Ser padres
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¿Cómo el modo en que vives hoy afecta la realidad eterna?
¿Eres solamente un cuerpo, o un cuerpo y un alma? La mayoría de la gente respondería, “Soy un cuerpo y un alma”. Pero, ¿lo decimos en serio? ¿Vivimos nuestras vidas y tomamos decisiones como si cada uno de nosotros fuera no solamente un cuerpo, sino un cuerpo y un alma?
En ciertos momentos de nuestras vidas nos reconectamos con nuestras almas. Una boda es una experiencia espiritual para los novios, un nuevo comienzo a partir de la unión espiritual bajo la jupá, el palio nupcial.
Para muchos, ir a Israel es una experiencia que cambia la vida, una experiencia de conectarse con la tierra, con la gente y con el legado que es parte de cada judío.
El nacimiento de un hijo es un momento que sacude el alma. Somos testigos del milagro de la creación, de la maravilla de una vida nueva, y sentimos la impresionante responsabilidad de guiar a través de la vida a este pequeño ser milagroso.
En una noche al aire libre, mientras miramos hacia arriba, hacia el cielo estrellado, realmente podemos ver la eternidad. Un sentimiento de trascendencia nos estremece.
La muerte misma nos pone en contacto con nuestras almas. ¿Para qué estoy viviendo?
Una experiencia cercana a la muerte puede ser una dramática confrontación con el alma. Las personas no se recuperan de este tipo de experiencias sin darse cuenta de que les ha sido dada otra oportunidad. Posteriormente, cada nuevo día posee un nuevo significado, y cada relación casual se torna preciosa.
La muerte misma nos pone en contacto con nuestras almas. Nadie se para en un funeral y piensa sobre el menú para la cena. Todo el mundo piensa, “¿De qué se trata la vida?”, “¿Para qué estoy viviendo?”, “¿Hay algo más allá de este mundo?”.
En el fondo sabemos que somos almas. Cuando miramos a los ojos de alguien que amamos, lo que vemos no es un cúmulo casual de moléculas. Amamos la esencia de esa persona, y esa esencia es lo que llamamos una neshamá, un 'alma'.
“Dios moldeó al hombre con polvo de la tierra, e insufló en su nariz un hálito (alma) de vida” (Génesis 2:7).
El alma es eterna, en contraposición a la existencia del cuerpo que es temporal. Cuando Dios decide que el tiempo de una persona en la Tierra ha terminado, Él toma de vuelta el alma y el cuerpo vuelve a la tierra, completando el ciclo de la creación (“…del polvo al polvo”). Porque en el comienzo, Adam, el primer hombre, fue creado con el polvo de la tierra.
La esencia de nuestros seres queridos, la bondad y las cualidades especiales que poseen, la parte de ellos que hizo elecciones nobles en la vida, que realizó buenas acciones y afectó las vidas de otros —la neshamá— va a un mundo de infinito placer. En ese mundo, los sufrimientos físicos no existen, y las almas se regocijan en la luz de su Creador, disfrutando de la recompensa por todo lo que hicieron aquí en la tierra.
¿Pero qué tipo de elecciones y acciones son las que importan? ¿Las de las personas que salvaron vidas, que condujeron ejércitos a la victoria, que descubrieron curas para enfermedades? Sí, estas personas disfrutan un lugar en el Mundo Venidero, pero también aquellos que condujeron sus vidas de un modo más simple, que hicieron actos de bondad en silencio y marcaron una diferencia en aquellos que estaban a su alrededor. Tal vez lo que ellos hicieron no estuvo en la portada de los diarios, pero los actos pequeños también tienen mérito, y pueden significar una eternidad de los placeres más intensos en el Mundo Venidero.
Lo que estamos experimentando ahora es llamado Olam hazé (Este mundo), mientras que el próximo mundo es referido como Olam habá (Mundo venidero). Estamos familiarizados con lo que pasa aquí, pero ¿qué pasa en el Olam habá?
Por supuesto, ningún judío en la historia murió y volvió para contarnos qué pasa en el mundo del más allá. Y sin embargo estamos seguros de que hay otra existencia. Maimónides, el erudito del siglo 12, incluye esta creencia en sus “Trece principios de Fe”. Nuestra tradición oral habla sobre esto extensamente, y en la Cábala, el misticismo judío, también existe mucha sabiduría sobre la otra vida.
El Olam habá, el "Cielo", es más fácil de entender cuando es comparado con un teatro. Nuestros sabios establecieron que cada judío tiene una porción en el Mundo venidero. Esto significa que, en el teatro, hay un asiento reservado para el alma de cada persona. Pero, como en cualquier teatro, algunos asientos son mejor que otros. Si Dios es el “centro de la escena”, algunas almas gozarán asientos en la sección central de la fila de adelante, otros estarán sentados en los balcones, y algunos tendrán la vista obstruida. Pero todo el mundo tiene un lugar. El asiento que se nos asigna es en base a las elecciones que hacemos y a las acciones que realizamos en el Olam hazé, en este mundo.
Nos asombrará quiénes obtendrán los mejores asientos.
Se nos dice que nos asombrará quiénes obtendrán los mejores asientos. Agacharemos la mirada y diremos, “¿Qué están haciendo allí? ¡Ellos no eran tan grandiosos! ¿Qué están haciendo en primera fila? ¡Ellos no lograron mucho!”.
Y Dios responderá y dirá, “Ellos están ahí porque han escuchado Mi voz”.
Nos equivocamos cuando pensamos que sólo aquellos que parecen grandiosos, honorables y exitosos ameritarán un lugar ante Dios. Cada persona es juzgada individualmente, y no sabemos qué mitzvá o qué acto de bondad hará la diferencia cuando Dios examine la vida de cada persona.
Escuchar a Dios no sólo significa obedecer las leyes de lo que se puede y no se puede hacer. Escuchar Su voz significa que vemos que la vida no está regida por la coincidencia, que nos damos cuenta de que los eventos ocurren por una razón, y que actuamos en consecuencia. Puede que no sepamos la Torá de una punta a la otra, pero si tenemos una relación con nuestro Creador, esto puede valer un asiento en primera fila en la eternidad.
Nuestros sabios dicen que si tomáramos todos los placeres de nuestra vida, cada uno de ellos, y todos los placeres de cada persona en este mundo, y los juntáramos, el total no valdría lo que vale un segundo en el Mundo venidero, el placer de estar cerca de Dios.
Ahora, puede que esto no sea lo más importante para nosotros en este mundo, pero sabemos que si te hubiesen llamado a la casa de alguien para una reunión, y durante el encuentro el anfitrión hubiese anunciado que Dios estaba a punto de llegar y que quería comunicarse contigo, tú no hubieses dicho: “Bueno, disculpen, se está haciendo tarde y mañana me tengo que levantar temprano”. Hubieses estado asustadísimo, porque no hay nada más importante ni deseable que estar en presencia de Dios, el Creador del cielo y la tierra.
No podemos imaginar un placer pasivo. Para nosotros, el placer es activo. Salimos de vacaciones. Pedimos un aumento y lo obtenemos. Comemos una gran cantidad de comida. Pasa algo y sentimos placer. Entonces ¿cómo es posible que sentarse en un lugar sea tan extremadamente placentero? Porque es un placer ganado, lo que hicimos en nuestro tiempo aquí en la tierra ha producido este resultado.
En el Olam habá estamos sentados ante Dios, Quien nos ha creado. Nos conoce por dentro y por fuera. Cada momento en la tierra es Su regalo para nosotros. Nos ama más que nuestros padres, más de lo que amamos y alguna vez amaremos a nuestros hijos. Y nos llama de regreso hacia Él.
Por supuesto que las personas no somos perfectas, y que todos cometemos errores. Pero esos errores de juicio no borrarán nuestras buenas acciones. Si encendemos las velas el viernes a la noche y después miramos una película, Dios no baja la cabeza y dice, “Velas. Película. Volvemos a cero”. El acto de encender las velas y recibir el Shabat es eterno. Nada lo puede remover. Lo mismo ocurre con cada esfuerzo positivo que hacemos en la vida.
Desde luego, todos tomamos malas decisiones de vez en cuando, y hacemos algunas malas acciones que luego lamentamos profundamente. ¿Qué deberíamos hacer al respecto? Idealmente, debemos solucionar nuestros errores aquí, en esta vida. Si hemos perjudicado a alguien, debemos hacer las paces. Si permitimos que nuestro mal carácter o nuestros malos hábitos se apoderaran de nosotros, debemos trabajar en liberarnos y volver a ser la persona que sabemos que podemos ser.
Cuando nuestras almas se marchan de este mundo y van ante Dios, damos un informe y se realiza un juicio. El juicio no es algo que esperamos ansiosamente. ¿Quién quiere ser juzgado? Pero este no es cualquier juez. Es Dios, nuestro Padre Celestial. Un juicio humano debe ser parcial. Pero este es nuestro Creador, quien nos dio la vida y todo lo que ocurre en ella. Su juicio sobre nosotros viene con amor, y todo lo que proviene del amor es para nuestro bien.
Las decisiones que tomamos en nuestras vidas importan, no solamente en el momento, sino para siempre.
Más aún, Su juicio denota que nuestro juicio importa. La vida no es regida por la casualidad, tiene un significado y un propósito. Las decisiones que tomamos en nuestras vidas importan, y no solamente en el momento, sino para siempre. La recompensa y el castigo definitivos son aplicados, pero sólo en el Olam habá, el mundo por venir, y no en aquí en el Olam hazé, este mundo.
Dios nos juzga cada año, en Rosh Hashaná y Iom Kipur. Examina las acciones y las elecciones que hicimos durante el año y decide cómo será el próximo, basado en nuestros esfuerzos para corregir nuestros errores y en las decisiones que hicimos en nuestras vidas. Pero en el momento de la muerte, después del entierro, vamos ante Dios, Quien nos juzgará no sólo por un año, sino por toda nuestra vida.
El alma puede ir a uno de dos lugares: al Cielo, del que ya hemos hablado, o al Gueinom, el 'Infierno'.
¿Creemos en el Infierno? Quizás esto pueda sorprender, pero sí, creemos. ¿Por qué es una sorpresa? A menudo este es un tópico que no es tratado en la escuela judía ni en las sinagogas. Pero la realidad es que crecimos en un mundo cristiano, y entendimos que cualquier cosa cristiana no nos pertenece. Y como consecuencia, si los cristianos creen en el Cielo y el Infierno, entonces asumimos que nosotros no.
Pero sí creemos. Aunque el entendimiento judío del Cielo y del Infierno difiere diametralmente de lo que podemos escuchar de otras religiones.
El Infierno es un lugar que Dios creó para ayudarnos con los errores que no corregimos en este mundo.
El Infierno es un lugar que Dios creó para ayudarnos con los errores que no corregimos en este mundo. Es llamado Gueinom. Pero no hay que temer. No es un lugar de demonios y horquillas, y no es para siempre. Si Dios determina que una persona tiene que entrar al Gueinom, la cantidad máxima de tiempo que puede permanecer allí es un año judío. Una persona puede estar allí una milésima de segundo, un año judío entero, o una cantidad de tiempo intermedia. Esta es la razón por la que recitamos kadish, la plegaria de los dolientes, por once meses. Asumimos que nuestros seres amados nunca estarán allí un año entero. E idealmente, queremos evitar el Gueinom por completo.
Se dispuso que un gran rabino hablaría del tema del mundo venidero en una serie “Almuerzo ejecutivo y aprendizaje” en el centro de Toronto. Mi esposo lo recogió en el aeropuerto, y en el camino al centro le pidió que “fuera relajado con el tema del Gueinom”, ya que la audiencia era básicamente no religiosa. Mi esposo temía que el rabino los asustara.
El rabino se dirigió a mi esposo y le preguntó:
—¿Tienen hospitales aquí en Toronto?
—Sí —respondió, confuso.
—Y —continuó el rabino—, ¿son hospitales de primera categoría?
—Si —respondió mi esposo otra vez.
—¿Te gustaría que te internaran en uno de esos hospitales?
—No —dijo mi esposo.
—Pero si lo necesitas, ¿no estarías feliz de que estén ahí?
El rabino explicó que el Gueinom es un hospital para el alma. Ir allí será doloroso. Pero la existencia de este lugar proviene de la bondad de Dios, de Su misericordia y de Su amor. No querríamos entrar ni por un minuto, pero si tenemos que hacerlo, sabemos que es por nuestro bien, y tenemos la esperanza de que nuestra estadía allí sea lo más corta posible.
El modo de evadir completamente el Gueinom es ocuparnos de nuestros errores aquí. No es una tarea fácil, pero haciendo un esfuerzo supremo en este mundo finalmente evitaremos una aflicción mucho más grande en el próximo.
Ya sea que podamos esquivarlo, o que tengamos que pasar un tiempo en el Gueinom, eventualmente podremos ingresar al teatro del Olam habá. Si llegamos y a cada uno de nosotros se le asigna un asiento, ¿significa que estamos allí para la eternidad y que nuestra porción de placer está limitada a nuestra perspectiva particular? No. Las personas que dejamos en la tierra pueden aumentar nuestra porción en el mundo por venir, y así nos pueden ayudar a obtener un mejor asiento.
¿Cómo ocurre esto? A menudo, en memoria de los seres amados, la gente da caridad, nombra bebés, estudia Torá en su mérito, etc. Esas no sólo son buenas acciones. Son actos que hacemos en este mundo y que tienen ramificaciones espirituales eternas.
Cuando hacemos algo en la memoria de alguien, estamos diciendo:
"Gracias a esta persona estoy viviendo mi vida de modo diferente. Puede que se haya ido, pero no ha sido olvidada. Continúa siendo una fuente de inspiración en mi vida. Su vida tuvo importancia, y su legado continuará haciendo una diferencia".
¿Qué deberías hacer en memoria de un ser querido?
Mi esposo le dice a la gente que tome un período de 30 días, idealmente los primeros 30 días después del funeral, que es llamado shloshim, y que haga algo concreto en memoria del difunto. Para algunos esto puede ser colocar una moneda en una alcancía de tzedaká (caridad) cada día y recitar una plegaria simple.
La mayoría de las personas, después de experimentar una pérdida tan tremenda, sienten una gran necesidad de hacer algo en honor del difunto. Porque debido al concepto de Olam habá, hacer algo no sólo trae alivio, sino que además suma méritos al ser que hemos perdido.
Las almas en el mundo venidero tienen conciencia. Saben lo que está ocurriendo aquí. Al elegir honrarlas, estás haciendo un impacto mucho más grande que lo que te puedes imaginar.
Extracto de “Remember My Soul” por Lori Palatnik (Leviatan Press).
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