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Perspectivas de la Torá prácticas para la vida.
"Esta mitzvá que ordeno hoy no está oculta de ti ni es lejana. No está en el cielo para que digas: ¿Quién podrá ascender al cielo y bajarla para nosotros, para que la escuchemos y cumplamos con ella?” (1).
¿A que mitzvá se refiere la Torá en este versículo? El Rambán escribe que se refiere a la mitzvá de teshuvá (arrepentimiento); la Torá nos está diciendo que la teshuvá no está fuera de nuestro alcance, sino que es fácilmente alcanzable si tan sólo hacemos el esfuerzo necesario.
Rav Jaim Shmuelevitz pregunta que si la mitzvá de teshuvá es tan fácil de cumplir, entonces ¿por qué hay tan poca gente que hace teshuvá como corresponde? Todo el mundo sabe que comete errores; ¿por qué no simplemente admiten su error y se arrepienten?
El siguiente Midrash, sobre la historia de Caín y Abel, nos ayudará a responder esta pregunta: Caín mató a Abel, pero Dios no lo castigó de inmediato sino que le dijo: “¿Dónde está Abel, tu hermano?”, a lo que Caín respondió con la famosa respuesta de “¿Acaso soy yo el cuidador de mi hermano?” (Ibíd. 4:9). El Midrash da más detalles sobre la respuesta de Caín: “[Dios,] Tú eres el protector de todo ser vivo, ¿y me estás preguntando a mí?... Yo lo maté, pero Tú me diste la inclinación hacia el mal. Se supone que debes proteger a todos, pero fuiste Tú quien me dejó matarlo. Tú eres quien lo mató… si hubieras aceptado mi ofrenda como hiciste con la suya, yo no hubiese estado celoso de él”.
¿Por qué Caín no hizo teshuvá por su horrendo acto? Porque se negó a aceptar su culpa por haberlo asesinado… ¡incluso prefirió culpar a Dios!
Con esto podemos responder nuestra pregunta inicial sobre por qué tan pocas personas hacen teshuvá como corresponde. Generalmente estamos conscientes de que pecamos, pero hay un factor que evita que nos arrepintamos: la habilidad de asumir responsabilidad por nuestras acciones, la cual yace exclusivamente sobre nuestros hombros.
Hay muchos factores a los que podríamos fácilmente atribuirles nuestras fallas; podemos culpar a nuestra crianza, a nuestras inclinaciones naturales o a nuestra sociedad, pero nos resulta muy difícil aceptar la responsabilidad por nuestros errores. El prerrequisito para la teshuvá es reconocer que podría haber actuado mejor, podría haber superado a mi iétzer hará (inclinación negativa) y haber evitado pecar. Si no tenemos la capacidad para realizar esta difícil confesión no podremos ni siquiera empezar a arrepentirnos, pero si tenemos dicha capacidad entonces la teshuvá es muy fácil de alcanzar.
Esta incapacidad para admitir nuestra culpa nace en el primero y más decisivo pecado de la historia de la humanidad, el cual nos asedia hasta hoy en día: el pecado de Adam. Tradicionalmente entendemos que el pecado de Adam fue desobedecer la instrucción de Dios de no comer del fruto y que eso fue lo que causó que él y su mujer fueran expulsados del Jardín del Edén, con todas las consecuencias negativas que eso trajo consigo. Rav Moty Berger señala que tras un análisis más profundo queda claro que no fueron castigados inmediatamente después del pecado, sino que en ese momento Dios se puso a conversar con Adam y le dio la oportunidad para admitir su error. Sin embargo Adam no aceptó este indulto y dijo: “La mujer que me has dado para que esté conmigo me dio del árbol y comí”.
Adam se negó a asumir responsabilidad por su pecado y culpó en cambio a Javá e incluso a Dios mismo por haberla creado. Luego Dios se dirigió a Javá y también le dio una oportunidad para que se arrepintiera, pero ella rechazó la oferta diciendo: “la serpiente me engañó y comí”. Sólo entonces fue que Dios los castigó por el pecado que habían cometido. De aquí vemos claramente que si ellos hubieran asumido responsabilidad por sus acciones cuando Dios los confrontó, entonces el castigo hubiera sido mucho menor. ¡Quién sabe cuán diferente habría sido la historia!
Vemos de las historias de Adam y Caín que la capacidad para admitir los errores propios es probablemente más importante incluso que no pecar. De hecho, todos nos equivocamos en algún momento; lo que define nuestro nivel espiritual es si somos capaces de admitir la verdad sobre nuestras acciones o no.
Fue sólo después de cientos de años del triste comienzo de la historia que surgió un hombre que fue capaz de hacerse responsable por sus acciones y rectificó el error de Adam. La Tosefta dice: “¿Por qué ameritó Yehudá el reinado? Porque admitió [sus acciones] en el incidente de Tamar”. Tamar estaba a punto de ser quemada en la estaca por su supuesto acto de adulterio, cuando entonces le dio a Yehudá la oportunidad para que admitiera su participación en los eventos. Yehudá hubiese podido permanecer en silencio, sentenciando de esta forma a tres almas a la muerte (Tamar y los mellizos que había en su interior). Sin embargo, en un momento decisivo de la historia, Yehuda aceptó valientemente su culpa y dijo: “Ella tiene razón, es de mí”.
No es coincidencia que ese haya sido el momento crucial en la producción de la semilla del Mesías. Sabemos que el Mesías es la persona que devolverá a la humanidad a su condición prístina previa al pecado, rectificando el error de Adam y Javá. La forma de reparar el daño hecho por un pecado es corregir el rasgo negativo que lo causó. Como hemos visto, la falla principal en el pecado de Adam fue su incapacidad para asumir responsabilidad por los errores, lo que nos permite entender que el éxito de Yehudá al asumir responsabilidad por sus acciones fue una rectificación ideal.
La conexión intrínseca que hay entre el Mesías y tomar responsabilidad continuó con fuerza en el descendiente más distinguido de Yehudá: el Rey David. El Talmud nos dice que el Rey Shaúl pecó una vez y subsecuentemente perdió su reino, mientras que el Rey David pecó dos veces y continuó siendo rey.
¿Por qué Shaúl fue tratado con tanta dureza en comparación al trato que recibió David?
El profeta Shmuel confrontó a Shaúl después de que este no destruyera a todo Amalek como le había sido ordenado. En lugar de admitir su error, Shaúl justificó sus acciones y negó haber pecado. Luego culpó al pueblo por haberlo presionado para que dejara con vida a algunos de los animales de Amalek para que fueran ofrendados. Fue sólo después de un largo ir y venir que Shaúl finalmente se arrepintió, pero ya era demasiado tarde y Shmuel le informó que había perdido su derecho al reinado.
En contraste, después del pecado de David en el incidente con Batsheva, el profeta Natán lo criticó duramente por sus acciones y David contestó de inmediato: “He pecado ante Dios”. A diferencia de Shaúl, David mostró su voluntad para asumir responsabilidad por sus errores al admitir su culpa de inmediato; esa predisposición hizo que fuera perdonado y que recibiera otra oportunidad para continuar como rey. Es más, las fuentes cabalísticas escriben que el Rey David es una reencarnación de Adam y que su propósito fue rectificar su pecado. Pareciera obvio que una de las formas principales en que el Rey David rectificó su pecado fue asumiendo la responsabilidad por su error con gran celeridad.
Hoy en día vivimos en una sociedad que evita asumir responsabilidad; muchas personas educadas afirman que nadie puede ser considerado responsable por su comportamiento. Argumentan que, esencialmente, no tenemos libre albedrío; la persona en la que nos convertimos está predestinada en base a nuestro entorno, crianza, genética y sociedad. Consecuentemente, los criminales pueden ser perdonados por sus crímenes porque no tuvieron la oportunidad de elegir y la gente puede tolerar las fallas que hay en sus relaciones y en sus rasgos personales ya que estas son inevitables.
La perspectiva de la Torá rechaza fuertemente esa postura. Si una persona es lo suficientemente valiente como para admitir que puede mejorar, entonces Dios la ayudará a lograrlo.
Vemos esta idea en el Talmud, en una historia sobre un hombre llamado Elazar ben Durdaia. Elazar ben Durdaia estaba profundamente sumergido en la inmoralidad pero de repente se dio cuenta de lo equivocado que estaba su camino de vida. El Talmud continúa con el relato de sus esfuerzos para ser perdonado por sus pecados: Se sentó entre una montaña y una colina y les pidió que solicitaran misericordia por él, pero ellas se rehusaron. Luego le pidió a los cielos y a la tierra que solicitaran misericordia por él, pero también se rehusaron. Finalmente se dirigió al sol y a la luna, pero ellos también se rehusaron a ayudarlo (2).
Rav Isajar Frand explica esta Guemará: las diferentes cosas a las que les pidió que rezaran por él representan diferentes influencias en su vida; Elazar ben Durdaia estaba tratando de culparlas por su comportamiento. La montaña y la colina representan a sus padres; Elazar ben Durdaia argumentó que la crianza que recibió era la responsable por su calamitosa situación, pero ellas se negaron a reconocer su culpa. Luego se dirigió a los cielos y a la tierra, que representan a su entorno, y trató de culparlos por sus acciones, pero ellos se negaron a aceptar la responsabilidad. Finalmente se dirigió al sol y a la luna, que representan su mazal, sus inclinaciones naturales, y afirmó que le resultaba imposible evitar pecar debido a su naturaleza. Pero nuevamente, el sol y la luna tampoco aceptaron la culpa por las acciones de este hombre.
Finalmente, la Guemará declara que Elazar ben Durdaia dijo: “Este asunto depende sólo de mí”. Reconoció que había un único responsable de sus pecados: él mismo. No podía culpar ni a sus padres, ni a la sociedad ni a la naturaleza; se dio cuenta que él tenía el poder para cambiar su actuar y lo hizo. Luego hizo teshuvá absoluta y su alma volvió al cielo; entonces, se escuchó una Voz Celestial proclamando que Rabí Elazar ben Durdaia tenía un lugar en el mundo venidero.
Los comentaristas explican que la Voz lo llamó rabí porque es nuestro rabino de teshuvá: nos enseñó que la única manera de hacer teshuvá como corresponde es admitir que la responsabilidad por nuestro comportamiento es exclusivamente nuestra. Si podemos hacerlo entonces podremos tener la esperanza de hacer teshuvá completa.
NOTAS
(1) Devarim 30:11-12.
(2) Obviamente, esta Guemará no debe entenderse literalmente.
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