Rut y Naomí ejemplifican la relación ideal de una suegra y su nuera

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No es suficiente con que los judíos se consideren a sí mismos el “pueblo elegido”; también tenemos que ser personas que eligen.

Cuando me transformé por primera vez en suegra hace seis años, estaba decidida a no convertirme en “esa clase” de suegra, el personaje de los chistes, el tema de cartas frustradas a las columnas de consejos. No, no quería adoptar el rol de competidora dominante o insegura para la persona que mi hijo amaba.

Tendrían que preguntarles a mis nueras cómo lo hice hasta ahora, pero todas ellas me llaman “mamá” de forma natural y con afecto. ¿Por qué esta relación tiene tan mala propaganda? Si prestamos atención al Libro de Rut, que se lee en la festividad de Shavuot, veremos un ejemplo primigenio de esta relación como algo cargado de afecto. Me encanta esta historia, con toda su intensidad, sobre el desarrollo de una relación cercana entre Rut y su suegra Naomí. Rut quizás sea la conversa al judaísmo más famosa, y en la festividad en que conmemoramos haber elegido la Torá, ninguna otra historia podría haber sido más apropiada.

Rut y Naomí pasaron de la riqueza a la más absoluta pobreza tras una desastrosa decisión del marido de Naomí, Elimelej, un judío adinerado e influyente que decidió llevar a su familia a Moav para escapar de la hambruna en Beitlejem. En Moav, Elimelej falleció y sus dos hijos se casaron con las princesas moabitas Orpá y Rut. Algo así ni lo hubieran pensado en Beitlejem, porque incluso con conversiones adecuadas estaba prohibido que los moabitas (y los amonitas) se casaran con judíos.

Luego también fallecieron los hijos, y las tres viudas quedaron solas. Naomí comenzó su triste camino de regreso a Beitlejem, anticipando que al llegar sería el centro de las burlas y el desprecio. Después de todo, su familia se había ido del pueblo cuando tenía la posibilidad de brindar ayuda económica y moral en un momento de necesidad. Orpá y Rut comenzaron a seguirla, pero Naomí les dijo que debían regresar con sus familias reales. Orpá se convenció rápidamente, pero Rut se apegó a Naomí y pronunció una de las líneas más famosas de la literatura bíblica:

“Adonde tú vayas, yo iré; donde habites, habitaré. Tu pueblo es mi pueblo y tu Dios es mi Dios”. Esta fue su verdadera conversión.

Cada vez que leo estas palabras breves y elocuentes, me inunda la emoción. Rut se apega a Naomi no como una nuera sino como una verdadera hija. Ella abandona para siempre la oportunidad de regresar a su vida previa de comodidad material y mínimas demandas morales. En cambio, ella afirma su compromiso con el pueblo judío y asume el desafío de vivir en un nivel sumamente elevado de moralidad y espiritualidad. Rut escogió un destino incierto al unirse a un pueblo oprimido, a pesar de ser un pueblo al que se le había prometido un futuro grandioso.

Trato de imaginarme a estas dos mujeres que probablemente hasta ese momento tenían una relación bastante incómoda, ahora unidas para el resto de sus vidas. Ambas una vez fueron ricas y respetadas, pero ahora habían caído en todos los sentidos, estaban solas y vulnerables.

En dónde estuve no me define tanto como la dirección en la que voy

Al regresar a Beitlejem construyeron juntas una nueva vida. Rut provocó sensación cuando la vieron al borde del campo, levantando las espigas que se habían caído de la cosecha, las que están disponibles para los más pobres de la comunidad. Su dignidad, su discreción, su recato y su rechazo a aceptar caridad fueron factores que señalaron que se trataba de alguien especial, alguien con cualidades reales. La vio el dueño del campo, el anciano Boaz, un pariente de su suegro. Boaz se casa con Rut y su bisnieto fue nada más y nada menos que el Rey David.

Shavuot es el momento en que conmemoramos la entrega de la Torá en el Monte Sinaí. Ese fue el momento en que nos convertimos en una nación definida por un pacto con Dios. Rut eligió ese pacto, pero incluso quienes nacen judíos tienen que elegirlo. Como dijo mi Rabino, no es suficiente que los judíos se consideren a sí mismos el “pueblo elegido”, también tenemos que ser el pueblo que elige. Cada día, podemos elegir nuestra herencia espiritual judía a través de la plegaria honesta, al dar caridad o al buscar una mitzvá adicional que podamos cumplir para reparar el mundo. Rut, la conversa más famosa de la historia, me recuerda que no me defino tanto por dónde estuve como por la dirección en la que voy.

Nadie conoce el resultado de sus actos y de su dedicación por vivir una auténtica vida judía. Nos esforzamos por vivir a la altura de nuestro potencial espiritual. A veces, vivir vidas auténticamente judías parece ser muy poco conveniente. Pero tal como lo demuestra Rut con elocuencia, el hecho de ser parte del pueblo del pacto, puede brindarnos nada menos que un futuro majestuoso.


Este artículo apareció originalmente en kveller.com

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