Tishá B’Av y el anhelo de conexión

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Nunca pensé que continuaría sintiendo tanto amor y gratitud junto al terrible dolor.

Hace poco leí el libro El buen doctor, que escribió Paul Kalanithi mientras agonizaba por un cáncer. Él era neurocirujano, esposo y padre. El libro está lleno de profundas ideas que son producto de la búsqueda de Paul para darle sentido a sus últimos meses de vida. Sin embargo, lo que más me sorprendió fue la gran conexión y amor que Paul desarrolló con su esposa e hija durante sus últimos meses. Una vez que su vida fue despojada de todos los títulos académicos, las distracciones e incluso los objetivos, Paul pudo comprender la belleza de la conexión: sostener a su hija, leerle y reír con ella.

Al final del libro, Paul le deja un mensaje a su hija, para que lo recuerde: “Cuando llegues a uno de los muchos momentos en la vida en que debas rendir cuentas, presentar un balance de lo que fuiste e hiciste por el mundo, rezo para que no olvides que inundaste de alegría los días de un hombre agonizante, una alegría que desconocí en los años anteriores, una alegría que no pide más y más, sino que se asienta brindando satisfacción. En este tiempo, ahora mismo, es algo importantísimo”.

La bebé que trajo semejante alegría a la vida de Paul fue el resultado de una elección que hizo junto a su esposa inmediatamente después del diagnóstico y antes de la quimioterapia que lo volvería incapaz de procrear. Su esposa le preguntó si estaba seguro de esta decisión, de tener un bebé sabiendo que no le quedaba mucho tiempo de vida: “¿No nos distraerá un recién nacido del tiempo que nos queda juntos? ¿No crees que despedirte de tu bebé hará que tu muerte sea más dolorosa?”. Paul respondió: “¿Acaso no sería bueno que lo fuera?”. Ambos sintieron que el objetivo de la vida no era evitar sufrimiento.

Mientras moría, lo único que quería Paul era enfocarse en la conexión que había forjado con su esposa y su hija. Cuando se siente que el tiempo es infinito, nuestras relaciones pueden quedar atrás en la lista de prioridades. Sin embargo, al ser forzados a enfrentar nuestra propia mortalidad, se vuelven los regalos y las conexiones más apreciadas. Nuestras conexiones no sólo para perpetuar algo de nosotros, sino también para aferrarnos a la infinita profundidad que sólo el amor puede traer a la vida.

Nunca pensé que continuaría sintiendo tanto amor y gratitud junto al terrible dolor.

En el apéndice del libro, la esposa de Paul escribe: “Después de la muerte de Paul, esperaba sentirme sólo vacía y con el corazón roto. Nunca pensé que continuaría sintiendo tanto amor y gratitud junto al terrible dolor, a esa pena tan grande que, en ocasiones, me hacía tiritar y gruñir bajo su peso”.

Cuando alguien muere y va al Mundo Venidero, nosotros no perdemos nuestra conexión con esa persona. La pena que sentimos emana de saber que ya no podemos hablarle, abrazarla o escuchar su voz.

Yo era muy cercana a mi abuela y le telefoneaba a menudo, sin importar el lugar del mundo en el que yo estaba. La llamé inmediatamente después de comprometerme. La llamé en el minuto después de tener nuestro primer bebé. Y la llamaba también en días normales, donde sólo quería oír su voz y sentir su amor. Y nunca olvidaré la primera vez que marqué su número, por error, un mes después de su muerte. No es que hubiera olvidado que había muerto, sino que era instintivo para mí llamarla sin pensar.

Cuando atendió el contestador y escuché su voz, comencé a llorar. Me llené de pena como si hubiera acabado de morir. Mi deseo de recuperar esa conexión era tan intenso, que dolía tanto como decir adiós por primera vez. Sostuve el teléfono en mi mano y, luego, colgué y volví a llamar. Sólo quería escuchar su voz, recordar lo cercanas que éramos y cómo continuaría nuestra conexión a pesar de la pérdida de su presencia física.

En Tishá B’Av, el pueblo judío perdió el Templo de Jerusalem. Perdimos el lugar que nos conectaba con Dios de una forma que ahora ni siquiera podemos imaginar, ya que la presencia Divina está oculta. Sin embargo, el anhelo continúa en su lugar. Levantamos el teléfono, escuchamos Su voz. Sabemos que desea que volvamos tanto como nosotros deseamos volver a Él. Lloramos, colgamos y volvemos a llamar.

Por favor, tráenos a casa. Continuamos llamando a pesar de no poder oír tu respuesta. Por favor, sostennos de nuevo en tus brazos. Por favor vuelve a nuestras vidas. Nuestros corazones están destruidos por la pérdida de la conexión contigo. Responde a nuestro llamado y convierte la pena en esperanza, el anhelo en conexión. ¡Responde nuestro llamado! La pena es demasiado grande. La oscuridad demasiado intensa. Necesitamos que vuelva la luz de tu presencia. Dios, vuelve a nuestras vidas y reconstruye lo que perdimos, con los pedazos de nuestros corazones rotos.

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