Silencio Olímpico

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Cuarenta años después de que 11 atletas fueran asesinados en Múnich, Israel sigue de duelo en soledad.

Yo tenía 11 años y era fanático de los deportes. Podía quedarme pegado a la TV y a la radio por horas, alentando a los equipos de mi ciudad. El principal evento deportivo eran los Juegos Olímpicos, que no sólo proveían una espléndida variedad de deportes de primer nivel mundial, sino una oportunidad única cada cuatro años para hacer hinchada por mi "especial equipo judío local": Israel.

Las Olimpíadas de Múnich de 1972 comenzaron increíble: Mark Spitz, el bigotudo nadador judío-americano (que participó orgullosamente en los Juegos Macabeos en Israel) clasificó para siete eventos de natación – con un increíble resultado de siete records mundiales en su camino a ganar un record de siete medallas de oro.

Para los judíos americanos esto era una inmensa fuente de orgullo. Las olimpíadas anteriores celebradas en suelo alemán – los juegos de Berlín de 1936 – habían sido utilizadas como una vitrina nazi adornada con marchas militares y esvásticas. El rabioso antisemitismo de Hitler infestó también los eventos atléticos: Dos corredores judío-americanos – Marty Glickman y Sam Stoller – fueron retirados de la alineación de los Estados Unidos a último momento, convirtiéndose en los únicos miembros de su equipo que viajaron a Berlín y no compitieron. Para los racistas nazis, fue suficiente con que un hombre negro – Jesse Owens – ganara la prestigiosa competencia de los 100 metros planos; Hitler le pidió a los oficiales norteamericanos que no lo avergonzaran aún más teniendo a dos judíos ganando el oro en Berlín.

Él creía que en las Olimpíadas no hay ni fronteras ni enemistades.

Los juegos de Múnich de 1972 prometían dar paso a una nueva era de deporte mundial. Ankie Spitzer, la esposa del entrenador de esgrima Andre Spitzer, le dijo a AishLatino.com cómo identificaron a algunos atletas libaneses en Múnich. "Andre decidió salir caminar hacia ellos y comenzar una conversación. '¿Estás loco? ¡Estamos en guerra con El Líbano!' Andre me miró y dijo: 'Aquí no hay fronteras, no hay enemistades'. Nunca olvidaré cuando terminó de hablar con ellos y se dieron la mano, él se dio vuelta hacia mí con una inmensa sonrisa y dijo: 'He estado soñando con esto. Esta es la esencia de los Juegos Olímpicos'.

La atmósfera era abierta y libre, los guardias de seguridad ni siquiera portaban armas (Compara esto a los Juegos Olímpicos de Londres de este año, cuya fuerza de seguridad de mil millones de dólares incluye tecnología de reconocimiento facial, jets volando por los aires y misiles tierra-aire). En las ceremonias de apertura, como símbolo de paz y unidad, miles de palomas bávaras fueron liberadas en el estadio olímpico.

Los Juegos de Múnich también eran vistos como una rectificación de otro tipo. Varios miembros del equipo olímpico israelí habían perdido familiares a manos de los nazis, o ellos mismos eran sobrevivientes. El levantador de pesas Zeev Friedman había nacido en Polonia en el clímax de la guerra; el entrenador de los levantadores de pesas Yaakov Springer había participado en el levantamiento del Gueto de Varsovia; el maratonista Shaul Ladany había sido un interno en Bergen-Velsen. Los juegos de Múnich se desarrollaron a 22 kilómetros del campo de concentración Dachau, y el contingente de atletas israelíes lo visitó en la tarde del comienzo de los juegos, confiados de que esas seguras y serenas olimpíadas pondrían a descansar a algunos de los 6 millones de demonios. La corredora israelí Esther Roth – cuya impresionante actuación en los juegos de Múnich (11,45 segundos en los 100 metros llanos) continúa siendo, cuatro décadas después, el récord nacional israelí – hablaba de un triunfo histórico representando al Estado Judío en suelo alemán.

Salteando la Valla

Y luego ocurrió. A las 5 a.m. del 5 de septiembre, ocho palestinos –disfrazados de atletas y llevando bolsos de gimnasia decorados con los anillos olímpicos – saltearon la valla de la Villa Olímpica. Esos bolsos no contenían calzado deportivo, sino rifles Kalashnikov y granadas de mano. Utilizando llaves robadas se metieron en el dormitorio de los hombres israelíes, mataron rápidamente a dos atletas y tomaron a los otros nueve de rehenes.

De un momento a otro, el ideal olímpico había estallado en una horrenda colisión de unidad versus destrucción, de paz versus guerra. Y, con eso, mi propio alborozo juvenil fue despedazado; perdí mi inocencia con ese primer y amargo pantallazo de las realidades más dolorosas de la vida judía.

Mis padres trataron de calmarme, asegurándome que todo estaría bien. Con una mezcla de miedo y confusión esperé minuto tras minuto, hora tras hora, a medida que los plazos se cumplían y el drama se desarrollaba ante una audiencia mundial de mil millones de personas: Terroristas palestinos enmascarados… amenazando con ejecutar a un israelí cada hora… un intento de irrumpir en el edificio que se abortó cuando los terroristas mismos comenzaron a monitorear esas actividades mirando la cobertura televisiva… exigiendo un avión a El Cairo… la transferencia de todos los terroristas y rehenes en helicóptero al aeropuerto cercano de Fürstenfeldbruck… y la creciente incertidumbre sobre lo que pasaría.

Comenzó un tiroteo en el aeropuerto. Llegaron los reportes iniciales: Todos los rehenes estaban vivos. Todos los atacantes habían sido asesinados.

Lo que era sólo un rumor había cruelmente mutado para convertirse en un hecho. Los periódicos israelíes llegaron a las calles con titulares como: "Rehenes en Múnich Rescatados". A Ankie Spitzer, viendo desde la casa de sus padres en Bélgica el desarrollo del drama, le ofrecieron una botella de champaña. La Primer Ministro Golda Meir fue a dormir creyendo que las fuerzas alemanas habían rescatado a los nueve atletas.

Con una enorme sensación de alivio, yo también me fui a la cama.

Cuando me desperté, la expresión en el rostro de mi padre me dijo que algo había salido horriblemente mal. El plan alemán para salvar a los rehenes había fallado en todas las formas posibles. Un grupo de 17 oficiales de policía que había sido posicionado en el avión para emboscar a los terroristas abandonó cobardemente su misión a último minuto. La ley alemana imposibilitó el involucramiento del ejército, y los alemanes se rehusaron neciamente a recibir la ayuda de las fuerzas especiales israelíes. El esfuerzo de rescate fue liderado por el jefe de la policía de Múnich, que había sido acusado de asesinato involuntario después de equivocarse en un robo a un banco unos meses antes.

Increíblemente, tres semanas antes de la masacre, un informante alertó a la Embajada de Alemania en Beirut acerca de los planes palestinos para "un incidente" durante los Juegos Olímpicos. Cuatro días más tarde, el Ministerio de Asuntos Exteriores alemán alertó a las autoridades de Múnich y les aconsejó que "tomaran todas las medidas de seguridad posibles". (Las medidas nunca fueron tomadas, y la evidencia fue ocultada por décadas).

El equipo de rescate de la policía era absolutamente inadecuado para neutralizar a los ocho terroristas.

El equipo de rescate – que consistía de sólo nueve francotiradores – era absolutamente inadecuado para neutralizar a los ocho terroristas. Ninguno de los francotiradores poseía entrenamiento especial, ni estaba equipado con anteojos de visión nocturna ni miras telescópicas. No tenían contacto radial, lo cual les imposibilitaba coordinar su fuego. No había ningún vehículo blindado en la escena – los que habían llamado quedaron varados en el tránsito. Un equipo SWAT arribó en helicóptero una hora tarde y aterrizó a más de un kilómetro de la acción.

En el caótico tiroteo de dos horas fueron asesinados los nueve atletas israelíes, atacados por el fuego palestino y luego incendiados por granadas mientras estaban atados indefensos en los helicópteros.

Jim McKay, de ABC, entregó las desgarradoras noticias:

Cuando yo era niño, mi padre acostumbraba decir: "Nuestras más grandes esperanzas y nuestros peores miedos rara vez se hacen realidad". Nuestros peores miedos se han hecho realidad esta noche. Había 11 rehenes. Dos fueron asesinados en sus cuartos ayer en la mañana, y nueve fueron asesinados en el aeropuerto esta noche. Todos se han ido.

Todos se han ido.

Los atletas israelíes sobrevivientes se retiraron de la competición y acompañaron a los 10 cajones de vuelta a Israel. El cuerpo del levantador de pesas David Berger, un joven abogado norteamericano que acababa de emigrar a Israel, fue enviado de vuelta a su ciudad de origen, Cleveland. Mark Spitz también fue evacuado rápidamente por miedo a ser el próximo objetivo.

Mientras tanto, la competencia en los juegos continuó normalmente hasta las 3 p.m. de ese día, unas 10 horas después del comienzo de la crisis. Los eventos fueron suspendidos sólo después que Brundage (presidente del COI en ese entonces) enfrentó un creciente ataque de criticismo. De acuerdo a la revista Time, durante el impase la preocupación principal de Brundage fue "alejar la crisis de la Villa Olímpica", como diciendo: "No hay forma de salvar a los rehenes, al menos salvemos los Juegos".

Después de la masacre, muchos pidieron la cancelación de los Juegos. "Haces una fiesta, alguien muere en la fiesta, no continúas con la fiesta", declaró el maratonista holandés Jos Hermens. "Yo me vuelvo a casa".

Pero, a pesar de la oposición tanto de los oficiales olímpicos como de los organizadores alemanes, Brundage estuvo firme en su negación a canelar o posponer los Juegos. La competencia continuó después de un servicio memorial en el que Brundage hizo pocas referencias a los atletas asesinados y comparó el ataque mortal a la controversia sobre la participación de Rhodesia en los juegos. Brundage declaró con firmeza: "Los Juegos deben continuar". En respuesta, 80.000 personas alentaron, impulsando al New York Times a describir el servicio memorial como "más parecido a una rally para darse ánimo".

No todos se lo tomaron tan a la ligera. Carmel Elias, primo del entrenador de lucha israelí, Moshe Weinberg, colapsó durante el servicio memorial y murió de un infarto. Jim Murray, de Los Angeles Times, escribió en ese momento: "Increíblemente, van a continuar. Esto es casi como bailar en Dachau".

"Correré, pero no tengo ganas de correr", dijo el maratonista norteamericano Kenny Moore. "Hasta ahora, todos creíamos que las Olimpíadas eran un símbolo de algo importante. Ahora es una locura. ¿Qué es importante después de esto?".

Operación Ira de Dios

Desde el punto de vista del terrorismo moderno, Múnich fue el comienzo del fin, un evento seminal probando que el terrorismo funciona. En las palabras de un activista de Al Qaeda: la masacre olímpica fue "la más grande victoria mediática y… un gran ataque de propaganda".

Las agrandadas guerrillas palestinas atacaron de nuevo menos de dos meses después secuestrando un avión alemán y exigiendo la liberación de los tres terroristas sobrevivientes de Múnich. Sin consultar al gobierno israelí, el canciller alemán Willy Brandt capituló y liberó a los terroristas, que fueron inmediatamente transportados a Libia y recibidos como héroes.

Guri Weinberg, hijo del asesinado entrenador de lucha Moshe Weinberg, representó a su padre en la película.

Para promover la disuasión israelí, la Primer Ministro Golda Meir ordenó el asesinato de todos los involucrados en la masacre. Algunos fueron eliminados en Europa con bombas ubicadas estratégicamente, otros fueron derribados en una operación – liderada por el actual Ministro de Defensa Israelí, Ehud Barak – que hizo llegar secretamente botes a la playa libanesa y atrevidamente fusiló a líderes terroristas palestinos en el centro de Beirut. La eficacia de estas operaciones fue representada en la controversial película de 2005 de Steven Spielberg, Múnich (en una escalofriante mezcla entre Hollywood y la realidad, el actor Guri Weinberg, hijo del asesinado entrenador de lucha Moshe Weinberg, representó a su padre en la película).

Sin embargo, ninguno de los involucrados en la masacre de Múnich recibió su castigo correspondiente. El cerebro detrás del atentado, Abu Daoud, ha dicho en repetidas oportunidades que los fondos para la masacre fueron provistos por Mahmoud Abbas, el actual presidente de la Autoridad Palestina. De hecho, cuando Amin Al-Hindi, uno de los principales planeadores del ataque, murió en 2010, Abbas llevó a cabo un funeral patrocinado por la Autoridad Palestina, completo con alfombra roja y banda militar. El periódico oficial de la Autoridad Palestina describió a Al-Hindi como "una de las estrellas que brillaron… en el estadio deportivo de Múnich" (Al-Hayat Al-Jadida, 20 de agosto de 2010).

Londres 2012

Lo que nos trae al día de hoy. Durante los últimos 40 años, las desoladas familias han esperado ansiosamente por expresiones de remordimiento y responsabilidad por parte de los oficiales alemanes. "Si nos dijeran: 'Miren, tratamos, no sabíamos lo que estábamos haciendo, no queríamos que las cosas terminaran así, lo sentimos' – con eso bastaría", le dijo la viuda Ankie Spitzer a AishLatino.com. "Pero ni siquiera han dicho eso".

Las familias de las víctimas hicieron un pedido específico al Comité Olímpico: Que se haga un minuto de silencio en la Ceremonia Inaugural. El objetivo es reconocer que esta horrenda matanza es lamentada no sólo por Israel, sino por toda la comunidad de naciones.

"El silencio es un tributo adecuado", dice Spitzer. "El silencio no contiene declaraciones, supuestos o creencias, y no requiere comprensión de lenguaje para ser interpretado". La gente es invitada a reflexionar, a rezar y a recordar a los atletas de forma personal.

Esto, dicen las familias, brindaría un cierre muy necesitado.

Poco después de la masacre, Spitzer le escribió su primera carta al Comité Olímpico. Ella no preguntó "si", sino "qué" conmemoración se iba a hacer en los juegos de Montreal de 1976. Simplemente asumió que el Comité Olímpico haría algo.

La carta no tuvo respuesta.

Año tras año Spitzer presentó su caso, asistiendo a todos los Juegos Olímpicos de verano (a excepción de Moscú 1980), nunca se dio por vencida. "No tengo una agenda ni política ni religiosa. Nuestro mensaje no es de odio ni venganza. Es un mensaje positivo de recuerdo y fortalecimiento de los ideales olímpicos", dice Spitzer. "Cuarenta años es una espera suficiente".

El Comité Olímpico se ha rehusado tercamente argumentando que esto "politizaría las olimpíadas".

En los últimos meses el poder de Internet ha esparcido la historia, y más de 100.000 personas de 155 países diferentes han firmado una petición exigiendo este minuto de silencio. El Congreso de los Estados Unidos, el Parlamento de Canadá, el Parlamento Federal de Alemania, la Casa de Representativos de Australia y otros han todos pasado por unanimidad resoluciones validando esta entendible demanda. El presidente de Estados Unidos, Barack Obama, también se ha unido al pedido. Pero el Comité Olímpico se ha rehusado tercamente argumentando que esto "politizaría las olimpíadas".

Muy meritoriamente, Bob Costas de NBC Deportes, ha prometido su propio "minuto de silencio" en la ceremonia inaugural – quizás apagando su micrófono cuando entre la delegación israelí.

Pero igualmente, con esta negación, las Olimpíadas están siendo politizadas. Los oficiales olímpicos han dicho que si se hiciera un tributo oficial, todas las delegaciones árabes (incluyendo las de los países ricos en petróleo que patrocinan los Juegos) renunciarían a las Olimpíadas. En otras palabras, en lugar de elevar el ideal olímpico por sobre la política, el Comité Olímpico está rindiéndose ante las fuerzas antisemitas. Al igual que otro cuerpo internacional, la ONU, el movimiento olímpico está siendo vergonzosamente secuestrado por un bloque de fuerzas árabes, musulmanas, dictatoriales y tercermundistas que socaban la confianza y la buena voluntad sobre las cuales las olimpíadas siempre se han erigido.

Los oficiales olímpicos le dijeron a Spitzer que "sus manos estaban atadas" por estas consideraciones políticas. "No", dijo Spitzer, "las manos de mi esposo estaban atadas, no las suyas".

Secuestrando los Juegos

Este es un momento crucial en el cual el Comité Olímpico necesita erguirse y evitar su caída en la locura. Este no es un asunto interno israelí, tampoco una postura política ni venganza. Es sobre hacer justicia con la memoria de 11 hombres que vinieron en paz y volvieron a casa en ataúdes. Las víctimas no fueron asesinadas en las calles de Tel Aviv, tampoco fueron turistas accidentales en Múnich. En cambio, fueron miembros de la familia olímpica asesinados dentro de la Villa Olímpica como participantes de los Juegos. Fue una agresión en contra del ideal olímpico.

Yo no lanzo la acusación de antisemitismo a la ligera. Si los atletas asesinados hubiesen sido norteamericanos, británicos o palestinos, ¿alguien duda que el Comité Olímpico ofrecería un adecuado tributo memorial? ¿Por qué la ceremonia inaugural incluyó menciones de la Guerra de Bosnia en 1996, y los Juegos de 2002 abrieron con un minuto de silencio por las víctimas del atentado a las Torres Gemelas? ¿Por qué cuando se trata de Israel toda la cháchara de "hermandad" y "unidad" parece desvanecerse?

Dice Spitzer: "Después de escuchar todas las tristes excusas por 40 años, sólo puedo arribar a una conclusión: Es discriminación anti-Israel, anti-judaísmo".

El comité olímpico ha tenido por muchos años una mala reputación de hipocresía y corrupción. Fue el mismo Avery Brundage quien exhibió antisemitismo en la ocasión previa en que los Juegos fueron celebrados en suelo alemán. Dos años antes de los Juegos de Berlín de 1936, Brundage viajó para encontrarse con los oficiales del gobierno alemán para discutir sobre el protocolo durante los Juegos. Al volver, comentó: "Me han asegurado positivamente… que no habrá ninguna discriminación en contra de los judíos. No pueden preguntar más que eso y creo que la garantía será cumplida". Pero a la hora de la verdad, fue Brundage mismo quien tranquilizó a Hitler y retiró a los dos atletas judíos de la formación norteamericana.

En años recientes también hemos visto esta "tolerancia por el antisemitismo": En los Juegos de 2004 (Atenas) y 2008 (Beijing), Irán ordenó que sus atletas no compitieran en contra de israelíes. ¿La respuesta disciplinaria del Comité Olímpico? Nada.

La pesadilla de Múnich me afectó mucho. Cuatro años después, los Juegos de 1976 se celebraron en Montreal, no lejos de mi casa en Nueva York. En un sueño hecho realidad, mis padres me llevaron a un partido de fútbol en el que participó el equipo nacional israelí. Alentamos mucho por nuestro "equipo local". Pero las cosas nunca volverían a ser igual.

Cuando el equipo israelí entró al estadio de Montreal para la Ceremonia inaugural, la bandera nacional israelí fue adornada con una cinta negra. Para mí, esa cinta negra representaba más que la memoria de los 11 de Múnich. Representaba la cruda realidad del repetido fracaso del mundo de levantarse cuando los judíos están siendo amenazados. Ya sea negándose a bombardear las vías de tren que llevaban a Auschwitz, negándose a detener el programa nuclear iraní, fracasando al proteger a los atletas israelíes cuando la sangre judía volvía a ser derramada sobre el suelo alemán, y negándose a ofrecer un minuto de silencio en su memoria.

Por 2.000 años de exilio, el pueblo judío ha estado sufriendo repetidamente el desprecio a los ojos de las naciones. Qué acorde que la ceremonia inaugural en Londres se llevará a cabo este viernes por la noche – en Tishá B’Av, el día de la historia judía que marca la destrucción de nuestro foco unificador, el Templo Sagrado de Jerusalem.

Algunas cosas nunca cambian. Porque somos la nación eterna… que vive sola.

Izkor - Nosotros Recordamos

David Berger (levantador de pesas)
Zeev Friedman (levantador de pesas)
Yosef Gutfreund (referí de lucha)
Eliezer Halfin (luchador)
Yosef Romano (levantador de pesas)
Amitzur Shapira (entrenador de pista)
Kehat Shorr (entrenador de tiro)
Mark Slavin (luchador)
Andre Spitzer (entrenador de esgrima)
Yakov Springer (juez de levantamiento de pesas)
Moshe Weinberg (entrenador de lucha)

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