Tu alma divina: Una introducción

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La perspectiva judía sobre la naturaleza del elemento divino que existe en el hombre.

La Torá cuenta que la humanidad adquirió un alma (una neshamá), cuando Dios la “insufló” dentro del hombre en el momento de la creación.

“Y Dios formó al hombre del polvo de la tierra, e insufló en su nariz aliento de vida, y el hombre se volvió un alma viviente” (Génesis 2:7)

¿Por qué la Torá utiliza esta imagen peculiar de la respiración para describir la forma en que Dios le dio el alma al hombre?

Nuestros Sabios explican: “Todo el que espira, espira algo de su interior”.1 La respiración requiere que se exhale el aire desde lo más profundo de nuestro ser. Cuando la Torá dice que Dios “insufló” un alma al hombre, nos enseña que Dios le dio al hombre algo de Él, por así decirlo. La espiración de Dios le dio al hombre una esencia espiritual, trascendente, algo de origen divino.

La idea abstracta de un elemento divino que existe dentro del hombre es difícil de entender en términos concretos. Por eso, nuestros Sabios tomaron prestados términos tales como “luz” o “energía” divina al referirse a este elemento divino del hombre. Cuando la divinidad del alma del hombre se actualiza e ilumina a la persona con luz divina, el hombre se considera “sagrado” o “santificado” (kadosh). La santidad existe cuando lo divino se revela en una entidad física.

Su ubicación y asignación

La energía divina del alma del hombre es tan intensa, tan espiritual, tan fuera de este mundo, que no puede habitar por completo dentro del ser físico de la persona. Simplemente es demasiado para que un cuerpo humano pueda contenerla. Por esta razón, sólo una pequeña parte del alma del hombre reside en su interior. El resto permanece afuera o “por encima” de él.

El potencial humano para la espiritualidad es mucho mayor que lo que podemos sentir.

Esto significa que el potencial humano para la espiritualidad es mucho mayor que lo que podemos sentir. Como la engañosa punta de un iceberg que apenas asoma sobre la superficie del océano, pero que oculta por debajo una gigantesca masa de hielo, el alma divina del hombre apenas encuentra un punto de apoyo en el hombre. La mayor parte de su luz divina permanece más allá del alcance del hombre, su fuerza y su iluminación imperceptible para la persona misma. (Sin embargo, toda la divinidad del alma del hombre es parte de él. Dios se la entregó y forma parte de su identidad personal, a pesar de que una gran parte de ella en verdad no entre en su cuerpo físico).

Sin embargo, la asignación del alma divina no es algo fijo e inactivo. Es posible que la persona incremente el flujo de energía divina hacia su ser físico. Cuando esto ocurre, la persona se vuelve más espiritual, más sagrada, más divina. Lo mismo ocurre a la inversa. La energía divina del alma del hombre puede fluir hacia el exterior de su cuerpo físico. Esto hace que la persona sea menos espiritual, menos sagrada y menos divina, porque la energía del alma regresa al depósito de energía divina que existe fuera de la persona, oculta del mundo físico.2

Un sistema de tres partes

Debido a esta relación entre la parte del alma del hombre que existe fuera de él y la que reside en él, los Sabios describen que el alma está compuesta de tres partes.

La primera parte del sistema es la parte “más baja”. Es la parte del sistema más unida con el ser físico del hombre, y es el receptáculo dentro del cual él puede recibir la luz divina y guardarla en su interior. En hebreo esta parte se llama nefesh, una palabra que deriva de la raíz que significa “reposar”, porque a través de ella la luz del alma divina “reposa” o habita dentro del hombre e ilumina su cuerpo con santidad.

En el otro extremo se encuentra la parte “más elevada” del sistema. Este es el depósito que contiene la parte del alma del hombre que es incapaz de entrar a él debido a su intensidad y su incapacidad de contenerla. Esta parte se llama neshamá, un término que se utiliza para referirse a todo el sistema.

La parte final de este sistema es el agente que conecta a las otras dos partes. Es el canal que conecta el recipiente interior del hombre que puede albergar la divinidad, con el depósito de divinidad que se concentra fuera de la persona. En otras palabras, es la “cañería” que permite que exista un flujo entre las dos partes del alma del hombre. Este facilitador de flujo divino se conoce como ruaj.

La parábola clásica de este sistema es una vela de aceite.

1. La llama desafía lo físico y por lo tanto representa el depósito de luz divina que existe fuera del hombre.

2. La mecha es un objeto físico y representa al cuerpo humano. La mecha tiene el potencial de ser iluminada por la llama, pero también puede consumirse debido a la intensidad del fuego.

3. El aceite es el agente que lleva la llama a la mecha de tal forma que pueda residir dentro de la mecha, es decir, que ilumina la mecha sin consumirla.

Juntos, el aceite, la mecha y el fuego producen una vela de aceite encendida, lo que representa el flujo exitoso de la luz divina hacia el hombre y la iluminación resultante de su ser físico con espiritualidad, santidad y divinidad.

Incrementar el flujo de divinidad

La cantidad de luz divina que puede entrar al hombre y residir en él depende de él mismo. Cuando comienza la vida, la persona tiene una mayor identificación con su ser físico y está, por naturaleza, alejada de la santidad. Por lo tanto, sólo una cantidad muy pequeña de divinidad puede entrar inicialmente y residir en su interior. Pero a través de un gran esfuerzo, el hombre puede elevarse a sí mismo y mejorar su receptáculo interno de divinidad.

La cantidad de luz divina que puede entrar al hombre y residir en él depende de él mismo.

Es importante recordar que para introducir más luz divina en su ser físico, la persona no tiene que “crear” luz divina. La luz de su alma ya le fue entregada y está esperando poder fluir hacia ella. Simplemente tiene que convertirse a sí misma en un recipiente mejor para poder contenerla.

Consideremos una parábola simplificada (desde un punto de vista eléctrico) del sistema eléctrico en el hogar. En nuestra parábola, el cuerpo humano es comparado con una habitación a oscuras. El foco de luz que hay en la habitación forma parte de la habitación. Afuera de la habitación, hay una fuente de electricidad, como una central eléctrica local. Entre el foco de luz y la fuente de energía hay cables eléctricos que transmiten la energía hacia el foco e iluminan la habitación. Si alguien usa cables muy gruesos, el flujo eléctrico desde la fuente es maravilloso. Si los cables son delgados, el flujo eléctrico es menor y también hay menos luz.

¿Cómo se puede iluminar mejor una casa oscura? El foco de luz ya está colocado en su lugar, listo para iluminar. La electricidad está acumulada en la central eléctrica, lista para fluir a la casa. En este punto, la iluminación sólo depende del cableado eléctrico.

La misión del hombre es trabajar sobre su “cañería” (o en nuestra parábola: la capacidad de su cableado), y en incrementar el flujo de energía divina hacia sí mismo. Al incrementar su capacidad de energía divina, el hombre se ilumina todavía con más luz divina y emerge como un ser más espiritual. Cuando esto ocurre, el hombre comienza a cambiar su existencia puramente física por una existencia espiritual, un reflejo de lo divino.

Esto es lo que la Torá le ordena al hombre (Levítico 19:2): “Serán sagrados”. El hombre tiene que tratar continuamente de incrementar la cantidad de luz divina que hay en su interior, y a través de esto incrementar su nivel de espiritualidad, santidad y divinidad.

Extracto del libro de Rav Aryeh Leibowitz: “The Neshamah: A Study of the Human Soul”.


Notas:

1. Sefer Ha-Peliá s.v. שאל משה, Ver también el comentario del Rambán sobre Bereshit 2:7; Shiur Komá de Rav Moshé Cordevero cap.51 y Likutei Amarim Tania, cap. 2.

2. Los conceptos básicos de este artículo se encuentran en la literatura judía, pero se analizan con mayor profundidad en el pensamiento jasídico. Una breve introducción a algunos de los conceptos básicos aquí expuestos se puede encontrar en Sheloshá Maamarim, de Rav Kalonimus Kalmish Shapira, maamar 1.

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