Yihad, parte 4: El financiamiento

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Si algo es digno de estudiar en ciencias políticas, es la simpleza con que esa progresía defensora de todas las causas, no ha sido capaz de defender, ante el reto islamista, la causa de la libertad.

El mito del buenismo de determinada (y muy ingenua) izquierda, es que el yihadismo es cosa de pobres. Y con este axioma falso, hacen su correlación clásica: pobreza versus tercer mundo, versus luchas de liberación, versus los yanquis son los malos.

Si algo es digno de estudiar en ciencias políticas, cuando se nos pasen las tonterías, es la simpleza con que esa progresía defensora de todas las causas, no ha sido capaz de defender, ante el reto islamista, la causa de la libertad. El buenismo es una corriente letal —émula del apaciguamiento de Chamberlain ante Hitler— cuyos mitos nos ha inutilizado para poder prepararnos ante el reto que nos amenazaba. 

En este caso, el mito de la pobreza.

Es cierto que el salafismo se alimenta de masas de población sin expectativas de futuro, que caen seducidas por su magnetismo. No es lo mismo ser un joven sin futuro en un barrio de París o Barcelona, o en una aldea del Yemen o Paquistán, que formar parte de un ejército de mártires dispuestos a dominar el mundo. Pero ello no convierte al fenómeno en una lucha de pobres, sino al contrario: mueve millones de dólares, sus líderes son muy ricos, y los países que alimentan al radicalismo están en la cúspide económica del mundo.

Solo por dar algunos datos, estas cifras son elocuentes: Daesh (Estado Islámico) gana unos dos millones de dólares diarios en ingresos por venta de petróleo, ya que domina 7 campos petroleros en Iraq, 6 en Siria, y 2 refinerías. A ello se suma la extorsión, el contrabando, los bancos que han arrasado a su paso, y las ayudas que reciben de grandes financieros y de algún país “amigo”. Es el grupo terrorista más rico del mundo y gestiona más capital que la mayoría de las empresas norteamericanas. El segundo es Hamás, que también tiene el récord del líder islamista más rico: Jaled Meshal, que acumula millones de dólares en su exilio en Doha. Y si seguimos la lista, con Hezbolá como el tercero en riqueza, las cifras marean al más indiferente. 

¿De dónde viene tanto dinero? En casos como Daesh, de la gestión de los recursos de que se han apoderado. Pero en global, las fuentes llegan por tres vías: la primera, la invisible red hawala, que solo en España incluye 250 locutorios y carnicerías que mueven los ahorros de más de 150.000 musulmanes y que los servicios de inteligencia consideran que financian a Daesh en Siria. Si sumamos al resto de países, las cifras son astronómicas. Además de la hawala, no es menor el flujo que llega de grandes magnates del petróleo. Por supuesto, el yihadismo también se nutre de cualquier mercado delictivo, como el de la droga. Y finalmente están los estados teocráticos, que si no financian al terrorismo (excepto Qatar, en el punto de mira), sí financian al salafismo en todo el mundo. Es decir, el fenómeno es muy rico, sus fuentes son sinuosas y estamos muy lejos de parar el flujo. Lo de pobres es una broma.

Este artículo apareció originalmente en LaVanguardia.com

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