Recuerda el pasado, pero no te quedes allí cautivo

29/07/2025

3 min de lectura

Recordamos para el futuro y para la vida.

El judaísmo es una religión de la memoria. El verbo zajor, recordar, aparece nada menos que 169 veces en la Biblia hebrea. “Recuerda que fuiste extranjero en Egipto”. “Recuerda los días de antaño”. “Recuerda el séptimo día para santificarlo”. Para los judíos, la memoria es una obligación religiosa. Especialmente en esta época del año que llamamos "las Tres Semanas", que conducen al día más triste del calendario judío: Tishá BeAv, el aniversario de la destrucción de los dos Templos, el primero por Nabucodonosor, rey de Babilonia, en el año 586 AEC, y el segundo por Tito en el año 70 EC.

Los judíos nunca olvidaron esas tragedias. Hasta el día de hoy, en cada boda rompemos un vaso en su memoria. Durante las Tres Semanas, evitamos celebraciones. En Tishá BeAv mismo, pasamos el día en ayuno y sentados en el suelo o en banquitos bajos, como los deudos, leyendo el Libro de las Lamentaciones. Es un día de profundo duelo colectivo.

Dos mil quinientos años es mucho tiempo para recordar. A menudo me preguntan, generalmente en relación con el Holocausto, si realmente es correcto seguir recordando. ¿No debería haber un límite al duelo? ¿Acaso la mayoría de los conflictos étnicos en el mundo no están alimentados por recuerdos de injusticias hace mucho tiempo? ¿No sería el mundo más pacífico si, de vez en cuando, olvidáramos?

Mi respuesta es tanto sí como no, porque todo depende de cómo recordamos.

La historia responde a la pregunta “¿Qué pasó?”
La memoria responde a la pregunta “¿Quién soy, entonces, yo?”

Aunque a menudo se confunden, la memoria es diferente de la historia. La historia es la historia de otra persona. Trata de eventos que ocurrieron hace mucho tiempo a alguien más. La memoria es mi historia. Se trata de dónde vengo y de qué narrativa formo parte.

La historia responde a la pregunta “¿Qué pasó?” La memoria responde a la pregunta “¿Quién soy, entonces, yo?” Se trata de identidad y de la conexión entre generaciones.

En el caso de la memoria colectiva, todo depende de cómo contamos la historia. No recordamos por el deseo de venganza. Moshé dijo: “No odies a los egipcios, porque fuiste extranjero en su tierra”.
Para ser libre, hay que dejar ir el odio. Recuerda el pasado, dice Moshé, pero no seas prisionero de él. Transfórmalo en una bendición, no en una maldición; en una fuente de esperanza, no de humillación.

Hasta el día de hoy, los sobrevivientes del Holocausto que conozco dedican su tiempo a compartir sus recuerdos con los jóvenes, no por venganza, sino por lo contrario: para enseñar tolerancia y el valor de la vida. Conscientes de las lecciones del Génesis, también nosotros tratamos de recordar para el futuro y para la vida.

En la cultura acelerada actual, subestimamos los actos de recuerdo. La memoria de las computadoras ha crecido, mientras que la nuestra se ha reducido. Nuestros hijos ya no memorizan fragmentos de poesía. Su conocimiento de la historia suele ser demasiado vago. Nuestra percepción del espacio se ha ampliado. Nuestra percepción del tiempo se ha reducido. Y eso no puede estar bien. Uno de los mayores regalos que podemos dar a nuestros hijos es saber de dónde venimos, las cosas por las que luchamos, y por qué.

Una sociedad sin memoria es como un viaje sin mapa. Es demasiado fácil perderse.

Ninguna de las cosas que valoramos (la libertad, la dignidad humana, la justicia) se lograron sin lucha. Ninguna puede mantenerse sin una vigilancia consciente. Una sociedad sin memoria es como un viaje sin mapa. Es demasiado fácil perderse.

Yo, por mi parte, valoro la riqueza de saber que mi vida es un capítulo en un libro comenzado por mis antepasados hace mucho tiempo, al que yo añadiré mi contribución antes de pasarlo a mis hijos. La vida tiene sentido cuando es parte de una historia, y cuanto más grande es la historia, más se expanden nuestros horizontes imaginativos.

Además, las cosas recordadas no mueren. Eso es lo más cerca que podemos llegar a la inmortalidad en la Tierra.


Fragmento de un artículo publicado por The Times (Reino Unido) en julio del 2004.

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