Artes
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A medida que envejezco, las cosas con mis hijos ya no son lo mismo.
Queridos hijos míos:
Una de las alegrías más grandes de mi vida es verlos crecer. Pero me pregunto lo que debe ser para ustedes verme crecer a mí.
Como saben, visito a la Bobe todos los días en el asilo y tengo una oportunidad única de captar la escena. Los mayores pasan la mayor parte del día arrastrando sus pies hacia adentro y hacia afuera del lobby de color pastel, impulsando sus andadores entre las molestas e inmensas sillas de respaldo alto, y las frágiles y pequeñas espaldas encorvadas de los residentes.
Veo al Sr. Weiss. Tiene probablemente 82 años. Parece necesitar menos ayuda que los demás, salvo en el comedor cuando se pone su delantal blanco desechable. Yo asiento y él despide una tímida sonrisa. No está avergonzado precisamente, pero su vulnerabilidad no evoca ni orgullo ni confianza en sí mismo.
A veces miro al Sr. Weiss por un largo tiempo… demasiado largo… y me pregunto:
"¿Cómo se ganaba la vida?".
"¿Tiene familia? ¿En dónde están?".
"¿Qué lo hacía feliz?".
"¿Reía mucho de niño?".
"¿Piensa sobre la muerte?".
Y luego mi mente comienza a vagar – principalmente por lugares que son difíciles de admitir.
"¿Estaré aquí algún día?".
"¿Me sentiré solo?".
"¿Qué tan bien funcionará mi mente?".
"¿Necesitaré ayuda con mi delantal?".
Y mientras contemplo lo que podría traer el futuro, también pienso en lo que era el pasado y sobre lo que realmente trata el presente. Las cosas ya no son lo mismo.
Cuando eran más pequeños, puede que me hayan percibido como una persona sin fallas, sin defectos. Así son los niños. Así es como deben ser. Esa imagen idealizada los hacía sentir seguros y protegidos. Les daba ambición y les permitía soñar. Eso es algo que nunca debería cambiar.
Gradualmente se dan cuenta de que los padres no son Dios.
Pero gradualmente se dan cuenta de que los padres no son Dios. Sí, ellos crean, aman incondicionalmente, dirigen y proveen – pero siguen siendo humanos. Pueden tener miedos y preguntas, preocupaciones e imperfecciones. Esas nociones de nosotros pueden asustarlos. Pero también pueden acercarlos.
Con el ingreso a la adultez, el campo de juego se redujo. En realidad, somos bastante similares en relación a nuestros problemas y a cómo los enfrentamos y nos adaptamos. Los desafíos que ustedes enfrentan como padres, en el matrimonio, con el dinero, con Dios y con la política, son desafíos que yo también enfrento. Los miedos que ustedes tienen sobre la salud, el potencial, el rendimiento y la inseguridad, son posiblemente miedos que yo también contemplo, que me preocupan, y que combato cuerpo a cuerpo. Por lo tanto, los entiendo mejor de lo que creen. Y, quizás, ustedes también me entienden mejor. Todo esto es nuevo en nuestra relación.
No fue hace mucho tiempo, durante sus desquiciantes adolescencias, que pensaban que yo era inepto, incurable, pasado de moda, etc., y que no estaba consciente de la realidad. Esperaban que yo “madurara” y que aprendiera “de qué se trataba realmente la vida”. Eso fue duro, para todos, pero salimos adelante.
Y en algunas cosas realmente tenían razón. A medida que mamá y yo nos volvimos más viejos (si llaman a estar en los cincuentas ser viejo), realmente aprendimos de qué se trataba la vida. Reorganizamos nuestras prioridades y pasamos más tiempo con la familia y con nosotros mismos. Nos reímos más que nunca, al mismo tiempo que nos tomamos la vida más seriamente. Y nuestra relación con Dios es más profunda y más significativa que nunca.
Siempre que bromeamos sobre "envejecer" parecen incómodos, y eso es natural. Cuando nos olvidamos por un momento de algo simple – como un cumpleaños, o quién es nuestro gobernador (es difícil llevar la cuenta hoy en día), siempre se sobresaltan levemente. La negación es palpable. Es difícil de aceptar. Nadie quiere atravesar el proceso de envejecimiento, ni el propio ni el de los padres.
Yo valoro su independencia pero me muero de ganas de que todavía me necesiten.
Los observo hoy en día con sus propias familias y disfruto de cuán sabios, pacientes y comprensivos son con sus parejas e hijos (¿Cómo pasó eso?).
Ocasionalmente, en secreto, intento atribuirme el crédito por sus éxitos y por sus logros, pero sé que, en muchos aspectos, han superado algunos de mis propios logros y algunas de mis expectativas.
Quiero ser útil, incluso indispensable, pero a menudo descubro que pueden manejar la mayoría de las cosas solos... muchas gracias. Eso crea dentro de mí un extraño revoltijo entre orgullo y futilidad. Valoro su independencia, pero me muero de ganas de que todavía me necesiten. No es tan fácil como parece. Así es como veo las cosas en este momento.
Creo realmente que los mejores años de nuestra relación todavía están por venir. Las cosas serán diferentes. Ya no es mi trabajo examinar cómo toman sus decisiones, tratando de enseñarles responsabilidad y recomendándoles el camino correcto. Han arribado a una nueva etapa en sus vidas, y yo también.
Pero la fuerza del hábito puede ser difícil de quebrar. Parte de mí todavía quiere relacionarse con ustedes no como personas sino como "mis hijos", y parte de ustedes todavía se relaciona conmigo como nada más que "su padre".
A medida que pasan los años pienso más acerca del propósito, los objetivos de la vida y el legado que quiero dejar. Espero poder continuar inspirándolos, a pesar de que los respeto y admiro cada día más.
Soy bastante consciente de que puedo ser sermoneador en mi deseo de guiarlos. Puedo ser impaciente cuando insisten en aprender de sus propios errores. Puedo ser santurrón en mi búsqueda de que vivan una vida menos materialista. Pero traten de ser más comprensivos. Tengo buenas intenciones, sólo trato demasiado duro.
Espero que vean los mensajes que estoy tratando de transmitir en esta carta como expresiones del amor desbordante que siento por cada uno de ustedes.
Y… una cosa más. A medida que nuestra brecha se acorta, me doy cuenta de que tienen mucha sabiduría y experiencia para ofrecerme. Le doy la bienvenida a eso. No tengan miedo ni duden en acercarse a mí con una idea o un buen consejo que puedo integrar a mi vida. Ahora es una calle de doble sentido, y como saben, todavía estoy aprendiendo.
Gracias por escuchar.
Tengo la sensación de que la diversión recién está comenzando.
Con amor,
Papá.
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