Una gran tragedia

3 min de lectura

Shminí (Levítico 9-11 )

Nadav y Avihú, los dos hijos de Aharón el Sumo Sacerdote, murieron repentinamente el día de la inauguración del Templo. Al describir la reacción de Aharón, la Torá simplemente dice: “vaidom Aharón”,(1) en alusión a que Aharón permaneció en silencio. La palabra vaidom generalmente se refiere a un domem, a un objeto inanimado que es incapaz de hablar. Esto nos enseña que si bien podemos controlar nuestras respuestas externas, muchas veces en nuestro corazón hay un huracán y nuestras expresiones faciales traicionan nuestros sentimientos. La fe de Aharón en la justicia y la compasión de Dios, así como en la eternidad del alma, era tan profunda que su corazón pudo mantenerse callado, como si fuera un objeto inanimado. Su confianza en Dios era tan completa que pudo aceptar con calma que las muertes de sus hijos era la voluntad de Dios. Por eso “vaidom Aharón”, Aharón permaneció callado.

La fe de Aharón era tan poderosa que trascendió las generaciones y nos inspira eternamente. Cada vez que experimentamos una tragedia personal o nacional, recordamos y nos sustenta el vaidom de Aharón. Nuestra fe, al igual que la de Aharon, permanece constante.

Piensa en quienes sobrevivieron la inenarrable calamidad del Holocausto. Nosotros recordamos a nuestros padres y abuelos: nuestro abuelo, Rav Abraham Haleví Jungreis, ztz"l, vio desaparecer a toda su familia en las cámaras de gas de Auschwitz. Él fue el único sobreviviente de su familia de rabinos. Al llegar a los Estados Unidos en 1947, construyó una ieshivá y pensó: "Volveremos a encender la luz de la Torá que los nazis trataron de extinguir". Nuestro padre, Rav Meshulem Haleví Jungreis, ztz"l, vio morir a toda su familia, pero continuó su camino y enseñó Torá a las nuevas generaciones de judíos norteamericanos. Nuestra madre, la Rebetzin Esther Jungreis, fundó Hineni en un momento en el que la idea de enseñar Torá a judíos seculares era prácticamente desconocida en todo el mundo.

Esta misma historia se repitió con una gran cantidad de sobrevivientes y, en la actualidad, las academias de los shtetls de Europa se encuentran en los Estados Unidos, Inglaterra e Israel. Sí, la fe de Aharon el Sumo Sacerdote trascendió las generaciones y nos infundió fortaleza y la capacidad de seguir adelante.

¿LA VOLUNTAD DE QUIÉN?

La pregunta sigue presente: ¿Por qué les ocurrió esta tragedia a los hijos de Aharón?

La explicación que ofrece la Torá es que (los dos hijos de Aharón) “llevaron ante Dios un fuego extraño que Dios no había ordenado…”(2)

La fortaleza de nuestro pueblo, nuestra capacidad para triunfar en contra de toda lógica, se debe a que nunca nos desviamos de los mandamientos Divinos. A pesar de que Nadav y Avihú sinceramente deseaban servir a Dios, decidieron hacerlo a su forma y llevar su propio fuego en lugar del ordenado por nuestra Torá.

Con sus trágicas muertes, la Torá nos advierte sobre las terribles consecuencias que puede resultar al alejarse de los mandamientos de Dios. Sin importar cuán elevadas sean nuestras intenciones, si nuestro servicio no es acorde a la voluntad de Dios, es inaceptable. Nuestro Dios es Uno, nuestra Torá es Una, y nuestro servicio Divino debe reflejar esa Unicidad. No puede basarse en nuestras necesidades o emociones personales. Precisamente porque nuestra Torá viene de Dios, refleja Su voluntad y no la nuestra. La Torá no es un grupo de leyes que puede manipularse o alterarse para que se acomode a nuestros deseos o a nuestras debilidades.

Esta enseñanza es especialmente importante para nuestra generación. En nuestra sociedad igualitaria, llegamos a creer que tenemos derecho de darle forma a nuestro propio servicio Divino, de inventar nuestros propios rituales y de crear nuestras propias ceremonias. Llegamos a creer que nuestra sinceridad hace que todo sea aceptable. Pero si nuestro servicio no refleja la voluntad de Dios, ¿a quién estamos sirviendo? ¿No estamos a nuestro propio servicio en lugar de servir a nuestro Padre Celestial? Si nuestros ancestros hubieran creado su propia forma de servicio Divino, no hubiéramos podido heredar ninguna fe, que Dios no lo permita. La fortaleza de nuestro pueblo se encuentra precisamente en que el hecho de que el mismo fuego que iluminó nuestras almas en el Monte Sinaí continúa iluminándonos hoy.

A menudo encontramos personas que nos desafían y nos dicen: ”Si me das una buena razón para cumplir los mandamientos, lo consideraré”. ¿Qué mejor razón puede haber que el hecho de que Dios nos haya ordenado cumplirlos?


NOTAS

1. Levítico 10:3.
2. Ibíd. 10:1.

 

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