Cómo empecé a dedicarme a la jardinería

04/08/2022

3 min de lectura

Mientras estoy ocupada fertilizando el suelo, arrancando malezas y nutriendo a las plantas, busco algo mucho más profundo.

Mi madre falleció y de repente, sin pensarlo, empecé a dedicarme a la jardinería. Planté flores, arbustos y árboles. Regarlos y fertilizarlos se convirtió en una parte importante de mi rutina diaria. Me encanta la fragancia del suelo y la sensación de la tierra entre mis dedos. Descubrí que la jardinería me nutre.

La casa de mi madre estaba llena de plantas de interior y todas florecían. Yo traté de cultivar su genialidad por todas las cosas verdes, pero conmigo ninguna planta de interior sobrevivió, excepto dos que parecen prosperar con el descuido. Mientras menos las riego, más crecen.

Ya pasaron tres meses desde que mi madre falleció y mi dolor no ha disminuido. Al contrario, se ha vuelto más agudo. Pienso en mi madre, su habilidad para la jardinería y mi reciente interés en el tema. Estoy segura de que hay una conexión.

Comencé a leer sobre técnicas de jardinería y a seguir consejos de expertos. Una técnica es la de pellizcar o pinzar, en la que hay que cortar la punta del tallo principal. Pellizcar motiva al resto de la planta a bifurcarse hacia afuera y desarrollar nuevos brotes.

La crisis por la muerte de mi madre sembró la semilla para mi crecimiento personal, que encontró expresión a través de la horticultura. Cuando estoy ocupada fertilizando el suelo, arrancando malezas y nutriendo a las plantas, busco algo mucho más profundo. El inconsciente es un motor poderoso que conduce cada una de nuestras acciones. Cuando llevamos al consciente lo inconsciente, somos recompensados con el descubrimiento que facilita el crecimiento personal. Creo que estoy en camino a alcanzar eso.

Mi madre vivió con nosotros durante los últimos 10 años. Ella tenía un montón de dificultades médicas, pero nunca dejó que eso la detuviera y vivió una vida lo más plena que pudo. Aún así, ella necesitaba una cantidad considerable de atención, que nosotros le proveíamos a diario. Después de contagiarse de Covid-19, ella pasó los últimos seis meses de su vida siendo transportada entre el hospital y un centro de rehabilitación. Aunque fue un privilegio ser su cuidadora principal, también fue una tarea demandante. Requería fortaleza mental, emocional y física. A medida que su condición se deterioró, mi deterioro reflejó el de ella. Al ver a mi madre debilitarse al acercarse cada vez más a la muerte, también mi energía decayó.

Durante los últimos días de su vida, ella estaba semiconsciente y yo estaba semiconsciente de que le estaba pasando a mi madre. Vi que su condición iba deteriorando, pero no me permití entender que ella estaba muriendo. La verdad era inconcebible. Mi madre había sobrevivido el Holocausto y muchas enfermedades mortales. Después de cada diagnóstico de cáncer (tuvo tres), luchó por vivir. No era alguien que sucumbía; era alguien que sobrevivía.

Durante esos últimos días apenas habló, pero hubo dos palabras que repetía constantemente: “No puedo, no puedo”. No me atreví a preguntarle a qué se refería, porque hasta entonces ella siempre me había demostrado que era alguien que siempre “podía”. La piel de mi madre había tomado un tinte gris, pero yo me rehusaba a reconocer las claras señales que anunciaban su muerte inminente.

Ella murió sola, noventa minutos después de que me fuera de su lado. Si hubiera sabido que iba a morir, nunca me hubiera ido. La gente dice que un alma no se va si en la habitación hay un ser querido que no la deja partir. ¿Es eso lo que pasó entre mi madre y yo? ¿Ella sabía que yo no podía dejarla ir y que no podría morir hasta que yo me fuera? ¿Era ese su mensaje al repetir “no puedo, no puedo”? ¿O acaso me fui porque entendí que estaba muriendo y no podía soportar presenciarlo? Probablemente las dos cosas son verdad.

La transición de mi madre de este mundo al siguiente fue dolorosa. Ella padeció terribles sufrimientos durante sus últimas semanas de vida y como su hija, verla sufrir y ser incapaz de hacer algo para ayudarla fue un trauma mayor que su muerte.

Cuidar mis flores y arbustos se ha convertido en mi nuevo hobby. Mi madre, el tallo principal de nuestra familia, ha sido pellizcado. Ahora sus brotes son alentados a crecer, a florecer y a expandirse.

Este es el momento de nutrirme. Necesito descansar y recuperarme de la presión y la angustia de ver a mi madre sufrir una muerte dolorosa. Mientras descanso, pienso en podar mis malos hábitos y conductas improductivas. Como los brotes que descansaron antes, sé que a este periodo le seguirá uno de crecimiento. Se que me despertaré y me expandiré. Voy a girar en dirección al sol y floreceré.

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