¿Soy suficientemente judío?

A veces siento que necesito hacer una aclaración antes de decir que soy judío: “Soy judío, pero no… religioso”.

El viernes por la noche enciendo las velas… si me acuerdo. Sé quién es Rashi (apenas), y estuve en Israel, pero más que nada por el falafel. Y como bagels.

Aun así, soy judío. Lo siento en los huesos. Me emociono cuando escucho el Hatikva. Tengo más de un libro sobre el Holocausto. Siento esa chispa de algo antiguo cuando estoy en una boda judía bajo la jupá… o cuando veo a alguien sacar una kipá arrugada de la guantera en un funeral.

Pero luego me pongo a mirar Instagram y veo a gente construyendo sus propias sucot, horneando jálot de 12 trenzas, o citando Salmos en hebreo… y me retrotraigo un poco.

Tal vez no soy suficientemente judío.

Esa sensación de “no ser suficiente” es muy sutil. Te hace pensar que ser judío es un examen que apruebas o repruebas.

Esa sensación de “no ser suficiente” es muy sutil. Te hace pensar que ser judío es un examen que apruebas o repruebas. Como si hubiera una lista de requisitos y los cumples a la perfección o mejor ni te presentes.

Pero ese es el punto: no existe tal cosa como “ser lo suficientemente judío”. Sólo existe el hecho de presentarte. Con tus preguntas, tu curiosidad, tu escepticismo.

Una de mis ideas judías favoritas viene de Pirkei Avot, un libro de sabiduría atemporal que no requiere ni sombrero negro ni un doctorado para entenderlo. Allí dice: “¿Quién es sabio? Aquel que aprende de toda persona” (Pirkei Avot, 4:1).

No dice: “El que ya lo sabe todo.” Dice que somos sabios cuando estamos aprendiendo. Cuando tenemos curiosidad. Cuando estamos abiertos.

Eso es lo que cuenta.

Así que participa en una cena de Shabat aunque no te sepas las bendiciones. Enciende una janukiá en tu departamento, aunque nadie la vea. Y abraza esa sensación de algo antiguo que se despierta en ti cuando escuchas el Kol Nidrei, aunque pases el resto de Iom Kipur en el sofá.

El judaísmo no es un juego de suma cero.

El judaísmo no es un juego de suma cero. No es todo o nada. Olvídate del miedo a volverte “religioso”. Tal vez simplemente tienes hambre de algo más significativo que Netflix y comida para llevar. Tal vez una parte de ti se pregunta de qué se tratan realmente todas esas festividades. Tal vez estás cansado de sentir que heredaste algo invaluable y no sabes cómo desenvolverlo.

No estás solo.

Muchos —me incluyo— crecimos con sólo fragmentos del judaísmo. Sabíamos lo que era un sevivón, pero no por qué jugábamos con él. Íbamos a la sinagoga en las Altas Fiestas y contábamos las páginas hasta que llegara la hora del almuerzo. No rechazábamos el judaísmo… simplemente nunca nos mostraron las partes buenas.
Nadie nos habló de la poesía de los Salmos. Ni de la belleza rebelde de la historia del Éxodo. Ni de la tradición judía de discutir con Dios… no por falta de respeto, sino porque creemos en una relación.

Una vez escuché a un rabino decir que ser judío es como formar parte de un enorme chat grupal con tus antepasados. Puedes silenciarlo. Puedes dejarlo sin leer. Pero sigue ahí… vibrando suavemente, esperando a que respondas.

Formo parte de una historia que lleva miles de años desarrollándose. Y esa historia no me exige ser perfecto. Sólo me pide que forme parte de ella.

Me gusta esa imagen. Porque me recuerda que no estoy empezando de cero. Formo parte de una historia que lleva miles de años desarrollándose. Y esa historia no me exige ser perfecto. Sólo me pide que forme parte de ella.

Como un judío no muy religioso, medio kosher y siempre curioso, he aprendido que lo importante es presentarte y empezar en algún lugar.

Lee una página de algo judío. Enciende una vela. Formula una pregunta.

Eso es ser judío. Eso es suficiente.

Tú eres suficiente.