Un judío en una escuela jesuita

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Cada vez que la profesora, una pastora, formulaba una pregunta respecto a la práctica judía, me pedía que le respondiera. Yo nunca tenía qué responderle.

Yo era un adolescente que soñaba despierto y esperaba pasar otra tarde de verano divertida y sin ninguna preocupación. Caminaba por Bryant Park en el centro de Manhattan para reunirme con un grupo de amigos, cuando de repente una voz gritó: "¡Discúlpame!". Frente a mí había un judío ortodoxo vestido con el típico atuendo jasídico monocromático. Nos miramos a los ojos, los de él eran amables y esperanzados, y me preguntó: "¿Eres judío...?"

Mientras él trataba de pronunciar sus siguientes palabras, presumiblemente alguna clase de solicitud, yo le respondí rápidamente: "No, lo siento", y seguí mi camino. Él no comprendió que le estaba pidiendo disculpas por mentir sobre mi identidad judía. Tantas generaciones hacia atrás como podemos recordar, nuestra familia habló ídish en la casa, y desde la época feudal imprimieron "Yivreika" (judío, en ruso) en nuestros certificados de nacimiento y en nuestros documentos. Incluso huimos de la Unión Soviética debido a la persecución y emigramos a los Estados Unidos justo antes de que cayera el régimen comunista.

A veces olvidaba que éramos judíos, hasta que algún incidente antisemita me recordaba mi verdadera identidad.

En Rusia nos llamaban "kikes" y en Estados Unidos éramos simplemente "rusos", a pesar de ser ciudadanos naturalizados, tan patriotas como el vecino que había crecido toda su vida en Nueva York. Decir que nos asimilamos sería exagerar, porque nunca habíamos practicado ninguna costumbre religiosa. A veces olvidaba que éramos judíos, hasta que algún incidente antisemita me recordaba mi verdadera identidad.

Pero ese hombre ortodoxo no parecía ser un antisemita. De hecho, pareció que trataba de acercarse. Nunca sabré si necesitaba ayuda para completar un minián para recitar el Kadish de duelo, o si deseaba invitarme a ponerme tefilín. Ambas cosas hubieran sido mi primera experiencia. Cuando reflexiono sobre lo ocurrido, siento una punzada de arrepentimiento y vergüenza por haber negado mi herencia con tanta facilidad. Pero en ese entonces, ser judío no estaba en mi radar y me sentí aliviado de poder continuar con mi vida despreocupada.

Un judío en una escuela jesuita

Sólo cuando tenía 21 años comprendí que la historia judía no comenzó con el Holocausto. Estaba cumpliendo con mi curso obligatorio de teología durante mi primer año en el Colegio Boston, una escuela jesuita, donde aprendí sobre los 1.500 años de opresión de la iglesia hacia los judíos de todo el mundo. Mi consejero insistió en que tomara una clase llamada "Las raíces cristianas del antisemitismo". Un amigo, que era un estudiante israelí en un plan de intercambio, y yo éramos los únicos judíos en una clase de más de cien alumnos.

El día de la graduación

Cada vez que la profesora, una pastora, reflexionaba sobre una duda respecto a la práctica judía, ella nos miraba, nos llamaba por nuestro nombre, y cien pares de ojos nos observaban esperando escuchar una respuesta. Nunca pude responderle.

Un día, la profesora me pidió que me quedara un momento después de la clase y me dijo sin rodeos: "Se supone que perteneces al 'pueblo del Libro', ¡pero ni siquiera lo has abierto!'. 'Tiene razón', pensé conmocionado mientras corría hacia mi siguiente clase. Pero nunca había deseado abrir ese Libro, ni tampoco había tenido ninguna oportunidad de aprender la antigua teología de mi pueblo de forma auténtica. Todo eso estaba a punto de cambiar.

Birthright y Gaza

Ese invierno participé en un viaje de Taglit Birthright a Israel con un grupo de 30 judíos laicos de origen ruso. Al día siguiente de nuestra llegada, estalló una guerra. La Operación Plomo Fundido fue un asalto aéreo y terrestre contra objetivos de Hamás en la Franja de Gaza como respuesta al lanzamiento indiscriminado de misiles contra centros civiles israelíes. A medida que el conflicto se fue intensificando, sentí palpablemente cómo aumentaba la unidad entre el pueblo judío.

En Birthright, con un soldado israelí.

El primer día de combate terrestre, en un intercambio de disparos murió un amigo de la infancia de uno de los soldados israelíes que acompañaba a nuestro grupo. El soldado estaba desolado y todos nos solidarizamos. Nuestras sensibilidades occidentales se activaron: "¿Por qué los judíos viven aquí y soportan este terrorismo, la violencia y el conflicto? ¿Realmente vale la pena vivir en esta tierra, a diferencia de cualquier otra?". No teníamos ningún contexto ni entendíamos el significado de la Tierra de Israel y su profunda conexión con el pueblo judío. Pero por alguna razón estábamos orgullosos de ser judíos y de estar de regreso en nuestra patria ancestral. En retrospectiva, esto es un gran enigma.

Cuando regresé al campus, todo cambió. Literalmente me encontré frente a una muralla. El grupo recién formado de "Estudiantes por la Justicia en Palestina", una organización fundada por un profesor judío, había construido una barrera. Baldes de pintura roja habían sido derramados sobre el monumento no autorizado de madera, construido en medio del verde del campus principal, junto con carteles declarando que Israel era un país apartheid, una potencia colonial ocupante, y acusaciones falsas respecto a que Israel usaba gases venenosos contra los civiles inocentes de Gaza.

Defendiendo a Israel en el Campus

De forma inusual, David, mi amigo israelí, y yo comenzamos a manifestarnos con carteles que disipaban exitosamente la información errónea de los activistas de "Estudiantes por la Justicia en Palestina", y muy pronto dimos comienzo a una organización que llamamos "Águilas por Israel". Éramos un grupo diverso de estudiantes que organizábamos eventos culturales, debates con grupos de expertos y diplomáticos, e incluso logramos que se prohibiera la semana del apartheid israelí en nuestro campus.

Entonces usted es un Rabino…

Allí fue cuando conocí por primera vez un rabino. Rav Jananel Weiner abrió para mí ese Libro cerrado, acercándome a la filosofía y la ética judía, y a mi primera experiencia del Shabat. La única razón por la cual finalmente acepté su invitación a una cena familiar festiva, fue porque no quería ser rudo y seguir negándome. Esperaba encontrar rituales extraños, comida insípida y discursos dogmáticos sobre la moralidad absoluta. En cambio, mis amigos y yo fuimos recibidos con una cena deliciosa, buenos vinos y cerveza artesanal, ideas fascinantes sobre nuestras tradiciones, y una conversación interesante en una atmósfera de apertura y aceptación. Nuestra organización adoptó esto como una nueva rutina de los viernes a la noche: "juegos previos en la casa del Rabino".

Con Rav Jananel Weiner

Me llamó la atención cómo él podía vivir con esos valores atemporales de una manera contemporánea. Su hogar estaba repleto de amor: amor el uno por el otro, por el pueblo judío y por toda la humanidad. Tuve innumerables conversaciones respecto a cómo vivir una vida más plena y significativa. Él se preocupaba por nuestra organización estudiantil que defendía a Israel, y se preocupaba por nosotros como estudiantes universitarios que intentaban descubrir sus aspiraciones y sus trayectorias profesionales.

Antes de mi graduación, Rav Weiner me desafió: "¿Qué clase de líder judío deseas ser? ¿Alguien que de casualidad nació judío y les dice a los demás lo que deben hacer, o alguien que guía con el ejemplo, que inspira cambios a través de su propias acciones y decisiones? Regresa a Israel y estudia sobre lo que significa ser judío y luego podrás regresar y hacer cualquier cosa que planees hacer. Sólo hazlo como un judío informado".

Destruir conceptos erróneos

Antes de sumergirme de lleno en mi carrera, el verano siguiente a mi graduación era mi última oportunidad de recibir la educación judía que nunca había tenido. Regresé a Israel, esta vez con un viaje de Aish para jóvenes no observantes de veinte años. Éramos una docena, de todos los rincones de los Estados Unidos. Nos unimos a través de excursiones emocionantes en la naturaleza por todo Israel y noches bulliciosas en la ciudad. En Jerusalem, las conversaciones profundas, honestas y estimulantes con rabinos, científicos, historiadores, expertos en relaciones y líderes laicos, hicieron añicos muchos de mis conceptos erróneos sobre la práctica y la creencia judía.

Después de haber sido un ateo autoproclamado durante toda mi vida adolescente, me invitaron a explorar evidencia racional respecto a la existencia de un Creador Divino. Los Rabinos estaban abiertos a mis desafíos y aceptaban el debate. La abrumadora evidencia de la existencia de un Creador Infinito, desencadenó una crisis de fe en mi ateísmo. Estaba experimentando un cambio de paradigma.

De visita en Jerusalem

Si todo en este mundo fue creado, entonces era lógico que tuviera un propósito. No fue un accidente del azar. También comprendí que tenía sentido que podamos y debamos saber cuál es ese propósito verdadero, algo de lo cual todas las religiones afirman tener el control.

Por primera vez, profundicé en la declaración singular del judaísmo de la revelación nacional en el Monte Sinaí. Me ofrecían evidencia del origen Divino de la Torá, pero yo no estaba listo para tomarla en serio. Así que hui.

Regresé a Nueva York y traté de fingir que esa experiencia transformadora no había existido. Pero a medida que se acercaba el siguiente Shabat, espontáneamente decidí que trataría de cumplirlo. Les dije a mis amigos que no iría con ellos esa noche al club nocturno, ni a la playa al día siguiente, e hice lo mejor que pude para prepárame para el Shabat basándome en lo poco que sabía. Pero el espíritu del día fue palpable, porque mi familia y yo pasamos muchas horas comiendo y conversando sobre las muchas y profundas ideas que había aprendido en Israel.

Salí de ese Shabat con la decisión de regresar a Jerusalem para continuar mi exploración. Quedaban demasiadas preguntas sin respuesta. Todavía era un analfabeto respecto al idioma y las tradiciones de mi propio pueblo. Les dije a mis padres: "Si puedo pasar cuatro años en la facultad de economía aprendiendo cómo maximizar las ganancias y minimizar los costos, entonces puedo pasar cuatro meses en Jerusalem aprendiendo cómo vivir una vida más significativa y espiritual".

Ellos tenían sus reservas, pero finalmente comprendieron que mi anhelo de reconectar a nuestro árbol familiar con las eternas creencias judías no implicaba de ninguna manera rechazar lo que ellos me habían enseñado ni los valores que me habían transmitido.

Así fue que regresé a Aish como una inversión para profundizar mi comprensión de mi herencia judía, del mundo que me rodea y, en definitiva, también de mí mismo. Lo último que me imaginé fue que podría convertirme en un judío practicante, y mucho menos en un Rabino. Pero cuanto más tiempo pasaba en Aish, más fuerza tenía para tomar decisiones de vida sanas. Finalmente encontré mi vocación en la educación judía y me quedé, porque entendí el valor de profundizar mi comprensión de la sabiduría judía para poder vivirla, enseñarla y difundir su riqueza entre todos aquellos que, por causas ajenas a su voluntad, nunca tuvieron acceso a ella. Eventualmente me reuní con una joven que había conocido en el pasado y que compartió una historia similar a la mía, nos casamos y nos instalamos en Jerusalem.

Enseñando en Aish en Jerusalem

Al principio, huía de mi identidad judía. Sin conocerla y poco inspirado, lo consideraba como algo triste e inconveniente. Mi exposición a la sabiduría judía cambió mi vida. Una vez mi madre me dijo: "Serás un gran maestro". No nos imaginamos que lo que enseñaría sería judaísmo y no negocios o leyes. Ahora, años después, tengo mis propios alumnos que me empujan a aclarar sus dudas sobre la vida y el judaísmo. Y yo los aliento a compartir sus nuevos conocimientos con el mundo. Por eso estaré eternamente agradecido.

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