Un truco de magia en Auschwitz

6 min de lectura

Para Werner Reich, durante el Holocausto, la magia encendió una chispa de esperanza.

En el infierno de Auschwitz, un truco de magia fue lo que le dio esperanza a Werner Reich. Hasta el día de hoy, el sobreviviente del Holocausto de 92 años recuerda el momento en que vio ese truco.

Cuando tenía 16 años, un día regresó de trabajar, se subió a la parte superior de una litera de madera en la barraca del campo de concentración y encontró que otro recluso estaba haciendo un truco con naipes. Reich recuerda: "Fue como encontrar un gorila en tu baño. No puedes entender de dónde salió ni qué hace allí. Hizo que se me cayeran los calcetines de la impresión, en sentido figurado, ya que en verdad no tenía calcetines".

Herbert Lewin, cuyo nombre profesional como mago en Berlín había sido "El Gran Nivelli", amablemente le explicó cómo funcionaba el truco sin que él se lo pidiera. "Recuerdo cada detalle. Ese fue el primer truco que vi en mi vida. A partir de ese momento, yo practiqué en mi cabeza ese truco cada día", afirma Reich.

Un bálsamo para el alma

"El truco me brindó una distracción mental del hambre y el miedo constante por mi vida. Me dio algo en lo que pensar, un objetivo".

Él conocía el ritmo, el movimiento, el flujo del truco lo suficientemente bien como para recrearlo en Inglaterra después de su liberación de Auschwitz.

Ese simple truco de naipes durante esa época inimaginable y desgarradora le generó un interés de por vida en la magia. Aunque a Reich no le pagan para hacer magia, él disfruta utilizando la magia para elevar el ánimo de amigos y pacientes en los hospitales. Él también dona su talento para recaudar fondos.

Como miembro de la Hermandad Internacional de Magos, Reich dice que la magia le enseñó a pensar de forma original y enfrentar los problemas desde un ángulo diferente. Él aprendió a pensar con rapidez, a mantener su tranquilidad y a controlar a la audiencia.

"Por esta razón, nunca tuve un 'mal' público y soy un orador exitoso incluso en las peores escuelas".

Enseñarles a los jóvenes a no odiar

Tras haber estado prisionero en cárceles y campos de concentración desde los 15 hasta los 17 años, el nonagenario aprovecha su energía para hablar cien veces al año en escuelas, universidades, sinagogas, iglesias y convenciones de todo el mundo y promover la conciencia sobre el Holocausto.

A veces lo llaman para hacer una intervención. "El antisemitismo estuvo presente todo el tiempo. Ahora sólo está saliendo a la superficie", asegura Reich. Por ejemplo, una escuela en la que encontraron a unos adolescentes pintando esvásticas lo invitó para que les enseñara el significado y las consecuencias de sus actos.

Reich afirma que la respuesta siempre es positiva. A pesar de tener todo el derecho de presentarse como una víctima, Reich le dice al público que no deben sentir pena por él.

"¡Yo tengo una vida muy buena! Lo importante es no ser un espectador. Todos somos responsables los unos por los otros. Siempre cito al Dr. Martin Luther King Jr.: 'Al final, no recordaremos las palabras de nuestros enemigos sino el silencio de nuestros amigos'. Les suplico que no sean un amigo silencioso".

Una vida feliz se transforma en un espanto

Reich nació en Berlín en 1927 y describe sus primeros años como una típica vida judía de clase media. Su padre trabajaba como ingeniero mecánico y electrónico. Su madre era una alemana orgullosa que había servido en el ejército en la Primera Guerra Mundial, salvó las vidas de muchos soldados y recibió una Cruz de Hierro, la importante medalla militar.

Cuando Hitler subió al poder en 1933, Alemania no permitió que los judíos trabajaran en las grandes compañías, universidades y hospitales. El padre de Reich perdió su trabajo. Los niños tuvieron que dejar la escuela.

Cuando tenía 6 años, Reich y su familia se mudaron a Yugoeslavia, donde su padre había servido durante la Primera Guerra Mundial como oficial del ejército austrohúngaro.

"En 1933 la gente pensó que en dos años Hitler ya no estaría y podríamos regresar. Tuvimos que vender nuestra casa por muy poco dinero. Cuando partimos, el gobierno nos confiscó el 25% de lo que teníamos como un impuesto de emigración. Llegamos a Yugoeslavia y mi padre no pudo encontrar un trabajo porque era un país estrictamente agrícola", relató Reich ante la audiencia en el Museo William Breman del Patrimonio Judío en Atlanta.

"Yo era un niño y estaba feliz. Iba a la escuela, aprendí croata y serbio. No tenía idea de los problemas que tenían mis padres. En 1940 falleció mi papá y unos pocos meses más tarde Alemania invadió Yugoeslavia. Todo se dio vuelta".

Su madre se sentía segura debido a su servicio militar, pero temía por sus hijos así que colocó a su hija mayor con una pareja y a Werner con otra pareja que trabajaba para el movimiento de resistencia. "Era como esconder el queso en la ratonera".

Llega la Gestapo

Werner vivía una vida solitaria, cocinando, limpiando y revelando películas para el movimiento de resistencia. Una mañana llamaron a la puerta. Entraron varios agentes de la Gestapo y sacaron todo lo que había en los armarios. Uno custodió a Reich con un arma, y le ordenó dejar la puerta abierta cuando fue al baño.

La policía secreta arrestó al niño de 13 años y lo llevaron a prisión, lo cuestionaron y lo golpearon durante horas, sin importar las respuestas que él les daba. Lo encerraron en el sótano, en una celda con piso de concreto y un balde como inodoro. Durante tres días sólo lo alimentaron con sándwiches de paté de hígado. "Obviamente carecían de imaginación en lo que respecta a la comida", afirma secamente.

Él pasó dos meses en diferentes prisiones. En una celda en Gratz, Austria, miró por la ventana del tercer piso de la prisión y vio a su madre abajo caminando en círculos. Esa fue la última vez que la vio. Luego pasó diez meses en Terezin, un campo de concentración al norte de Praga, en la República Checa.

Reich no podía imaginar los horrores que tendrían lugar. "Yo estaba convencido de que todo terminaría en poco tiempo. No sabía nada sobre los campos de exterminio".

Muy pronto lo descubrió, cuando lo enviaron junto a otros 2.500 prisioneros en vagones de ganado. "Nos dieron un pedazo de pan y un par de latas de sardinas que debe haber enviado la Cruz Roja. Los baldes se desbordaron después de una hora. Estábamos acostados en nuestras heces y nuestra orina".

Sobrevivir robando la comida de los caballos

Después de tres días abrieron las puertas del tren. "Era una escena del infierno. Preguntamos en dónde estábamos y nos dijeron que era Auschwitz". Lo desnudaron, lo afeitaron y le tatuaron en el brazo el número A-1828. Reich sobrevivía con 400 calorías diarias. Tras estar allí un par de meses, pasó por tres selecciones del Dr. Mengele. Después de eso, la gran mayoría eran asesinados.

"Nos esforzábamos para sobrevivir. Era una cuestión de vida o muerte". Él trabajaba en los establos y robaba el alimento de los caballos. Después de estar allí nueve meses, en enero de 1945, salió con otros 60.000 prisioneros en una marcha mortal durante tres días, en la que murieron 15.000 personas. Luego lo transportaron durante cuatro días en vagones de carbón al campo de concentración de Mauthausen en Austria. Iban en vagones abiertos, soportando la nieve, el hielo y la muerte por congelación.

Reich cuenta que en Mauthausen les daban "una cucharada de pan mohoso por día. Yo dormí durante tres días al lado de un hombre muerto sólo para recibir sus raciones".

Cuando lo liberaron el 5 de mayo de 1945, a los 17 años, Reich pesaba sólo 30 kilos. Él se fue a la Yugoeslavia comunista. Después de recuperar sus fuerzas logró escapar a Inglaterra, donde encontró trabajo y se casó. Él y su esposa, Eva, se mudaron a Nueva York, donde la hermana de Reich se estableció después de la guerra.

Una vida afortunada, un hombre afortunado

Reich pasó diez años estudiando en la universidad de noche y trabajó como ingeniero industrial. Él y Eva estuvieron casados durante 61 años, hasta que ella falleció en el 2016. "Ella fue el amor de mi vida. Tengo dos hijos, David y Michael, dos nueras y cuatro nietos. La vida fue muy buena conmigo. Realmente no tengo quejas. Fui afortunado, realmente afortunado".

Herbert Lewin, "El Gran Nivelli", el mago cuyo nombre artístico surge de las letras inversas de su apellido, también sobrevivió la guerra. Él se estableció en Nueva York a menos de 30 minutos de Reich. Después del fallecimiento de Lewin en 1977, su ex compañero de litera vio el obituario en una revista de magia. Después de Auschwitz nunca volvieron a encontrarse.
 

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