La reina que se convirtió al judaísmo

27/05/2024

7 min de lectura

Cómo la reina Helena salvó a los habitantes de Jerusalem y embelleció el Templo.

Es posible que hayas escuchado hablar de la reina Helena, la madre de Constantino, quien influyó significativamente introduciendo el cristianismo al imperio de Roma en el siglo IV. Pero unos 200 años más tarde, hubo otra reina Helena que tuvo una significativa influencia introduciendo el judaísmo a un reino perdido llamado Adiabene.

Adiabene era un país semi independiente ubicado en lo que hoy es la región kurda de Iraq. Gobernó la zona durante el período greco-romano y a menudo fue un estado vasallo atrapado entre las potencias rivales de Persia, al este, y Roma, al oeste. Gobernó sobre Nínive (la ciudad que visitó el profeta Ioná siglos antes) y su capital se llamaba Arbela (en la actualidad Erbil, la ciudad más poblada de lo que hoy es Kurdistán iraquí).

A principios del siglo I, gobernaba Adiabene Monbaz I, quien tenía varias esposas, una de ellas era la reina Helena. Aunque Monbaz tenía hijos mayores con sus otras esposas, el heredero preferido para el trono era uno de los hijos de Helena, Izates II. Cuando los hermanastros de Izates se enteraron de que él sería designado para la corona, Helena temió por su seguridad y lo envió al sur, al reino árabe de Characene (hoy situado en el sur de Iraq, cerca del Golfo Pérsico), que en esa época era un aliado de Adiabene. Allí, en la capital de Charax-Spasinu, fue acogido por el rey Abinergaos y se casó con su hija, Symachos.

Para ese entonces, las comunidades judías habían florecido en las tierras vecinas de Babilonia y Persia durante siglos (sus ancestros habían sido expulsados de la antigua Israel por Nebujadnetzar tras la destrucción del Primer Templo en el año 586 AEC). Situada en la intersección de las rutas comerciales, los habitantes de Characene a menudo se veían expuestos a los comerciantes judíos y a los peregrinos que atravesaban su territorio al ir o regresar de Jerusalem. Uno de esos comerciantes era un sabio judío llamado Jananiá (también conocido por su nombre griego, Ananias). Al visitar el palacio real en Charax-Spasinu, él entró en contacto con Izates. Inspirado por la fe y la sabiduría de la religión judía, Jananiá se convirtió en su nuevo mentor.

Mientras tanto, en Adiabene, la reina Helena también se contactó con un sabio judío, Rabí Eleazar de la Galilea. También ella desarrolló una fuerte afinidad hacia el judaísmo y estudió las enseñanzas judías de ese gran rabino de forma regular. Tras la muerte del rey Monbaz, Izates fue convocado para regresar a Characene y gobernar sobre el pueblo en Adiabene.

Después de aceptar el trono y exiliar del país a sus hermanastros envidiosos, Izates, su madre la reina Helena y su otro hijo, Monbaz II, se embarcaron en una conversión completa al judaísmo bajo la guía de Rabí Janania y de Rabí Eleazar de la Galilea. La familia real de Adiabene se convirtió al judaísmo alrededor del año 30 EC, pero lo mantuvieron como un asunto privado.

Para el año 39 EC comenzaron a circular rumores en los reinos vecinos sobre la conversión del rey Izates al judaísmo. Esto fue recibido con gran resentimiento por Abias, rey de los árabes del sur, así como de los partos en el este, que declararon la guerra a Adiabene. Mientras Izates dirigía a su ejército fuera de Adiabene para enfrentar las diversas amenazas militares, la reina Helena prometió que si su hijo regresaba sano y salvo del frente de batalla, ella se haría nazarena durante 7 años.

Cuando Izates regresó, ella cumplió su palabra, lo que implicaba abstenerse del vino, no cortarse el cabello y no tener contacto físico con una tumba o un cadáver. La ley del nazareno, tal como se estipula en la Biblia, exige que la persona que hizo la promesa lleve un sacrificio al Templo en Jerusalem al concluir el período del juramento. En el año 46 EC, al finalizar el compromiso de 7 años, Helena emprendió su primer viaje a Israel (en ese entonces conocido como Judea).

Al llegar al Templo y explicar su historia a los eruditos judíos de Jerusalem (La Casa de Hilel), su sacrificio no pudo ser aceptado. Le explicaron que el voto del nazareno sólo puede cumplirse en la Tierra de Israel. Siendo una conversa piadosa, la reina Helena decidió cumplir con las condiciones del juramento y volver a ser una nazarena durante otros siete años, pero esta vez en la patria judía. Lo que comenzó como una breve visita a Israel se transformó en una aventura de nueve años (ella permaneció otros dos años tras expirar su promesa). Estos fueron años intelectualmente muy estimulantes en la vida de Helena.

Tras asentarse en Jerusalem, quedó claro que algo no estaba bien. La ciudad había sido duramente golpeada por el hambre y los habitantes de Jerusalem carecían de fondos para importar alimentos. Cada día, la gente moría en las calles por desnutrición. No era una broma. Durante años, Helena se había beneficiado de la sabiduría y la inspiración del judaísmo. Ahora era su oportunidad de devolver algo al pueblo judío. Ella tomó la iniciativa y envió un grupo de sus sirvientes a Alejandría, Egipto, para comprar grano, y otro grupo a Chipre para comprar higos secos. Hizo distribuir todas las provisiones entre las familias pobres de Jerusalem y salvó a la ciudad del hambre. Su reputación creció rápidamente y se convirtió en una amada celebridad de la ciudad santa.

Excavaciones fuera de la Ciudad Vieja de Jerusalem, el palacio de la reina Helena.

Una vez que se había ocupado de la gente, era hora de ocuparse también de sí misma. Como era reina, no podía alquilar cualquier casa. Josefo Flavio (también conocido como Iosef ben Matitiahu), el famoso historiador judío que también vivió en Jerusalem en esa época, describió el magnífico palacio que Helena construyó justo al sur del Monte del Templo, en la parte de Jerusalem conocida como "la Ciudad Baja". Se llamaba así porque estaba en una zona menos elevada de la ciudad (al pie de la colina), pero también porque allí era donde vivían las clases más bajas, los pobres de la ciudad, la gente con menos ingresos y lo que no tenían un techo.

Por supuesto que Helena hubiera podido haber construido su palacio en la Ciudad Alta, entre las elites y cerca del gran palacio del rey Herodes. Pero ella optó por crear una casa abierta, aprovechando su riqueza para proporcionar comidas gratuitas a los pobres de Jerusalem, especialmente en Shabat y en las festividades.

En el año 2007, durante las excavaciones del estacionamiento Guivati, en las afueras de la Ciudad de David (no lejos del Muro de los Lamentos), los arqueólogos descubrieron el palacio de la reina Helena. Se podían identificar dos pisos a lo largo de un muro de 14 metros de largo y casi 5 metros de alto. También encontraron baños rituales, restos de cerámica, frescos, depósitos, pasillos y habitaciones, así como monedas de mediados del siglo I.

La enorme estructura que data de fines del período del Segundo Templo (siglo I EC), podría ser el palacio de la Reina Helena de Adiabene.

Las contribuciones de Helena no se limitaron a los pobres. Sus donaciones incluyeron singulares regalos al Templo en Jerusalem. El ejemplo más famoso fue un gigantesco candelabro de oro reluciente que colgaron del techo en la entrada del santuario. Como la entrada del Templo daba hacia el oriente, cuando el sol salía por el Monte d ellos Olivos, se reflejaba en el candelabro de oro y la gente de inmediato sabía que era la hora de decir la plegaria del Shemá sin tener que darse vuelta. Sin el candelabro, la gente hubiera tenido que volverse de espaldas al Templo para contemplar el sol, lo que para un observador externo podía llegar a malinterpretarse como una práctica idólatra, ya que los adoradores del sol eran habituales en esa época.

Por esta razón, incluso hoy en día, muchas sinagogas de todo el mundo tienen un candelabro colgante, en honor a Helena. Otras donaciones incluían una tablilla de oro con la inscripción de la ley bíiblica para los sospechosos de adulterio, así como asas de oro que se fijaban a diversos utensilios utilizados en los rituales de Iom Kipur en el Templo.

En el año 55 EC, tras haber pasado 9 años en Jerusalem, llamaron a Helena para que regresara a Adiabene para asistir al funeral de su hijo Izates II, que falleció inesperadamente tras gobernar durante 24 años. Helena, que en ese momento tenía unos 70 años, se sintió desolada y falleció poco después de haber llegado a Adiabene. Monbaz II, el otro hijo que se había convertido al judaísmo, subió al trono. Él ordenó que los restos de su madre y de su hermano fueran enterrados fuera de Jerusalem, en una tumba que Helena había construido para la familia real antes de su muerte. En esa época, era costumbre que los reyes y reinas construyeran sus propias tumbas mientras vivían, y allí los enterraban a ellos y a sus descendientes.

Tumbas de los reyes

La clásica tumba de roca contaba con un techo piramidal triple, probablemente para Helena y sus dos hijos, Izates II y Monbaz II. Las tumbas con techos piramidales eran comunes entre los reyes y sumos sacerdotes judíos a finales del período del Segundo Templo, y aún pueden verse en los alrededores de la Ciudad Vieja de Jerusalem. Josefo, quien vivió en Jerusalem en la misma época que Helena, describió la ubicación de su tumba como "a tres estadios de la ciudad", lo que en términos actuales equivale a unos 800 metros.

En 1863, el arqueólogo francés Louis Félicien de Saulcy condujo una excavación en el monumento conocido como la "Tumba de los reyes", ubicado a unos 800 metros al norte de las murallas de la Ciudad Vieja de Jerusalem. Tradicionalmente se creía que se trataba de una antigua tumba de los reyes bíblicos de Iehudá, pero la investigación el sitio corroboró que corresponde al siglo I, el período de la reina Helena, cientos de años después de los reyes bíblicos. Allí se descubrieron cinco sarcófagos, incluyendo uno que dice en arameo Tzara Maljata – צרה מלכתא, "nuestra señora la reina".

El sarcófago de la reina de Adiabene, de una colección del Museo del Louvre. Imagen via WIkimedia Commons.

Adentro del sarcófago encontraron un cuerpo cubierto con una mortaja bordada en oro. De Saulcy logró sacar el sarcófago del país y lo envió a París, donde permanece expuesto en el Museo del Louvre. La tumba fue adquirida por el gobierno francés en 1886. A través de negociaciones con el estado de Israel, el sitio de la tumba ha sido abierto de forma limitada para el turismo desde el año 2019.

La reina Helena vio el Templo y la antigua Jerusalem en su apogeo sólo 15 años antes de que fuera destruida por los romanos. Sus actos de piedad son mencionados en el Talmud y el descubrimiento de su tumba sirve de edificio eterno para su memoria. ¡Larga vida a la reina que se convirtió al judaísmo!

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Gloria
Gloria
1 mes hace

Muy interesante , he aprendido mucho leyendo estos artículos

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