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Cuando su hijo, un soldado israelí, fue secuestrado y asesinado por terroristas de Hamás, su madre movilizó el mundo para salvarlo.
Treinta años después del secuestro y asesinato de su hijo, falleció Esther Wachsman a los 76 años. En su memoria publicamos lo que ella misma escribió sobre su historia.
Mi nombre es Esther Wachsman. Nací en un campo de refugiados en Alemania en 1947, hija de padres que sobrevivieron a los hornos de la Alemania nazi, donde perecieron sus familias enteras. Mi familia —mis padres, mi hermana (quien fue escondida por una familia católica durante la guerra) y yo— zarpamos hacia Norteamérica en 1950. Crecí como hija de sobrevivientes y me convertí en una verdadera "Princesa Judía Americana". Pero sobre nuestro hogar se cernía la nube de la depresión, de una profunda tristeza y melancolía.
En una experiencia típica del "Síndrome de la Segunda Generación", yo era la única razón por la que existían mis padres. Su esperanza, su futuro, todas sus expectativas, estaban centradas en mí. Sabía, sin que ellos dijeran una palabra, que debía ser la más inteligente, la más bonita, la más popular, la más obediente y la mejor de todas las niñas.
Era una carga pesada para una niña pequeña, para una joven, y más tarde, para una esposa y madre. Yo también exigía excelencia y perfección de mí misma, y luego de mis hijos.
En 1969 emigré a Israel; hice aliá a Jerusalem, donde asistí a la Universidad Hebrea y estudié para obtener mi maestría en historia, especializándome en el Holocausto. Mis padres eran sionistas, y sus últimos parientes vivían en Israel. Vine a estudiar con su bendición, aunque cuando conocí a mi futuro esposo y supe que sólo deseaba criar a mi familia en Jerusalem, no estoy segura de que se alegraran demasiado.
Pero ya me había "contagiado el virus". Iba a ser parte de la historia de nuestra patria antigua/nueva, y criaría hijos judíos orgullosos, independientes y creyentes en su patria después de 2.000 años de exilio. Ya no podía seguir rezando por el "Regreso a Sion" y la "Construcción de Jerusalem" cuando sabía que estaba a sólo un boleto de avión de cumplir esas plegarias.
En 1970 me casé con Iehudá y tuvimos siete hijos entre 1971 y 1986. Nuestros hijos fueron criados con un amor triple: por su pueblo, por su tierra y por su herencia, la Torá. Nuestras vidas estaban completas, mis sueños se hicieron realidad y me sentía privilegiada de poder vivir mi vida y criar a mis hijos en esta, nuestra ciudad sagrada; en esta, nuestra tierra dada por Dios.
Enseñé inglés en la escuela secundaria de la Universidad Hebrea durante 28 años. Mis hijos crecieron, asistieron a ieshivot, y con el tiempo sirvieron a su país, vistiendo orgullosamente el uniforme del ejército judío. Qué orgullosa estaba… ¡la inmigrante judía de Brooklyn, madre de soldados de Israel!
Najshón, nuestro tercer hijo, recibió su nombre en honor de quien fue el primero en saltar al Mar Rojo...
Mis dos hijos mayores (que fueron llamados en honor a ancestros, abuelos que perecieron en el Holocausto), sirvieron en la Brigada Golani. Cuando llegó el momento para que mi tercer hijo fuera reclutado, él quiso superar a sus dos hermanos mayores y se ofreció como voluntario para una unidad elite de comando de Golani. Sus hermanos se burlaron de él, ya que era más bajo y más menudo que los grandes soldados de esa unidad, pero él perseveró y se convirtió en soldado en el Orev Golani, siendo el orgullo de sus hermanos y de toda la familia.
Najshón, nuestro tercer hijo, no fue nombrado en honor a ningún antepasado. Elegimos su nombre porque nació el último día de Pésaj, justo después de que se leyera la porción de la Torá sobre el cruce del Mar Rojo, que Dios prometió convertir en tierra seca. Najshón, hijo de Aminadav, jefe de la tribu de Iehudá, fue el primero en saltar al agua, expresando una fe y confianza absoluta en Dios y en esa promesa de que el agua se convertiría en tierra seca. Y todos los Hijos de Israel lo siguieron. También fue en esa época del año, en Pésaj de 1948, que tuvo lugar la Operación Najshón, la operación que abrió el camino a Jerusalem. Sentimos que ese nombre incorporaba todas nuestras ideas: fe y creencia en Dios y amor por nuestro pueblo y nuestra tierra.
Najshón nos hizo sentir orgullosos, al igual que todos nuestros hijos, y gracias a Dios, vivió conforme a su nombre.
Después de haber servido en el ejército poco más de un año, con dos estancias en el Líbano, Najshón volvió a casa en un permiso de una semana, el viernes 7 de octubre de 1994, justo antes del Shabat. El sábado por la noche, recibió una llamada del ejército informándole que al día siguiente, domingo, debía asistir a un curso en el norte, donde él y otro soldado de su unidad aprenderían a operar un vehículo militar especial y, tras un curso de un día, recibirían una licencia.
Najshón consideró esta oferta muy prestigiosa y se fue con un amigo al norte para tomar el curso. Se fue tarde la noche del sábado y nos dijo que volvería al día siguiente por la noche.
Najshón no regresó el domingo por la noche...
Najshón no regresó el domingo por la noche. Quizás por mi experiencia con padres sobreprotectores, sentía que debía saber dónde estaban mis hijos, cuándo esperar que llegaran a casa, y ellos siempre me notificaban cualquier demora o cambio de planes.
Cuando ya era la medianoche y Najshón no había llamado ni llegado a casa, temí lo peor. Notificamos a las autoridades militares, rastreamos sus movimientos, hablamos con sus amigos del ejército. Descubrimos por uno de ellos que lo habían dejado en el cruce de Bnei Atarot, una de las zonas más pobladas del centro de Israel, donde podía tomar un autobús o hacer autostop (como hacen todos los soldados) hacia Jerusalem. Este amigo fue el último en verlo.
El lunes enviamos grupos de búsqueda a la zona donde lo habían visto por última vez. En ese momento, el ejército aún no estaba preocupado y más o menos investigaba en hoteles y alojamientos en Eilat para ver si él simplemente se había ido de paseo. El hecho de que les dijera que tal cosa era simplemente impensable en mi familia parecía divertirles como la actitud de una típica madre judía. Para mí, el lunes, mi hijo estaba muerto.
El martes, nos llamaron de la televisión israelí y nos informaron que habían recibido una cinta de video de un fotógrafo de Reuters mostrando a mi hijo siendo retenido como rehén por terroristas de Hamás. Dijeron que venían directamente a nuestra casa para mostrarnos el video antes de transmitirlo a toda la nación y al mundo.
En esa cinta de video se veía a Najshón, atado de pies y manos...
En esa cinta de video se veía a Najshón, atado de pies y manos, con un terrorista con la cara cubierta por un kefía, sosteniendo la tarjeta de identidad de Najshón. El terrorista recitó su dirección, número de identidad, y luego Najshón habló mientras le apuntaban. Dijo que había sido secuestrado por Hamás, que exigían la liberación de su líder espiritual, Ajmed Yassin, de una prisión israelí, así como la liberación de otros 200 terroristas de Hamás que estaban en prisión. Si no se cumplían esas demandas, sería ejecutado el viernes a las 8:00 PM.
En ese momento no tuve el "lujo" de desmoronarme. Todos nos movilizamos durante los siguientes cuatro días, las 24 horas del día, para hacer todo lo posible por salvar la vida de nuestro hijo. Hablamos con el primer ministro Rabin, quien nos informó que no negociaría con terroristas ni cedería al chantaje. Anunciamos la ciudadanía estadounidense de Najshón e intervino el presidente Clinton. Tanto Warren Christopher, que estaba en la zona, como el cónsul de los Estados Unidos en Jerusalén, Ed Abbington, viajaron a Gaza (donde se creía que Najshón estaba retenido) y nos trajeron mensajes de Arafat.
Arafat, de hecho, llamó a nuestra casa y nos dijo que no dejaría piedra sin mover para localizar a nuestro hijo y devolverlo a casa sano y salvo.
Apelamos a líderes mundiales y a líderes religiosos musulmanes, quienes afirmaron inequívocamente en los medios de comunicación que no debían hacerle daño a nuestro hijo.
Y apelamos a nuestros hermanos, al pueblo judío de todo el mundo, y les pedimos que rezaran por nuestro hijo. El Gran Rabino de Israel encargó que se recitaran cada día tres capítulos de Los Salmos, y personas de todas partes, incluidos niños que nunca antes habían rezado, lo hicieron por una preciosa alma judía.
Pedí a las mujeres de todo el mundo que en Shabat encendieran una vela adicional por mi hijo...
Pedí a las mujeres de todo el mundo que en Shabat encendieran una vela adicional por mi hijo. De unas 30.000 cartas que llegaron a nuestra casa, supe de miles de mujeres que nunca habían encendido velas de Shabat, pero que lo hicieron por nuestro hijo, quien se convirtió en un símbolo del hijo, el hermano, el amigo de todos.
El jueves por la noche, 24 horas antes del ultimátum, se celebró una vigilia de plegarias en el Muro de los Lamentos y, a la misma hora, se celebraron vigilias de oración en todo el mundo en sinagogas, escuelas, centros comunitarios, plazas... y sí, en iglesias de todo el mundo. Personas de buena fe en todas partes esperaban, suplicaban y rezaban por Najshón.
Al Muro de los Lamentos llegaron 100.000 personas, casi sin aviso. Jasidim con abrigos negros y largas peot se balanceaban, rezaban y lloraban, lado a lado con jóvenes con jeans rotos, colas de caballo y aretes. Había una unidad total y solidaridad de propósito entre todos: religiosos y seculares, de izquierda y derecha, sefardíes y ashkenazíes, mayores y jóvenes, ricos y pobres, un acontecimiento sin precedentes en nuestra sociedad tristemente fragmentada.
El viernes por la noche, dimos la bienvenida al Shabat, y hablé con mi hijo en los medios y le pedí que fuera fuerte, porque todo nuestro pueblo estaba con él. Nos sentamos en nuestra mesa de Shabat; mis ojos estaban pegados a la puerta, esperando que Najshón entrara en cualquier momento.
No sabíamos que la Inteligencia israelí había capturado al conductor del automóvil que había recogido a Najshón, que él les dijo a nuestros servicios de inteligencia que los terroristas llevaban kipá, que había una Biblia y un Sidur en el tablero del auto y que habían puesto música jasídica, y un soldado desprevenido se subió al coche.
No sabíamos que habían descubierto, gracias a su informante, que Najshón estaba siendo retenido en un pueblo llamado Bir Nabbalah, bajo control israelí, ubicado a unos 10 minutos de nuestra casa en Ramot. No sabíamos que el primer ministro Rabin había tomado la decisión de lanzar una acción militar para intentar rescatar a nuestro hijo.
A la hora del ultimátum, a las 8:00 PM del viernes, el general Yoram Yair, no Najshón, atravesó nuestra puerta y nos trajo la terrible noticia. El intento de rescate militar había fracasado. Najshón había sido asesinado, y también el comandante del equipo de rescate, el capitán Nir Poraz.
Al mismo tiempo, la gente había regresado a sus sinagogas, después de la comida de Shabat, para recitar Salmos por el rescate de Najshón, incluidos nuestros hijos. Los mandamos a buscar y juntos nos quedamos todos sentados, congelados, incrédulos, conmocionados y devastados el resto del Shabat.
A la medianoche del sábado, enterramos a nuestro hijo.
Ese mismo microcosmos de nuestro pueblo que había llegado a rezar por el rescate de Najshón en el Muro de los Lamentos llegó al Monte Herzl a la medianoche del sábado para asistir a su funeral. Muchos nunca habían pisado un cementerio militar.
Mi marido le pidió al Rosh Ieshivá de Najshón, Rav Mordejai Elon, quien habló en la ceremonia, que por favor le dijera a nuestro pueblo que Dios sí había escuchado nuestras oraciones y que Él había recogido todas nuestras lágrimas.
La mayor preocupación de mi marido al enterrar a su hijo era que hubiera una crisis de fe. Por eso le pidió a Rav Elon que le dijera a todos que así como un padre siempre quisiera decir "sí" a todas las peticiones de sus hijos, pero a veces tiene que decir "no", aunque el hijo no entienda por qué. Así también nuestro Padre en los Cielos escuchó nuestras plegarias, y aunque no entendemos por qué, Su respuesta fue "no".
Nuestro Padre en los Cielos escuchó nuestras plegarias, y aunque no entendemos por qué, Su respuesta fue "no"...
Toda la nación lloró con nosotros. Miles llegaron a consolarnos, aunque nadie puede consolar a unos padres que han perdido un hijo. La radio israelí comenzó las transmisiones de cada mañana con las palabras "Buenos días Israel, estamos todos con la familia Wachsman". A nuestra casa llegaba sin parar comida y bebida; los conductores de autobuses y taxis que traían personas de todo el país que deseaban expresar su pésame, dejaban sus vehículos y se unían a sus pasajeros en nuestra casa. Esa unidad, solidaridad, cuidado, compasión y amor con que nos colmaron nos dio fuerzas y llenó nuestros corazones de amor por nuestro pueblo.
Después de la Shivá, todos regresamos a nuestras rutinas. Nuestro hijo que acababa de salir del ejército asistió a la Universidad Hebrea, otro volvió al ejército, dos más regresaron a la ieshivá, y los dos más pequeños, gemelos que cumplieron ocho años el día del funeral, regresaron a la escuela.
Porque eso es lo que siempre ha hecho el pueblo judío: reconstruir después de la destrucción, comenzar nuevas vidas desde las cenizas y la sangre de las generaciones previas.
Sentí un nuevo respeto por mis padres, quienes lo perdieron todo y se reubicaron en una tierra extraña, con una lengua extranjera, y construyeron una nueva familia, una nueva vida. Yo estaba en mi propio país, mi propia patria; mi hijo murió vistiendo el uniforme de su país y, si Dios quiere, mis otros hijos también servirán a su país con orgullo.
Porque entre mi gente habito, y eso para mí sigue siendo un privilegio y una bendición. Mi amor triple por mi pueblo, mi tierra y mi Torá nunca ha flaqueado.
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Tantos secuestrados Tantos chicos asesinados .