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Enseñanzas de vida seleccionadas de la parashá semanal y de las fuentes de nuestros sabios.
Hace unos años, fui a visitar a mi rabino en su casa en Jerusalem y llegó un grupo de sabios ancianos para hacerle una consulta. En el barrio en el que ellos vivían durante los últimos meses varias personas sufrieron enfermedades serias y una semana antes alguien sufrió un accidente fatal. Los líderes del barrio estaban alarmados por ese aumento repentino de acontecimientos trágicos y fueron a preguntarle a mi rabino qué revisión espiritual debía hacer la comunidad.
Esta idea de ver los eventos desafortunados como un llamado para examinar nuestros actos está profundamente arraigada en la tradición judía. En tales circunstancias, la persona debe realizar un jeshbón hanéfesh (literalmente: examinar sus actos) y afirmar la necesidad de mejorar su comportamiento. Esto, junto con la plegaria, es la marca distintiva de la forma en que los judíos reaccionan ante las situaciones difíciles.
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¡OH NO! ¡NO DE NUEVO!
Este concepto lo encontramos en la parashá de esta semana: Tazría.
La parashá comienza analizando las leyes relativas a la mujer que acaba de dar a luz. Unas semanas después del feliz evento, ella lleva ofrendas especiales al Templo Sagrado: un cordero como ofrenda de ascensión y una tórtola como ofrenda de pecado. La ofrenda de ascensión es una expresión de gratitud por la bondad de Dios. Pero, ¿por qué tiene que llevar una ofrenda de pecado? ¿Qué pecado pudo haber cometido la mujer al dar a luz? Al fin de cuentas, ¿tener un hijo no es una mitzvá?
Los comentaristas ofrecen varias explicaciones. Una interpretación señala que debido a que el parto incluye mucho dolor e incomodidad, la mujer puede llegar a jurar que jamás volverá a tener otro hijo. Si bien se puede entender que sienta así bajo esas circunstancias, es algo contrario al mandamiento del Creador de ser fructífero y multiplicarse. Para no avergonzar a algunas mujeres en particular, la Torá exigió que todas deban llevar ofrendas de pecado.
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PASADO Y FUTURO
Rav David Tzvi Hoffman ofrece otra explicación. Él señala que el parto mismo es una experiencia sumamente fantástica y estimulante. Sin embargo, junto a toda esa majestuosidad, la experiencia también puede generar en la madre sentimientos de humildad. Ella puede llegar a sentir que no merece semejante milagro porque sabe que es culpable de haber cometido transgresiones en el pasado. Para reconciliar esos sentimientos, la Torá le dice que debe llevar una ofrenda de pecado.
Otra explicación es sugerida por la naturaleza misma del parto. En el pasado, el parto era un evento peligroso. Al enfrentar esa amenaza a su vida, la mujer judía seguía la antigua tradición de realizar un jeshbón hanéfesh de sus acciones, reconocía sus errores y se comprometía a realizar buenos actos.
Después de reconocer la necesidad de mejorar el comportamiento, es apropiado que la Torá les brinde a estas mujeres la oportunidad de llevar una ofrenda de pecado, un testimonio de su sincero deseo de cambiar. Por lo tanto, la ofrenda no estaba relacionada con pecados del pasado sino que era una afirmación del futuro crecimiento, simbolizado por esta enigmática ofrenda.
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