Shlomo Rindenow: La muerte de un soldado solitario

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¿Por qué se necesita de una tragedia para que entendamos que lo que nos une es mucho más grande que lo que nos divide?

No, nunca conocí a este brillante, responsable y preocupado soldado de 20 años, sobre quien escuché tantas cosas mientras me encontraba parada bajo el crudo sol israelí en medio de su funeral. Pero su padre solicitó que todos fuéramos. Así que fui.

Fui porque se me partió el corazón con la tragedia de un joven que recién comenzaba su camino en la vida siendo sepultado por sus padres y sus nueve hermanos. Fui porque él era sólo un niño que dio su vida por su nación y por su tierra mientras realizaba su servicio militar. Su servicio para protegerme a mí, a mi familia y a mi pueblo.

Mientras estaba allí mirando al público, entendí algo que parecía pedir a gritos mi atención. Una lección que no quiero olvidar nunca, pero que lamentablemente se olvida muy rápido.

¡Qué diversidad de gente había allí! Desde el elegante hombre de negocios israelí, hasta el hombre en silla de ruedas que vestía una kipá tejida; también había muchos jóvenes, probablemente amigos de Shlomo, algunos de apariencia religiosa y estudiantes de Ieshivá vestidos en sus atuendos blancos y negros, y obviamente soldados, hermanos en armas. Me pregunté qué pasaba por sus cabezas. Me pregunté qué los trajo hasta aquí. Miles de ellos. ¿Qué conexión tenían con Shlomo? ¿Qué los había traído a este lugar?

Y me di cuenta que uno nunca puede saber qué cosas ha vivido otra persona. Nunca puedes saber cómo ha sido la experiencia de vida de otros. Cuántos han perdido seres queridos y qué desafíos han tenido que enfrentar diariamente. ¿Cuántos viven con temor diariamente en estos inciertos tiempos en los que vivimos? O qué emociones están experimentando al sentir la pérdida y el dolor de otro judío, sintiendo compasión y amor por alguien a quien no conocen, quizás sintiendo temor y un deseo de que lleguen tiempos mejores…

Cuán grandiosa es esta nación, este pueblo que ha vivido tanto horror, que se une para compartir el dolor del otro.

Y, ¿cómo osamos alguna vez a juzgar a otra persona? ¿Cómo tenemos la audacia para pensar que sabemos qué está viviendo o nos atrevemos a decidir cómo es una persona basados en su apariencia exterior?

¿Por qué es que a veces decidimos que somos mejores que nuestro prójimo, que sabemos más, que somos más importantes que él? ¿Por qué nuestras distintas creencias tienden a separarnos?

Alguien que es menos religioso que yo, alguien que es más religioso que yo, demasiado religioso… ¿Cómo podríamos saber el valor de otro ser humano?

Aquel día había un lenguaje en común. Sin importar el nivel de religiosidad, o el pasado del que cada uno provenía o su nacionalidad, estábamos todos allí entendiendo el lenguaje de la pérdida y del duelo, de Dios que está en los cielos, de un Ser superior a todos nosotros que coordina los eventos de la tierra.

Cuando escuchamos las palabras de Rav Ridenow —su corazón diciendo kadish, la valiente y piadosa aceptación de que no siempre entendemos los caminos de Dios, pero que Él sabe lo que hace por muy oscuro que nos parezca a nosotros—, no había nadie cuya alma haya salido intacta de la experiencia. No había nadie que no haya sentido al menos un poco aquel horrible dolor que la familia estaba viviendo.

Y cuando escuchamos a los hermanos de Shlomo describir la maravillosa persona que era, hubo muchas lágrimas que corrieron por las caras de extraños.

Las palabras de su hermano Najum hicieron eco de lo que yo sentía en ese momento. Habló de que nunca podemos juzgar a otros basados en su apariencia exterior, de que ellos son una familia que aceptan a todos por lo que son. Y habló sobre cómo esto no se trataba sólo de su dolor personal, sino del dolor de toda una nación. ¡Qué grandeza! Gente que puede ver más allá de sí mismos, que ve a los demás judíos como sus hermanos.

Mientras las masas se dispersaban, volviendo a sus ajetreadas vidas privadas, creo que todos nos llevamos ese sentimiento de unidad con nosotros. Nos sentimos un poco más cerca unos de otros, un poco más conectados al “todo”.

El pueblo judío es una gran familia.

Estábamos allí como hermanos y hermanas, como un solo corazón.

¿Por qué se necesita de una tragedia para que entendamos que lo que nos une es mucho más grande que lo que nos divide?

Quizás, cuando aprendamos esta lección, cuando realmente la internalicemos, ya no tendremos que vivir tragedias como esta. Rezo porque ese día llegue pronto, porque hay un límite para lo que puede soportar una familia.

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