Recordando la entrega de la Torá

5 min de lectura

Vaetjanán (Deuteronomio 3:23-7:11 )

Reconocer la profundidad, la lógica y la belleza de la Torá.

"Rav, ¿realmente cree que la Torá debe entenderse de forma literal? ¿No se trata sólo de un bonito libro de cuentos?”

"¿Y realmente cree la historia de Ester?"

Había comenzado la comida festiva de Purim de Jonatán.

Mientras se recuperaba lentamente del ataque e intentaba ofrecer algunas respuestas, entendió que sus palabras caían en oídos sordos. Jonatán sintió en carne propia las famosas palabras que Rav Jaim de Volozhin (aprox. 1800) le dijo a un estudiante que se había alejado del judaísmo:

"Me gustaría responder tus preguntas, pero parece que tus preguntas no son preguntas, sino afirmaciones. No te interesa escuchar las respuestas", le dijo Rav Jaim.

La mujer de la mesa habilidosamente cambió de tema y el resto de la comida siguió en calma. Cantaron, compartieron palabras de Torá y todos regresaron a sus casas con una experiencia agradable.

Pero Jonatán seguía molesto. ¿Por qué no lo habían escuchado? ¿Acaso no era lógico lo que él dijo? Entonces entendió cuál pudo haber sido el problema: él mismo tampoco tenía las respuestas. Le faltaba un conocimiento amplio y profundo de la filosofía judía.

A menudo los judíos continúan siendo observantes, pero carecen de un entendimiento profundo de lo que hacen en su observancia.

Este factor lleva a que muchos judíos seculares piensen que la Torá es anticuada y arcaica, inadecuada para personas libres, pensantes y racionales. Por eso, todo argumento sobre la validez de la Torá automáticamente se considera defectuoso. No tienen cómo contrarrestar el argumento, pero asumen que el argumento de la Torá es equivocado.

¿Qué se puede hacer?

Para comenzar, podemos asegurarnos de que todos nuestros hijos tengan bases sólidas de filosofía judía. En nuestros tiempos, sólo la fe no es suficiente para garantizar que nuestros hijos continúen siendo observantes. Y, por cierto, no es suficiente para influenciar a otras personas. Si los niños crecen con un firme entendimiento de nuestras creencias, quizás ganaremos el respeto que merecemos. La generación siguiente será considerada igualmente versada y sabia.

El principio más importante que debe enseñarse en las escuelas es el concepto de la singularidad de la religión y del pueblo judío. Sólo así garantizaremos que nuestros hijos no se vean persuadidos por argumentos y cultos contrarios al judaísmo. Al educar una generación de judíos orgullosos, agradecidos y con conocimientos filosóficos, al mismo tiempo creamos una reputación respetable para el judaísmo.

La Torá declara esta idea explícitamente. Ese es el significado de los versículos de nuestra parashá, Vaetjanán:

Las preservarán y las llevarán a cabo (a las mitzvot), pues eso constituye su sabiduría y su discernimiento ante los ojos de las naciones, quienes oirán todos estos mandamientos y dirán: "Por cierto es un pueblo sabio y entendido este gran pueblo". Pues ¿qué gran pueblo hay que tenga un Dios cercano a Él, como es Hashem nuestro Dios en todo lo que le invocamos? ¿Y qué gran pueblo hay que posea estatutos y mandamientos justos como toda esta Torá que Yo pongo hoy delante de ustedes? Sólo cuídate y cuida muy bien tu alma, no sea que olvides estas cosas que vieron tus ojos y no sea que se aparten de tu corazón todos los días de tu vida, y se las harás saber a tus hijos y a los hijos de tus hijos: el día en que te paraste delante de Hashem tu Dios en Jóreb, cuando Hashem me dijo: "Congrega ante Mí al pueblo y les haré escuchar Mis palabras, para que aprendan a temerme durante todos los días que ellos vivan en la tierra [y para que] las enseñen a sus hijos" (Devarim 4:6-10)

La lógica de la autenticidad de la Torá, como se declara en estos versículos, es muy superior a los argumentos de otras religiones. La Revelación en el Monte Sinaí nos convierte en la única religión auténtica del mundo. Somos la única religión que afirma que Dios se reveló ante toda la nación al establecer Sus Leyes. La nuestra fue una revelación nacional. Otras religiones están basadas solamente en el relato de una persona a la que, supuestamente, Dios le dio las instrucciones y luego esa persona persuadió a las masas para que la siguieran (ver Introducción al Séfer HaJinuj y el Rambam en Iesodei HaTorá, Cap. 8).

Cuentan que un Rebe jasídico falleció sin haber designado un sucesor. Sus dos hijos reclamaron ser el nuevo rebe y comenzó una disputa.

Un día, uno de los hijos reunió a todo el pueblo en la sinagoga y declaró: "Anoche mi padre se me presentó en un sueño y me dijo que le informe a todo el pueblo que yo debo ser el nuevo Rebe".

El pueblo se alegró de que la rivalidad llegara a su fin. De repente, uno de los ancianos se puso de pie y dijo: "¡Si tu padre deseara que creyéramos que tú debes ser el nuevo Rebe, se hubiese presentado en nuestros sueños, no en el tuyo!"

Si Dios quiere que creamos que alguien es Su profeta, debería decírnoslo. No puede esperar que confiemos en una persona “recta”. En el mundo no faltan mentirosos, estafadores bien intencionados ni sinvergüenzas. Sin embargo todas las religiones, excepto el judaísmo, comienzan con el relato de un solo individuo o de un grupo muy pequeño.

Hoy no experimentamos las abundantes alabanzas de las naciones que describe la Parashat Vaetjanán. Si no las recibimos en parte se debe a que no logramos transmitirles apropiadamente a nuestros hijos la fuerza y el significado de la experiencia en el Monte Sinaí. Esto es lo que sugiere el versículo (ver Rambán 4:9). La revelación en el Monte Sinaí debió ser una fuerza perdurable y convincente para todos los judíos y para toda la humanidad, en todo momento. Si no logramos mantener este ideal, debemos corregirlo. Debemos resaltar la singularidad de la revelación en el Monte Sinaí, lograr que los argumentos sobre la verdad de la Torá sean muy lógicos y plausibles.

Cuando todos los judíos les transmitan y les recuerden la revelación en el Monte Sinaí a sus hijos y a todas las generaciones, todas las naciones del mundo dirán:

"Por cierto es un pueblo sabio y entendido este gran pueblo". Pues ¿qué gran pueblo hay que tenga un Dios cercano a Él, como es Hashem nuestro Dios en todo lo que le invocamos? ¿Y qué gran pueblo hay que posea estatutos y mandamientos justos como toda esta Torá que Yo pongo hoy delante de ustedes? (Devarim 4:6-8)

Quizás estemos fallando en el resto de la sección (Devarim 4:9-10):

Sólo cuídate y cuida muy bien tu alma, no sea que olvides estas cosas que vieron tus ojos y no sea que se aparten de tu corazón todos los días de tu vida, y se las harás saber a tus hijos y a los hijos de tus hijos: el día en que te paraste delante de Hashem tu Dios en Jóreb, cuando Hashem me dijo: "Congrega ante Mí al pueblo y les haré escuchar Mis palabras, para que aprendan a temerme durante todos los días que ellos vivan en la tierra [y para que] las enseñen a sus hijos".

Además del enfoque fundamental sobre lo que ocurrió en el Monte Sinaí, debemos convertirnos en maestros en filosofía judía. Nuestros hijos verán la profundidad, la lógica y la belleza de la Torá, y produciremos una generación descripta como “personas sabias y entendidas”.

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