Un milagroso escape de Ucrania

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La fuga milagrosa y llena de acción del Gran Rabino de Kiev

El escape de Kiev de Rav Yonatán Biniamin Markovitch es una combinación entre una película de aventuras de Hollywood y un cuento jasídico. Un viaje a alta velocidad en medio de una noche oscura a través de campos sin caminos, pasando al lado de soldados voluntarios ucranianos armados con hachas y cuchillos, con la ayuda de milagros y dirigidos por un "ángel". Esta es la historia real que tuvo lugar la semana pasada.

Yonatán nació en Uzhorod, un pueblo al oeste de Ucrania, en 1967. Su abuelo, el rabino de la sinagoga local, perdió a su esposa ya sus tres hijas en el Holocausto. Al regresar de Auschwitz reconstruyó su vida: se volvió a casar y tuvo una hija, la madre de Yonatán.

Cuando Yonatán tenía cinco años, su familia se fue a vivir a Israel. Yonatán estudió en ieshivot jasídicas, se ordenó como rabino y se unió a la Fuerza Aérea Israelí. A los 22 años se casó con Elka Inna de 20 años, quien había nacido en Leningrado y también llegó a vivir en Israel cuando era una niña pequeña. El Rebe de Lubavitch alentó a Yonatán a permanecer en la Fuerza Aérea, donde se destacó y se convirtió en un oficial de carrera.

Rav Ionatán e Inna Markovitch

En 1998, después de estar 12 años en la Fuerza Aérea, Yonatán se unió a un grupo que fue a visitar las tumbas de los sagrados rabinos en Ucrania. Él decidió desviarse para visitar la sinagoga de su abuelo en Uzhorod. Allí tuvo una epifanía respecto a cuál era su misión en la vida. Regresó a Israel y le dijo a su esposa que deseaba trabajar para reavivar la vida judía en Ucrania.

Inna estaba embarazada de su cuarto hijo y le respondió: "Bueno. Cada semana puedes ofrecerte como voluntario durante dos semanas".

"No, quiero que vayamos a vivir allí", insistió Yonatán. Entonces sacó su as de debajo de la manga. Inna era maestra de estudios judaicos e inglés. Durante años había soñado con comenzar su propia escuela, donde podría implementar sus ideales educativos a través del amor en vez de la disciplina. Yonatán le prometió: "En Ucrania, podrás abrir tu propia escuela".

Hablando en el parlamento de Ucrania para conmemorar el Día del Holocausto. (Foto: Ian Dobronosov)

Yonatán tenía acceso a demasiados secretos militares como para poder emigrar de inmediato. Él se retiró de la Fuerza Aérea y en el 2000, después de un período obligatorio de dos años, él, Inna y sus cinco hijos se mudaron a Kiev. (En Kiev tuvieron otros dos hijos). Yonatán creció hablando en ídish e Inna en hebreo. Su primer trabajo fue aprender ruso y ucraniano.

En Kiev, Yonatán e Inna "plantaron un árbol". Los árboles crecen lentamente y les lleva anos llegar a producir frutos. El sueño de Rav Yonatán era unir a los judíos de Kiev en una comunidad. El logo que él diseñó para el Centro Comunitario Judío era una menorá similar a un árbol con raíces, sus raíces judías.

Comenzaron con un jardín de infantes. Había seis alumnos, cuatro de ellos eran los hijos de los Markovitch. Gradualmente creció y se transformó en una escuela primaria y secundaria. En el año 2022 la escuela tenía 115 alumnos.

La sociedad que ellos enfrentaron en Ucrania era radicalmente diferente de la sociedad orientada a la familia que habían conocido en Israel. "Antes de mostrarles lo que es una familia judía, tuvimos que mostrarles qué es una familia" recuerda Inna. La estructura familiar local contaba con una abuela, una madre y un niño viviendo en un departamento. Un niño que fue a la casa de los Marcovich a una de las comidas de Shabat escribió en su diario que esa fue la primera vez que vio un padre, una madre y sus hijos viviendo juntos.

Ucrania, un país de 40 millones de personas, no contaba ni con una sola escuela para niños autistas. En el 2012, Inna e Inna Sergiyenko abrieron un jardín de infantes para cinco niños autistas. Llamaron a su escuela: "Un niño con futuro". Diez años más tarde, la escuela tiene 32 alumnos y una larga lista de espera.

Mientras tanto, Rav Yonatán se convirtió en el Gran Rabino de Kiev. Construyó una sinagoga y un Centro Comunitario. Junto a su hijo mayor, dirigen programas para los jóvenes, desde lecciones de computación a eventos para solteros judíos. En Shabat reciben invitados que pueden sentirse libres de saltearse los servicios en la sinagoga y simplemente disfrutar de la camaradería y el placer del Shabat. Durante los últimos meses, celebraron cuatro jupot de parejas judías que se conocieron y se casaron bajo su auspicio.

En Ucrania, la jubilación promedio que recibe un anciano es de menos de cien dólares por mes. Los Markovitch alimentan cada día a 40 ancianos en el centro comunitario, y cada mes reparten cajas de alimentos a 800 ancianos, incluyendo a sobrevivientes del Holocausto.

En el momento de la invasión Rusia, el Centro Comunitario Jabad de Kiev servía a unos 2.500 judíos. El árbol estaba produciendo frutos jugosos.

La invasión

Cuando el ejercito ruso reunió 100.000 soldados en las fronteras de Ucrania, las embajadas de Estados Unidos y de Israel advirtieron a los Markovitch que una invasión era inminente. Como la mayoría de los ucranianos, ellos no lo creyeron. "Debo admitir que una invasión rusa me parecía algo muy poco probable", confiesa Inna.

Cuando el miedo y la incertidumbre comenzó a apoderarse de la población, Rav Markovitch, ya una personalidad pública muy conocida, apareció en la televisión y la radio de Ucrania proyectando un espíritu positivo. Él se ocupó de que pusieran por todos los rincones de Kiev carteles luminosos con la cita del rebe de Lubavitch en ucraniano: "Piensa bien y todo irá bien".

El grupo de 15 personas que escapó

En Ucrania no hay refugios antibombas. El gobierno anunció que en caso de ataque, la gente debía buscar refugio en el subterráneo. Pero la estación subterránea más cercana al Centro Comunitario Judío queda a 20 minutos. Los Markovitch se prepararon para lo peor almacenando seis toneladas de alimentos, 50 colchones, agua y combustible en el sótano del centro comunitario.

A primeras horas del jueves 24 de febrero, los Markovitch se despertaron por el sonido de la explosión de bombas. Todo era un caos. Los miembros más adinerados de la comunidad, quienes habían patrocinado los proyectos del Centro Comunitario Judío, huyeron. La embajada de Israel bombardeó a los Markovitch con mensajes: "Váyanse con urgencia". De hecho, quienes tenían la capacidad física y económica para hacerlo, partieron. Pero los Markovitch enfrentaron un dilema: ¿Cómo podían abandonar a su comunidad? "Nos quedamos con la gente que estaba asustada, muchos de ellos con necesidades extremas", explica Inna.

Decidieron mudarse al Centro Comunitario y protegerse en el sótano. Otros sesenta judíos asustados se unieron a ellos, además de algunos vecinos no judíos. "Aquí no hay refugios antibombas, pero por lo menos podemos estar juntos", dijo Rav Markovitch. Su esposa agregó: "Dedicamos mucho esfuerzo para calmar el pánico".

El viernes, justo antes de Shabat, un equipo televisivo de ABC filmó a los judíos en la sinagoga preparándose para el Shabat. ¿Acaso la calma que mostraban los congregantes era sólo una máscara?

Los Markovitch comprendieron que la única manera de proteger a su comunidad era huir, pero estaban decididos a llevarse con ellos tantos judíos como fuera posible.

El viernes a las 3 de la madrugada, Kiev fue bombardeado de forma masiva. En el Centro Comunitario nadie podía dormir. A primeras horas de la mañana llegó una persona de los servicios especiales de Ucrania y les reveló a los Markovitch que Putin, frustrado por el lento progreso de la invasión, estaba trayendo feroces milicianos chechenos. Estos son extremistas musulmanes que odian a los judíos y probablemente intentarían atacar al conocido Rav Markovitch. "Ustedes quieren proteger a su gente, pero al permanecer aquí están dibujando un blanco en sus espaldas", les dijo.

Los Markovitch comprendieron que la única manera de proteger a su comunidad era huir, pero estaban decididos a llevarse con ellos tantos judíos como fuera posible. Para ese entonces, el gobierno había prohibido que todos los hombres ucranianos de entre 18 y 60 años salieran del país. Como ciudadanos israelíes, Rav Markovitch y sus hijos podían ser evacuados, pero la mayoría de los hombres en la comunidad judía estaban atrapados y sus madres, esposas o hermanas se negaban a abandonarlos. Otros temían dejar atrás todo lo que tenían y enfrentar los peligros del camino, porque seguían cayendo bombas y misiles rusos.

El escape

Finalmente, sólo 13 personas se unieron a Rav Yonatán e Inna. Su hijo de 22 años y una pareja joven con sus dos hijas viajarían en el auto de 7 lugares de los Markovitch. El hijo mayor de los Markovitch con su esposa francesa y sus tres hijas viajarían en otro auto, donado por un hombre de la comunidad. El tercer auto llevaría sólo a una pareja casada con ciudadanía israelí, a la madre aterrorizada del marido, cuyo departamento fue bombardeado cuando ella había salido a comprar comida, y a un estudiante de 21 años.

El convoy sería dirigido por el hombre de los servicios especiales. Él les dijo que apenas terminara el Shabat tenían diez minutos para partir. Viajarían a máxima velocidad y no podían llevar maletas pesadas. Inna corrió a la casa y buscó sus documentos. Ella dejó atrás todo lo que tenían, incluso sus candelabros de Shabat.

Ya estaba oscuro y el toque de queda había entrado en efecto. ¿Cómo podrían viajar? El hombre de los servicios especiales, a quien muy pronto comenzaron a llamar "el ángel", les aseguró que él los ayudaría a lograrlo. Respecto a la frontera a la cual se dirigirían, mensajes de texto desde la frontera más cercana con Polonia, anunciaban que había 70 horas de espera. "El ángel nos dijo que él monitorearía la situación mientras viajáramos, así que seguimos su auto sin saber a dónde íbamos", cuenta Inna.

La carretera para salir de Kiev estaba repleta de una línea sólida de autos que no se movían. "El ángel" guio su convoy por el carril de la mano contraria, aparentemente inmune a la censura.

Cada vez que parábamos, nuestro corazón se detenía. Los soldados y los voluntarios estaban nerviosos, y nosotros temíamos que alguien pudiera recibir un disparo de forma accidental.

Cada tantos kilómetros los detenían en los puestos de control a cargo de soldados y voluntarios ucranianos armados con hachas, cuchillos y palos. "El ángel" les instruyó que abrieran las ventanillas de sus autos (a pesar del frío que hacía) para que los pudieran ver claramente mientras pasaban la documentación. Cada vez que parábamos, nuestro corazón se detenía. "Los soldados y los voluntarios estaban nerviosos, y nosotros temíamos que alguien pudiera recibir un disparo de forma accidental". De hecho, un ciudadano israelí que trató de llegar a la frontera, murió accidentalmente en uno de estos incidentes.

Apenas abandonaron las cercanías de Kiev, "el ángel" pasó de largo por carreteras llenas de caminos de tierra y campos llenos de baches donde no existían caminos. Inna estaba aterrorizada de que las llantas se pincharan en ese terreno tan accidentado y que su escape terminara en un campo oscuro y remoto. Pero de alguna manera, durante 14 horas el convoy siguió adelante.

"Posteriormente me dijo: 'Cada tres minutos conmigo se salvaron de tres horas de espera'".

"El ángel" sólo les permitió en dos oportunidades parar diez minutos para ir al baño. No tuvieron que detenerse para cargar combustible. Cuando lo hicieron, se encontraron en medio de un problema. El auto de los Markovitz sólo funcionaba con diésel y desde el comienzo de la guerra estaba prohibido vender diésel a vehículos no militares. Una vez más, "el ángel" produjo un documento y el ayudante de la estación de servicio llenó el tanque de los Markovitch con diésel e incluso les vendió un poco más para que se lo llevaran.

En el hotel de Budapest, el empleado judío reconocío al rabino.

Los neumáticos resistieron hasta que llegaron a la frontera rumana. Cuando llegaron a un punto seguro, dos llantas se pincharon. Durante diez horas esperaron en la frontera repleta de gente. Cuando les tocó el turno, los detuvieron por problemas de documentación de dos de los vehículos. El seguro del auto de Markovitch había expirado y el auto que manejaba su hijo estaba a nombre de otro propietario. Explicaron que el dueño les había dado el auto y por teléfono él confirmó que efectivamente así era.

Sin embargo, el guardia fronterizo ucraniano no se inmutó. Insistió que esos dos autos no podían salir de Ucrania y exigió que abandonaran los vehículos en la frontera y caminaran 13 kilómetros bajo la lluvia (con niños pequeños), hasta llegar a la parada de autobús rumana más cercana. Rav Markovitch trató de convencerlo:

—Por favor, estamos exhaustos, hambrientos y sucios.

—Los judíos siempre están sucios —le replicó el guardia.

—¡Qué vergüenza! ¿Cómo se atreve a manifestar semejante antisemitismo? Yo soy el Gran Rabino de Kiev —gritó Rav Markovitch, el ex oficial de las fuerzas armadas israelíes.

Al oír el tumulto, se acercó corriendo un oficial de mayor rango. Quizás él había reconocido al rabino de sus numerosas apariciones por televisión. Repleto de disculpas, le dijo a Rav Markovitch: "Lo sentimos mucho. Sigan adelante. Adiós". Y dejó pasar a los cuatro vehículos al otro lado de la frontera.

En los 22 años que estuvimos en Ucrania, no encontramos antisemitismo más que dos o tres veces. Pero en ese momento crucial enfrentamos una muestra de antisemitismo y milagrosamente eso fue lo que nos salvó.

Posteriormente Inna dijo: "En los 22 años que estuvimos en Ucrania, no encontramos antisemitismo más que dos o tres veces. Pero en ese momento crucial enfrentamos una muestra de antisemitismo y milagrosamente eso fue lo que nos salvó".

Una vez que cruzaron la frontera, pudieron reparar los dos neumáticos. "El ángel" los registró en un hotel en el primer pueblo rumano, y a la mañana siguiente desapareció. ¿Acaso era el profeta Eliahu, famoso entre los judíos por aparecer y efectuar salvaciones milagrosas? "No lo sé", respondió Inna sonriendo.

Al llegar a Israel

Los Markovitch están a salvo, pero su comunidad sigue en peligro mortal porque la invasión rusa sigue intensificándose. Rav Yonatán pasó los tres días siguientes organizando autobuses para evacuar a más judíos de Kiev. En el momento en que escribo este artículo, cinco autobuses, cada uno llevando a 50 personas, llegaron a salvo a la frontera.

Nuestros cuerpos partieron, pero seguimos estando allí.

El jueves 3 de marzo, la familia Markovitch y sus compatriotas cruzaron hacia Hungría y abordaron un avión de El AL rumbo a Israel. Cuando aterrizaron en la noche del jueves fueron recibidos por 200 personas flameando banderas israelíes y numerosos equipos televisivos que intentaban obtener sus declaraciones.

Cuando le preguntaron cómo se sentía al llegar a Israel, Inna dijo: "Estoy feliz, soy judía. Quiero elogiar y agradecer a los miles de personas que nos llamaron a Kiev para preguntar cómo nos podían ayudar. Esa es la grandeza del corazón judío. Esa es la verdadera esencia judía".

Rav Markovitch está regresando a la frontera de Ucrania para ayudar en más esfuerzos de rescate.

Desde que llegaron a Israel, Rav Markovitch y su esposa no dejaron de esforzarse para ayudar a los judíos de Kiev. "Nuestros cuerpos partieron, pero seguimos estando allí", subrayó Inna. Mientras lees esto, Rav Markovitch está regresando a la frontera de Ucrania para participar de más esfuerzos de rescate.

El árbol que los Markovitch plantaron hace 22 años fue talado por el ejército invasor ruso y sus frutos se esparcieron. La comunidad entera estalló como una bomba rusa. Pero todavía hay judíos cuyas vidas pueden ser salvadas. Como dijo Rav Markovitch al aterrizar en Israel: "El Rebe de Lubavitch dijo: 'Debes estar siempre feliz, pero nunca satisfecho'".

Para ayudar al Rav y a la Rabanit Markovitch a rescatar a los judíos de Kiev, puedes donar a: https://www.charidy.com/helpjewsofkyiv.

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