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En Sucot descubrimos que la felicidad nunca es sobre tener; es sobre ser.
El equipaje de alguien inevitablemente sale primero por la cinta transportadora. Las probabilidades (comparado a ganarse la lotería) que ese sea su equipaje no son tan bajas, especialmente en un vuelo local. A pesar de esto, luego de años mirando pasar el equipaje de otra gente mientras inútilmente esperaba mi insulsa valija, la única vez que salió primera, estaba en un estado de incredulidad. ¡Ni en mi sueño más salvaje pensé que yo sería la afortunada!
Rápidamente archivé esa experiencia en mi expediente de "felicidad" y dejé que su jugoso dulzor empapara mi descontento interior. El problema, por supuesto, fue que a los 20 minutos yo estaba de vuelta en el estado irritable e impaciente de recién salida de un avión, que es tan familiar y cómodo como un zapato viejo. La felicidad verdadera se había zafado otra vez de mí.
La sociedad occidental está infundida con el derecho a la búsqueda de la felicidad. ¿Acaso la encontraremos?
La sociedad occidental está infundida con el derecho a la búsqueda de la felicidad. La perseguimos con una fuerza implacable. ¿Acaso la encontraremos? No estoy tan segura. Seguramente, nadie es feliz cuando tiene hambre, frío, dolor, o está privado de compañía. Pero la parte complicada es que estar saciado, abrigado, sano y rodeado de nuestros semejantes homo sapiens no garantiza necesariamente la felicidad.
Orjot Tzadikim, uno de los trabajos clásicos de la ética judía, nos presenta una teoría interesante: La felicidad nunca es sobre tener (posesiones, status, amigos, etc.); es sobre ser. Básicamente es sobre abandonar el rol de forastero en el universo, y hacerse empíricamente conciente del amor, sabiduría y providencia constantes de Dios. El resultado es un sentimiento continuo de serenidad y contento que es independiente de factores externos. De ninguna manera esto significa escapismo o negación. Significa aceptar el hecho de que estamos aquí para elevarnos y elevar el mundo que nos rodea, y que necesitamos la inspiración y los desafíos que Dios nos provee para que esto suceda.
Cuando miramos honestamente y nos preguntamos cuándo fueron nuestros momentos más altos de felicidad, aquellos que dejan una huella para toda la vida, ¿qué es lo que descubrimos? Casi inevitablemente nos encontramos reviviendo momentos de logro y de conexión real. Sin embargo, la dulzura del logro nunca puede separarse realmente de los desafíos que tenemos que enfrentar cuando nos comprometemos con nosotros mismos a hacer algo significativo. Tanto el desafío como la inspiración son regalos de Dios. La clave para la felicidad es aprender a reconocer Sus regalos, de ambas formas de lo que llamamos "contento" y lo que llamamos "descontento."
Escuchemos la voz de un hombre, un miembro de un kibutz religioso:
Cuando la guerra (el Holocausto) terminó no teníamos nada. Yo quería construir. Yo tenía suficiente destrucción, suficientes cenizas. Conocí a mi esposa la misma semana en que llegué al kibutz. Nos entendimos uno al otro, necesitábamos curarnos, y la única forma de aliviarnos vendría al construir.
Nos casamos muy pronto. Yo no tenía nada para darle a ella que fuera realmente mío, y no tenía dinero para comprarle nada. Así es que le compré una escoba con unas pocas monedas que obtuve por hacer algunos trabajos esporádicos. Fue mi anillo de compromiso, mi anillo de matrimonio; era mi única posesión real. Nosotros atesoramos esa escoba hasta el día de hoy. Cada vez que la veo, me acuerdo de donde vengo y cuanta bendición tengo por haber tenido la oportunidad de construir mi familia.
Nunca encontraremos la felicidad cuando todo lo que vemos es la superficie de la vida, sin examinar su núcleo. El número que simboliza esta idea es el número siete. ¿Por qué el siete? Todos los objetos físicos tienen seis lados – los cuatro lados, más la parte de arriba y la de abajo. Describimos esto como "superficie." Debajo de la superficie está la dimensión interna del objeto en estudio. Y es el interior, no la superficie, lo que le da la forma.
Similarmente, la superficie de la vida no es su esencia. Siete es el número que nos dice que podemos y debemos tener ambas, la superficie y la esencia, para realmente tener la integridad que la vida ofrece, y la serenidad que es su hijo natural.
Shabat, las festividades, y el año sabático (Shmitá) todos giran en torno al siete. De éstos, sólo Sucot es llamada "la temporada de nuestra felicidad". ¿Por qué Sucot?
Interesantemente Sucot no celebra un gran evento histórico que haya ocurrido en una fecha específica (como el Shabat que es el día en que Dios descansó, o Pesaj que es el Éxodo de Egipto). Sucot celebra nuestra supervivencia en el desierto mientras vivíamos en chozas por 40 años. Todos los requerimientos de una sucá (transitoriedad, un techo hecho de materiales tomados de la tierra, un techo que no esta totalmente cerrado, las estrellas deben estar visibles, etc.) le permiten retener su status de choza.
Mientras vivíamos en chozas, estábamos rodeados de nubes de gloria Divina que fueron enviadas para protegernos de cualquier posible daño. La Torá nos dice que nuestro camino estaba determinado no por las habilidades de navegación de alguien, sino que por las direcciones tomadas por los pilares de las nubes que nos guiaban durante el día, y los pilares de fuego por la noche. Vivíamos constantemente entre ambos desafíos – como es simbolizado por la fragilidad de la sucá misma, y de la inspiración dada por las nubes.
Una sucá es definida como algo que tiene más sombra que luz. Sin embargo, debemos aún poder ver las estrellas. La luz es tenue, pero es aún claramente visible. Esa es la realidad por la cual nosotros vivimos, y a través de la cual finalmente logramos felicidad y realización.
¿Cómo traemos la alegría de la sucá a nuestras vidas y la mantenemos ahí? Podemos hacerlo cambiando la forma en que pensamos. Cuando vemos la vida de una forma que incluye a Dios en nuestros pensamientos cotidianos, podemos cambiar nuestra disposición para abrazar los desafíos en vez de retraernos temerosamente, y estar abiertos a dar y a recibir amor.
Orjot Tzadikim nos presenta siete formas de pensar que pueden cambiar nuestras vidas.
Todos estamos juntos en esto. Tenemos distintos desafíos en nuestras vidas y diferentes caminos que nos pueden llevar a la inspiración. Pero estamos ligados unos a otros. Esta idea es simbolizada por las cuatro especies que juntamos en Sucot. Ellas crecen en diferentes climas, y tienen distintas cualidades – el etrog (cidra) es el corazón, el lulav (palma) la espina dorsal, los hadasim (mirto) los ojos, las aravot (sauce) los labios. Pero en Sucot, las sostenemos en el aire, juntas como una, en reconocimiento del Poder que nos une a compartir el destino.
La alegría que sentimos cuando enfrentamos la vida con fe, tiene el poder no sólo de cambiarnos como individuos y como judíos, sino que también cambiar la faz del mundo entero. Los 70 toros sacrificados en los tiempos antiguos en el Templo durante la semana de Sucot simbolizaban las 70 naciones originarias de donde surge la civilización. Cada una, en su propia forma, encontrará al Dios de Israel, y descubrirá las fuentes de alegría dentro de sus almas colectivas.
Que llegue pronto el día que toda la humanidad se una bajo el estandarte del Único, Quien nos sostiene a todos, y que descubramos la verdadera alegría de la vida.
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