Querido Sidur

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Estuviste conmigo durante los tiempos de alegría y dolor. Después de 17 años, es hora de decir adiós.

Querido Sidur,

Después de 17 años juntos, me duele escribir esta carta.

Recuerdo el día en que nos conocimos. Llegaste a mí a través de una organización de kiruv (acercamiento al judaísmo) cuando estuve en Israel a la edad de 19 años. Fuiste mi primer Sidur.

Al principio, tus palabras eran extrañas para mí, pero con el pasar de los años se hicieron más familiares, casi como una segunda naturaleza.

Hemos atravesado muchas cosas juntos, tú y yo. Estuviste ahí conmigo en esos primeros años, cuando estuve en una Ieshivá en Israel y todo parecía nuevo, cuando estaba tratando de descifrar qué significaba el judaísmo, tratando de descifrar de qué se trataba la vida. Estuviste ahí para mí durante la escuela secundaria y también cuando me gradué. Estuviste ahí para mí cuando estaba buscando a mi bashert (alma gemela), durante aquel frustrante periodo de años en que parecía que la búsqueda iba a continuar para siempre.

Pero también estuviste ahí conmigo cuando encontré a mi bashert. ¿Recuerdas, querido Sidur, el día de mi boda cuando te sostuve en mis manos mientras rezaba, abrumado mientras pensaba en la vida que tenía por delante? Las marcas de las lágrimas en tus páginas aún conmemoran ese día.

Estuviste ahí conmigo durante aquellos días de triunfo, así como también estuviste ahí conmigo durante los días de lucha. Estuviste ahí conmigo cuando me senté junto al lecho de cada uno de mis abuelos antes de que partieran a su hogar eterno. Estuviste conmigo cuando me despidieron de mi trabajo y estuve cesante por casi un año. Y durante los años en que yo y mi esposa deseábamos tanto tener hijos pero no éramos bendecidos, tú estuviste ahí, querido Sidur.

No voy a mentir, no fue fácil abrirte durante esos períodos. Pero en aquellos días me enseñaste disciplina. Reforzaste en mí la lección de que la plegaría no es un encantamiento mágico. Es un proceso a través del cual reforzamos nuestra relación con el Amo del universo, porque sólo en tiempos difíciles el crecimiento es posible.

Y también estuviste ahí conmigo, querido Sidur, cuando yo y mi señora descubrimos que seríamos bendecidos no con un solo niño, sino dos, ¡gemelos! Hay marcas de lágrimas en tus páginas que conmemoran eso también. Estuviste ahí cuando nuestros hermosos hijos nacieron, estuviste ahí durante el brit milá, mientras la familia y los amigos se unían a nuestra alegría en este nuevo capítulo de nuestras vidas; mientras formábamos un nuevo eslabón en la eterna cadena del pueblo judío.

Estuviste ahí cuando finalmente obtuve mi trabajo soñado.

Después de tantos años juntos, parece ser que siempre sabías exactamente qué página yo estaba buscando, casi instintivamente. Incluso tenías todas esas notas que yo escribí en los márgenes durante aquellos primeros años en donde profundicé en el significado oculto detrás de sus oraciones.

Pero todo el desgaste y las lágrimas han hecho mella en ti. Traté de parcharte a través de los años, Dios sabe, sí que traté. Páginas se salieron de ti, y yo las puse de vuelta en su lugar una y otra vez, luchando obstinadamente en contra de lo inevitable.

Finalmente compré un nuevo Sidur. No se abre inmediatamente en la página correcta, ni se queda abierto obedientemente como tú lo hacías. No tiene las notas que escribí en mi juventud, o las lágrimas que derramé. Se siente tan nuevo, tan pulcro, tan ajeno.

Si pudieras hablar, tengo el presentimiento que me dirías que es tiempo de seguir adelante. Entiendo eso, un nuevo capítulo en la vida. Pero no es fácil. Así que si estás de acuerdo, no me voy a deshacer de ti del todo. Te voy a colocar en una esquina del librero, y voy a abrirte de cuando en vez para visitarte, mi viejo amigo.

Diecisiete años juntos. Gracias por los recuerdos, querido Sidur.

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