Una prueba de carácter

15/06/2022

5 min de lectura

Behaalotjá (Números 8-12 )

Hubo momentos en los que un pasaje de la parashá de esta semana fue para mí como una tabla de salvación. Ningún puesto de liderazgo es sencillo. Pero liderar a los judíos es todavía más difícil. Y el liderazgo espiritual es el más duro de todos. Los líderes tienen una cara pública que generalmente se muestra calma, positiva y relajada. Pero detrás de esa fachada podemos experimentar tormentas emocionales al comprender cuán profundas son las divisiones entre las personas, qué imposibles son algunos de los problemas, y cuán delgado es el hielo sobre el que estamos parados. Quizás todos experimentamos esos momentos en algún punto de nuestras vidas, cuando sabemos dónde estamos y dónde queremos estar, pero simplemente no podemos ver la ruta para llegar allí. Ese es el preludio a la desesperación.

Cuando sentía esto, acudía al momento crucial de nuestra parashá cuando Moshé llegó a su punto más bajo. La causa que lo precipitó aparentemente fue algo pequeño. El pueblo se dedicó a su actividad favorita: quejarse por la comida. Con una nostalgia engañosa, comenzaron a hablar del pescado que comían en Egipto, los pepinos, las sandías, los puerros, las cebollas y el ajo. Se había borrado de su recuerdo la esclavitud. Todo lo que recordaban era la experiencia culinaria. Como se puede entender, Dios se enojó mucho (Números 11:10). Pero Moshé estaba más que enojado. Él sufrió un completo quiebre emocional y le dijo a Dios:

"¿Por qué has hecho mal a tu siervo? ¿Por qué no he hallado gracia en Tus ojos para que impongas la carga de este pueblo sobre mí? ¿Acaso yo concebí a todo este pueblo? ¿O acaso yo lo engendré para que me digas: cárgalo en tu seno como la institutriz carga al infante…? ¿De dónde obtendré yo carne para dar a todo este pueblo, el cual llora a mí diciendo; danos carne para que comamos? Yo solo no puedo cargar a todo este pueblo, pues es más pesado que yo. Y si de este modo Tú me haces, te ruego que me des muerte, si es que he hallado gracia en Tus ojos, para que no vea mi mal" (Números 11:11-15)

Para mí, este es el punto de referencia de la desesperación. Cuando siento que soy incapaz de seguir adelante, leo este pasaje y pienso: "Si todavía no llegué a este punto, estoy bien". De alguna manera, el hecho de saber que el más grande líder de todos los tiempos experimentó esta profunda oscuridad, me da fuerzas. Quiere decir que los sentimientos de fracaso no necesariamente implican que uno ha fallado. Todo lo que significa es que todavía no hemos tenido éxito. Pero no implica que seas un fracaso. Por el contrario, el fracaso llega a aquellos que toman riesgos; y estar dispuestos a tomar riesgos es absolutamente necesario si deseas de alguna manera, grande o pequeña, cambiar el mundo para bien.

Lo que es sorprendente del Tanaj es la manera en que documenta estas noches oscuras del alma en la vida de algunos de los más grandes héroes del espíritu. Recordamos las palabras del Rey David: "Mi Dios, mi Dios, ¿por qué me has abandonado?" (Salmos 22:2) Muchos de los Salmos más poderosos surgen del mismo terreno emocional. "Desde las profundidades clamo a Ti" (Salmos 130:1); "Dios, sálvame porque las aguas llegaron a mi cuello" (Salmos 69:2); "Soy un hombre indefenso, abandonado entre los muertos… Me colocaste en el pozo más profundo, en la oscuridad, en la profundidad" (Salmos 88:5-7).

Moshé no fue el único que quiso morir. Hubo otros tres profetas que expresaron el mismo deseo.1 Uno fue Eliahu. Tras lograr su mayor victoria, su triunfo sobre los profetas del Baal en la confrontación en el Monte Carmel, él recibió un mensaje de la Reina Izebel diciéndole que lo encontraría y lo mataría. Entonces él "se sentó bajo un arbusto, pidió morirse y dijo: 'Basta ya Hashem, toma mi vida porque yo no soy mejor que mis ancestros'" (Reyes I 19:4).

Otro fue Jeremías. La gente no quiere al que trae malas noticias, y más que nada ese era el rol de Jeremías en los últimos días del Primer Templo. Él estaba convencido de que la resistencia a los babilonios terminaría en un desastre y advirtió al respecto a una sucesión de reyes y políticos. Mientras tanto, los falsos profetas decían lo contrario, asegurándole al pueblo que habría "paz, paz", cuando no había paz (Jeremías 6:14, 8:11). El resultado fue que Jeremías fue vilipendiado, acusado, castigado y avergonzado públicamente, y en ocasiones su vida estuvo en peligro. En un pasaje extraordinario, él se quejó: "Hashem, me engañaste y fui engañado; me venciste y prevaleciste. Soy ridiculizado a diario, todos se burlan de mí… Maldito sea el día en que nací… ¿Para qué salí del vientre para ver aflicción y tristeza y terminar mis días avergonzado? (Jeremías 20:7-18).

El cuarto fue Ioná, irónicamente tras el éxito de su misión en Nínive. Dios lo había enviado a decirle al pueblo que en cuarenta días Nínive sería destruida. Él lo hizo. El pueblo aceptó el mensaje y se arrepintió. Entonces Dios revocó Su decreto y perdonó a la ciudad y a sus habitantes. Lejos de estar satisfecho, Ioná le dijo a Dios que sabía que eso ocurriría. El texto no deja claro si Ioná estaba enojado porque Dios perdonó a los enemigos de Israel o porque creyó que el perdón era incompatible con la justicia, o simplemente sintió que había quedado como un tonto. Él había advertido que en cuarenta días la ciudad sería destruida y eso no ocurrió. Cualquiera fuera la razón para su queja, Ioná rezó pidiendo morir: "Ahora, Hashem, toma mi vida, porque para mí es mejor morir que vivir" (Ioná 4:3).

¿Qué es lo que el Tanaj nos enseña con estas historias? Que la fe judía no es una receta para la insipidez ni la dicha. No es una garantía de que te librarás de la angustia y del dolor. No es lo que buscaban los estoicos, apatheia, una vida no perturbada por la pasión. Tampoco es un camino hacia el nirvana, apagando el fuego de los sentimientos, extinguiendo el yo. Todas esas cosas tienen una belleza propia y su contraparte puede encontrarse en las corrientes más místicas del judaísmo. Pero son un mundo separado de los héroes y las heroínas del Tanaj.

¿Por qué? Porque el judaísmo es una fe para aquellos que desean cambiar el mundo. Este es uno de los fenómenos más inusuales de la historia de la humanidad. La mayoría de las religiones se tratan de aceptar el mundo tal como es. El judaísmo es una protesta contra el mundo tal como es, en nombre del mundo como debe ser. Ser judío es buscar marcar una diferencia, cambiar las vidas para que sean mejores, curar algunas de las cicatrices de nuestro mundo fracturado. Pero a la gente no le gustan los cambios. Por eso la vida fue tan difícil para Moshé, para Eliahu y para Ioná.

La misión de Moshé era ayudar a los israelitas a crear una sociedad que fuera lo opuesto a Egipto, que liberara en vez de oprimir, que dignificara y no esclavizara. Por eso el pueblo respondió con recuerdos absurdos de Egipto, el pescado, los pepinos y el resto. Moshé descubrió que era fácil sacar a los israelitas de Egipto, pero muy difícil sacar Egipto de los israelitas.

Lo mismo ocurrió con Eliahu, cuando trató de convencer al pueblo para que dejara de seguir a los dioses de todos menos al propio. (Algo similar ocurre en la actualidad: hay lugares en los que se encuentran más judíos budistas que judíos judíos). Lo mismo pasó con David cuando trató de convertir una confederación de tribus en una nación unida. Y también con Jeremías cuando trató de introducir la honestidad en la política, incluso si eso implicaba decirle al pueblo las malas noticias además de las buenas. Intenta cambiar a las personas cuando veas que van por el camino a la autodestrucción y podrán romperte el corazón. Se enojan, intentan matar al mensajero, te culpan por perturbar su sueño. Sin embargo, ser judío es ir contra la corriente.

Pero en verdad lo que ocurrió en todos estos episodios fue una prueba de carácter.


NOTA:
1. Lo mismo ocurrió con Job, pero él no era un profeta y de acuerdo con muchos comentaristas tampoco era judío. El Libro de Job trata de otro tema: ¿por qué les ocurren cosas malas a las personas buenas? Esa es una pregunta sobre Dios, no sobre la humanidad.

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