Una respuesta judía a los tiroteos masivos

29/05/2022

3 min de lectura

Aquellos que con sus actos destruyen la santidad de sus almas, ya no merecen la preservación de sus nombres. No merecen la fama, sólo la infamia.

Tristeza, desesperación, angustia… todas estas palabras expresan, en la forma limitada que las palabras pueden expresar nuestro profundo dolor, nuestra respuesta al horror del ataque asesino de la semana pasada en una escuela en Uvalde, Texas, donde fueron asesinados 19 niños y dos maestros.

Después de la masacre de Columbine, unos meses después de que unos asesinos adolescentes mataran brutalmente a 12 de sus compañeros de clase y a su padre, quien trató de intervenir para salvar a las víctimas, Coni Sanders estaba en la fila del supermercado con su hija cuando de repente se encontraron cara a cara con la impactante portada de una revista. Allí mostraban de forma destacada a los dos hombres armados responsables de uno de los tiroteos más mortíferos en la historia de los Estados Unidos. Coni comprendió que muy pocas personas sabían algo sobre su padre, quien había salvado innumerables vidas, mientras que prácticamente todo el mundo sabía los nombres y los más mínimos detalles sobre los asesinos.

¿Qué es lo que más desean los asesinos? Su mayor motivación no es el dinero, sino que sobre todo desean fama y notoriedad. Esas son las principales metas de quienes cometen los crímenes más espantosos, que les aseguran aparecer en primera plana en los medios de comunicación durante semanas, sino meses o años.

Adam Lankford, un criminalista de la Universidad de Alabama que pasó años estudiando los efectos de la cobertura de los medios de comunicación sobre futuros atacantes, concluyó que probablemente la mejor forma de disuadir los delitos de imitación es asegurarse que los asesinos nunca alcancen la fama personal que sirvió como su principal motivación psicológica. "Muchos de estos atacantes quieren ser tratados como celebridades. Quieren ser famosos. Por lo que la clave es no darles ese trato".

Sólo cuatro días después del ataque del 2017 en el concierto de Las Vegas, un evento que se cuenta entre uno de los asesinatos masivos más terribles de la historia moderna de los Estados Unidos, Lankford alentó públicamente a los periodistas a evitar usar el nombre del atacante, publicar sus fotos o escribir un detalle exhaustivo de sus supuestas motivaciones, ideas que podían inspirar a otros a actuar de forma similar.

James Alan Fox, profesor de criminología, Derecho y Políticas Públicas y ex decano de la Universidad de Northeastern, destaca la cobertura exagerada que incluye detalles irrelevantes sobre los asesinos, elementos que no sólo son irrelevantes, sino que lamentable e innecesariamente los humaniza". Eso les otorga el don de ser percibidos como humanos, cuando nuestros esfuerzos deberían concentrarse en su inhumanidad.

Muchos organismos encargados de hacer cumplir la ley adoptaron el ejemplo del jefe de policía de Aurora Illinois, quien pronunció sólo una vez el nombre del pistolero que mató a cinco compañeros de trabajo e hirió a cinco oficiales: "Dije su nombre una vez para los medios de comunicación y nunca lo dejaré volver a salir de mis labios", escribió el jefe Ziman en una publicación de Facebook.

Este es un enfoque que en mi opinión tiene un precedente en la Biblia.

La Torá reconoce que el castigo más apropiado para el peor mal es: "Dios borrará su nombre debajo del cielo" (Deuteronomio 29:20).

El Rey Salomón dijo en su Libro de Proverbios: "La memoria de los rectos es una bendición, pero el nombre de los malvados se pudrirá" (Proverbios 10:7).

Afortunadamente, el Equipo de Capacitación de Respuesta Rápida para el Cumplimiento de la Ley, en colaboración con el FBI, desarrolló una campaña de "no los nombres", para minimizar y/o evitar por completo nombrar y describir a las personas involucradas en tiroteos masivos.

De acuerdo con el Talmud, un nombre es nuestro bien más preciado. En hebreo, la palabra 'nombre', shem, está representada por las dos letras centrales de la palabra neshamá, 'alma'. Aquellos que con sus actos destruyen la santidad de sus almas, ya no merecen la preservación de sus nombres.

No merecen la fama, sino sólo la infamia.

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