Un drama en cuatro actos

13/10/2022

4 min de lectura

Noaj (Génesis 6:9-11:32 )

La parashá de Nóaj completa los once capítulos previos a la presentación de Abraham y el comienzo de la relación especial entre él y su descendencia con Dios. Durante estos once capítulos, la Torá da lugar a cuatro historias: Adam y Javá, Caín y Hével, Nóaj y el Diluvio y la Torre de Babel.

Cada una de estas historias involucra una interacción entre Dios y la humanidad. Cada una representa otro paso en el proceso de maduración de la humanidad. Si rastreamos el curso de estas historias, podemos descubrir una conexión que va más allá de la cronología, una línea de desarrollo en la narrativa de la evolución de la humanidad.

La primera historia es sobre Adam, Javá y el fruto prohibido. Una vez que lo comieron y descubrieron la vergüenza, Dios les preguntó qué habían hecho.

Él dijo: "¿Quién te ha dicho que estás desnudo? ¿Acaso del Árbol que te ordené que no comieras de él, comiste?".

El hombre dijo: "La mujer que me diste [para estar] conmigo, ella me dio del Árbol y comí".

Entonces Hashem dijo a la mujer: "¿Qué es esto que has hecho?"

Y la mujer dijo: "La serpiente me incitó y comí" (Génesis 3:11-13)

Ante el primer fracaso, el hombre culpa a la mujer, la mujer culpa a la serpiente. Ambos niegan la responsabilidad personal: no fui yo, no fue mi culpa. Aquí nació lo que hoy se llama la cultura de la víctima.

El segundo drama fue el de Caín y Hével. Ambos llevan ofrendas. La de Hével es aceptada, pero no la de Caín (la razón por la cual no fue aceptada no es relevante para este artículo). Enojado, Caín mató a Hével. Una vez más, hay una conversación entre un ser humano y Dios:

Entonces Hashem dijo a Caín: "¿Dónde está tu hermano, Hével?"

Y dijo: "No sé; ¿acaso soy yo el guardián de mi hermano?"

Entonces Él dijo: "¿Qué has hecho? La voz de la sangre de tu hermano clama a Mí desde el suelo (Génesis 4:9-10).

Una vez más el tema es la responsabilidad, pero en otro sentido. Caín no niega su responsabilidad personal. Él no dice "No fui yo". Él niega la responsabilidad moral. "Yo no soy el guardián de mi hermano. No soy responsable por su seguridad. Sí, yo lo hice porque tuve ganas". Caín todavía no aprendió la diferencia entre ser capaz de hacer algo y poder hacerlo.

La tercera historia es la de Nóaj. Nóaj es presentado con grandes expectativas. Su padre, Lémej, al darle su nombre dijo: "Él nos consolará" (Génesis 5:29). Él era quien redimiría el fracaso del hombre, quien ofrecería consuelo a "la tierra que Dios había maldecido".

Sin embargo, a pesar de que Nóaj es un hombre justo, no es un héroe. Nóaj no salva a la humanidad. Sólo se salva a sí mismo, a su familia y a los animales que lleva en el arca.

El Zóhar lo compara de forma desfavorable con Moshé: Moshé rezó por su generación, Nóaj no lo hizo. Al final, su falta de responsabilidad por los demás también lo disminuyó a él mismo. En la última escena, lo vemos borracho y expuesto en su tienda. En las palabras del Midrash: "se profanó a sí mismo y fue profanado".

Uno no puede ser el único sobreviviente y a pesar de eso sobrevivir. "Sálvese quien pueda" no es un principio del judaísmo. Tenemos que hacer todo lo que podamos para salvar a otros, no sólo a nosotros mismos. Nóaj falló en la prueba de la responsabilidad colectiva.

La cuarta, es la enigmática historia de la Torre de Babel. El pecado de sus constructores no está claro, pero queda indicado por dos palabras claves en el texto. La historia está enmarcada, al comienzo y al final, con la frase kol haaretz, "toda la tierra" (Génesis 11:1.8). En el medio, hay una serie de palabras que suenan parecido: sham (allí), shem (nombre) y shamaim (cielo). La historia de Babel es un drama sobre las dos palabras claves de la primera declaración de la Torá: "En el comienzo Dios creó los Cielos (shamaim) y la tierra (aretz)" (Génesis 1:1). El cielo es el dominio de Dios; la tierra es el dominio del hombre. Al intentar construir una torre que "llegara al cielo", los constructores de Babel eran hombres que intentaban asemejarse a Dios.

Esta historia parece tener poca relación con el tema de la responsabilidad, y más bien enfocarse en un tema diferente que las tres primeras historias, Sin embargo, no es accidental que la palabra responsabilidad sugiera responsa-habilidad, la habilidad de responder. El equivalente hebreo, ajraiut, viene de la palabra ajer, que significa "otro".

La responsabilidad siempre es una respuesta a algo o a alguien. En el judaísmo, esto implica responder al mandamiento de Dios. Al intentar llegar al cielo, los constructores de Babel en efecto estaban diciendo: "Nosotros vamos a ocupar el lugar de Dios. No vamos a responder a Su ley ni respetar Sus límites. Vamos a crear un medio donde nosotros gobernamos, no Él". Babel es el fracaso de la responsabilidad ontológica, la idea de que hay algo más allá de nuestro ser que espera algo de nosotros.

Lo que vemos en Génesis 1-11 es un drama de cuatro actos excepcionalmente bien construido sobre el tema de la responsabilidad y el desarrollo moral, que presenta la maduración de la humanidad como un reflejo de la maduración del individuo.

Lo primero que aprendemos de niños es que nuestros actos están bajo nuestro control (responsabilidad personal). Lo siguiente, es que no todo lo que tenemos la posibilidad de hacer, podemos hacerlo (responsabilidad moral). La siguiente etapa es comprender que tenemos un deber no sólo para con nosotros mismos, sino también con aquellos sobre quienes tenemos influencia (responsabilidad colectiva). Finalmente aprendemos que la moralidad no es una mera convención humana, sino que es algo que está inscrito en la estructura de la existencia. Hay un Autor del ser, por lo tanto hay una Autoridad por encima de la humanidad a la cual respondemos al actuar moralmente (responsabilidad ontológica).

Esta es la psicología del desarrollo tal como llegamos a conocerla a través de la obra de Jean Piaget, Eric Erikson, Lawrence Kohlberg y Abraham Maslow. La sutileza y profundidad de la Torá es impresionante. Se trata del primer, y hasta el día de hoy el mayor, texto sobre la condición humana y nuestro desarrollo psicológico desde el instinto a la conciencia, desde el "polvo de la tierra" hasta ser un agente con responsabilidad moral a quien la Torá llama "a imagen de Dios".

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