Subcontratando la vida

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Una mirada al nuevo fenómeno de dolientes contratados y amigos alquilados.

La siguiente historia es completamente descabellada, pero cierta.

Un congregante perdió a su madre y, después del funeral, se dirigió a su líder espiritual con una pregunta: "Sé que se supone que yo debiese sentarme en shivá. Estoy consciente de mi obligación religiosa de quedarme en casa y no trabajar durante siete días. Pero lamentablemente, esta es mi temporada alta de trabajo, por lo que me estaba preguntando si sería posible contratar a alguien para que se siente en shivá por mí".

Al principio no creí la historia, pero después de leer el fantástico libro del sociólogo Arlie Russell Hochschild, The Outsourced Self (El yo subcontratado), cambié de parecer. Los "dolientes contratados" son sólo una consecuencia natural de la nueva realidad de "subcontratación personal", la cual se ha vuelto cada vez más popular y aceptada.

Sí, hoy en día las personas están muy ocupadas y están dispuesta a pagar por el privilegio de que otras personas hagan las cosas por ellas de mejor manera y con más rapidez. No tengo problema con que la gente vaya a un contador para que los ayude con sus impuestos o a una manicurista para que le arregle las uñas. Subcontratar estas onerosas tareas claramente vale la pena para quien puede pagarlo.

El problema es que además de dolientes contratados, los siguientes servicios íntimos están actualmente disponibles: amigos alquilados, abuelas alquiladas, compradores de regalos, armadores de álbumes de fotos, visitadores de tumbas, caminadores de perros, cocineros personales, organizadores de placares, motivadores interactivos en fiestas, entrenadores de niños para ir al baño, rompedores de hábitos, inspectores de citas (que averiguan si alguien tiene potencial para transformarse en tu pareja), nombreólogos, quierólogos y mucho más.

¿Qué es un nombreólogo? Es un especialista que te ayudará a elegir un nombre adecuado para tu nuevo hijo, alguien que te ahorrará la difícil tarea de elegir un querido ancestro cuya memoria desees perpetuar. ¿Y qué es un quierólogo? ¡Es alguien a quien puedes contratar para que te ayude a dilucidar qué es lo que quieres realmente! (No estoy inventando todo esto).

El denominador común en todas estas subcontrataciones —desde el ámbito personal hasta el comercial— es la trágica pérdida del componente emocional que debería ser la clave en nuestras relaciones. El regalo que yo elija para un ser querido expresará mucho mejor mis sentimientos que lo que mi "comprador de regalos" considere perfecto sólo porque está de moda. Puede que las fotos que yo reúna para mi álbum no sean las que elegiría el "armador profesional de álbumes de fotos", pero reflejarán mis preciosos recuerdos como yo los veo, y no los recuerdos que un extraño me dice que debo atesorar.

Y la increíble categoría de "amigos alquilados"… ¿Acaso hemos perdido completamente la noción del significado de la palabra 'amigo'? De acuerdo a un antiguo proverbio, los amigos son una mente en dos cuerpos. Pero de acuerdo al estándar de amigo alquilado, un amigo no es más que una transacción comercial entre quien paga y quien recibe la paga.

Transfiriendo el involucramiento emocional

Hace mucho tiempo que la ley judía fijó los parámetros para cuándo es permisible delegar una tarea y cuándo la responsabilidad personal sobrepasa esta posibilidad. En hebreo existe el rol de un "sheliaj", un agente personal que actúa en lugar de uno mismo en ciertas situaciones. Por ejemplo, el marido puede enviarle a la mujer un documento de divorcio por medio de un mensajero. El objetivo aquí es meramente que algo sea entregado.

Pero cuando le preguntaron al famoso rabino del siglo XVIII Rav Iejézquel Landau —conocido por el nombre de su trabajo más grandioso Nodá BeYehudá— por qué el principio talmúdico de que "el agente de una persona es como la persona misma" no aplica al delegarle a alguien la ejecución de una mitzvá, él clarificó la distinción con un concepto muy simple: una responsabilidad basada en el involucramiento personal y emocional nunca puede ser transferida a otro; la persona debe realizarla por sí misma.

Nadie puede escuchar el shofar por ti, ya que nunca vivirías por ti mismo su llamado al arrepentimiento. Nadie puede sentarse en la sucá por ti, ya que nunca tendrías la sensación de fragilidad de las paredes que te protegen ni de la dependencia total en los cielos debajo de los que moras. Nadie puede ponerse los tefilín —las filacterias que se atan en el brazo y en la cabeza— por ti, ya que son las acciones de tus manos y los pensamientos de tu mente los que deben subordinarse al poder de Dios.

Hacer duelo requiere lamento personal. Las lágrimas deben ser nuestras lágrimas.

Y asimismo, el proceso de duelo por nuestros seres queridos que se han marchado requiere lamento personal. Las lágrimas deben ser las nuestras; no pueden ser compradas. Toda mitzvá arraigada en la emoción no puede ser delegada.

Es un error pensar que profesionales pagados harán todo mejor. Cuando se trata de las relaciones más importantes de la vida, las expresiones más importantes de nuestras creencias y las demostraciones más poderosas de nuestros valores espirituales, Dios nos ordenó que nos encarguemos personalmente.

Nosotros debemos ser buenos padres.

Nosotros debemos ser parejas fieles.

Nosotros debemos ser hijos comprensivos y agradecidos.

La inspiración, elevación y refinamiento producto de cumplir las mitzvot, no es algo alcanzable a través de un tercero. No hay atajos para el crecimiento espiritual. Debemos dedicar tiempo y preocupación para involucrarnos personalmente y realizar nosotros mismos estas valiosas tareas.

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