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Una madre en duelo expresa el dolor y la esperanza de la nación judía.
El hijo de Jen Airley, Biniamin, fue asesinado luchando en Gaza el sábado 18 de noviembre del 2023. Que su memoria sea una bendición.
El día nacional de recuerdo de los caídos en Israel, una pausa sagrada para conmemorar a todos aquellos que dieron sus vidas defendiendo nuestra tierra, nuestro pueblo y nuestro futuro, y a todos los inocentes que cayeron víctimas del terror simplemente por ser judíos en su tierra patria.
Cuando suena la sirena en todo el país, nos detenemos en un momento de silencio, un silencio que grita más fuerte que cualquier palabra.
En ese momento, la vida se detiene. Los autos se detienen en medio de las autopistas. Los compradores se quedan congelados en su lugar.
Niños, soldados, trabajadores, líderes: todos permanecen inmóviles, con la cabeza baja y el corazón abierto. Y aunque estamos en silencio, nuestras mentes corren en mil direcciones a la vez.
El dolor llena el aire: dolor por las familias destrozadas, los sueños rotos y los futuros que nunca se desarrollarán.
El dolor de hijos e hijas que no regresarán a casa, de padres que siempre pondrán un lugar más en la mesa, de amigos que nunca más escucharán el sonido de una risa familiar.
Sin embargo, junto al dolor, se alza el orgullo, el feroz y ardiente orgullo de una nación construida por héroes.
El orgullo de ser parte de Am Israel, una nación cuyos hijos e hijas siempre han estado listos para darlo todo por algo más grande que ellos mismos.
El orgullo de los soldados, cuyo coraje y espíritu encarnan los sueños más nobles de nuestros antepasados. En ese momento, la gratitud llena el corazón.
Gratitud por su valentía, por sus sacrificios, por su ejemplo de lo que significa vivir y morir con propósito.
Gratitud por cada joven hombre y mujer que llevó sobre sus hombros el destino de nuestro pueblo, incluso a costa de su propia vida.
También es un minuto de oración.
Una plegaria susurrada en el silencio, casi instintivamente:
Una plegaria por la paz. Una plegaria por la seguridad.
Una plegaria por una verdadera unidad, no sólo durante las sirenas y los funerales, sino en la vida cotidiana. Una plegaria para que nunca tengamos que agregar más nombres a la lista de los caídos.
Es un momento de reflexión: de comprender que el florecimiento de Israel, la vitalidad de nuestras ciudades, nuestros campos, nuestros hogares, ha sido regado con la sangre y las lágrimas de nuestros mejores hijos.
Cada piedra en este país está construida sobre sacrificios. Nuestros soldados no son luchadores ordinarios. Son los descendientes vivos de los más grandes estudiantes del rey David, guerreros tanto de cuerpo como de espíritu.
Son líderes honestos, los luchadores más valientes, amigos leales, protectores hábiles, cantantes y bailarines, reconociendo que son sólo mensajeros de Dios.
En unidad.
Cada soldado con el que hablo dice lo mismo: en el campo de batalla nadie se preocupa por lo que el otro observa o no, por lo que cree o no, por lo que usa o no. Es irrelevante. Son hermanos y arriesgarían sus vidas por el otro.
El rey David enseñó a sus soldados que un guerrero judío lucha con una espada en una mano y un arpa en la otra, sabiendo que la fuerza y el espíritu deben ir siempre juntos.
Todos los días recordamos a nuestro Biniamin. Su ausencia es un agujero permanente y enorme en nuestros corazones.
Todos los días recordamos a nuestro Biniamin, que fue asesinado luchando en Gaza. Su ausencia es un agujero permanente y enorme en nuestros corazones.
Pero Iom HaZikarón es diferente. Es un día de duelo nacional, un día en el que somos parte de algo más grande que nuestro dolor personal.
Nos paramos hombro con hombro con una familia, con las familias de los héroes, una familia que, lamentablemente, es demasiado grande.
En este día, de pie junto a la tumba de Biniamin en el Monte Herzl, las lágrimas recorrerán nuestros rostros, pero nuestras cabezas estarán en alto. Honrados de ser los padres de este guerrero de 21 años que incluso antes de que estallara la guerra nos dijo: “Si tengo que dar mi vida por la Tierra de Israel, eso es lo que haré”.
Lo dijo no con miedo, sino con calma convicción, con amor y orgullo. Él sabía por qué luchaba.
Él sabía que algunas cosas valen todo.
Cuando suena la sirena, a menudo me largo a llorar y le pido a Dios en silencio: “Por favor, que esta sea la última vez. Que la sirena se convierta en el shofar de la Redención”.
¡Ya basta!
¡No más sangre derramada y corazones rotos! ¡Que cese la lucha y reine la paz!
En mi corazón, hay una imagen que me mantiene entera.
Me imagino a Dios, como un padre parado al borde de una terminal de aeropuerto, con los brazos abiertos, esperando.
Esperándome a mí. Esperándonos a nosotros.
Esperando que Sus hijos corran nuevamente hacia Su abrazo. Él está esperando por nosotros.
Sí, estamos rotos y estamos cansados. Estamos tan perdidos en el dolor que apenas podemos levantar la cabeza.
En Iom HaZikarón, nos quedamos quietos, pero nuestras almas se mueven.
Rezo para que nos acerquemos más a Dios, los unos a los otros y a la memoria colectiva que nos une para siempre como Am Israel, la Nación Judía.
Que la memoria de nuestros caídos sea bendita. Que sus sacrificios sean un mérito para nosotros.
Y que la próxima sirena que escuchemos pronto sea el sonido del gran shofar que anuncia la Redención final, cuando las lágrimas serán enjugadas y el llanto ya no existirá, y con total convicción corramos a los brazos de Dios y nos abrazaremos unos a otros para siempre.
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