante prospecto de poder cambiar lo que somos. Si nos dedicamos con sinceridad a hacer teshuvá, a arrepentirnos, Dios nos perdonará. El proceso de teshuvá, de cambiar nuestros actos, en verdad puede cambiar las partes desagradables de la imagen.

Valora los ideales elevados, pero enfócate en tus actos de cada día. Y nunca dejes que el amor se convierta en una excusa para el odio.

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