Llorar en vano en Tishá BeAv

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Dios espera que abramos nuestros corazones. Tenemos que dejarlo entrar.

Tishá BeAv, el 'nueve de av', es un día en el que ocurrieron diversas tragedias.

Los diez espías. La destrucción del Primer Templo. La destrucción del Segundo Templo. Fue aplastada la revuelta de Bar Kojva. Las cruzadas. La expulsión de Inglaterra. La expulsión de España, Comenzó la Primera Guerra Mundial. La liquidación del Gueto de Varsovia.

A lo largo de la historia judía, este período de tiempo (y en especial el 9 de av), fue difícil y doloroso. Sabemos que esto se remonta al pecado de enviar espías a Israel y creer en sus declaraciones respecto a que no lograríamos entrar a esa grandiosa tierra. ¿Qué es lo que pasó con los espías para que este pecado sea todavía más imperdonable que el pecado del Becerro de Oro que se construyó al pie del Monte Sinaí apenas 40 días después de haber oído hablar a Dios?

Desde el momento en que Abraham descubrió a Dios, él y sus descendientes aguardaron la oportunidad de poder asentarse permanentemente en la Tierra de Israel. Dios prometió que habría desafíos a lo largo del camino, pero que finalmente llegaríamos allí con grandes riquezas. Después de 400 años de sufrimientos, finalmente llegó el día. Salimos triunfantes de Egipto y nos dirigimos al desierto para recibir la Torá, un requisito previo para entrar a la tierra.

Justo cuarenta días más tarde, tropezamos. Pensamos que Moshé había fallecido, como mueren los humanos, y lo reemplazamos con una estatua de oro. Al fin de cuentas el oro dura eternamente, y necesitábamos algo que nos mantuviera conectados con Dios. Fue un error doble. En primer lugar, no necesitábamos un intermediario: podemos hablar con Dios directamente. En segundo lugar, y quizás todavía más importante, no podemos decidir cuál es la mejor manera de servir a Dios. Sólo podemos presentarnos ante Dios a través del servicio aprobado y que se nos ha ordenado. Pero este fue un error que Dios pudo perdonar, y tras permanecer otros 40 días en la montaña, recibimos las nuevas Tablas.

Después de haber pasado casi un año al pie de la montaña estudiando, finalmente llegó el momento de entrar a la Tierra de Israel. Pero entonces… De repente el pueblo más obstinado del mundo comenzó a preocuparse. Quisimos enviar espías para revisar la tierra y ver si realmente podíamos llegar a conquistarla. De los doce espías, diez reportaron que sus habitantes eran demasiado fuertes y que no podríamos contra ellos. Esa noche, el pueblo judío olvidó que nunca íbamos a tener que luchar sólo con nuestras espadas, sino que Dios, quien creó la tierra, iba a hacer todo el trabajo “pesado”. Durante toda la noche el pueblo lloró diciendo que Dios nos odiaba y que moriríamos en el desierto.

Dios le dijo al pueblo judío: “Esta noche lloraron sin ninguna razón, Yo daré a sus generaciones una buena razón para llorar”. Esto es algo que diría un padre humano frustrado, no lo que esperaríamos de un Dios infinito. ¿Qué fue realmente lo que ocurrió? ¿Por qué este pecado fue más grave y cuál es el significado de esta respuesta?

Esa noche, cuando lloramos, ocurrió algo imperdonable. Olvidamos que Dios nos ama y que está personalmente involucrado y acomodando nuestras vidas de la mejor manera posible. Después de todo lo que Él había hecho por nosotros, lo olvidamos. La confianza absoluta que manifestamos al aceptar la Torá había desaparecido. Declaramos que la Palabra de Dios no era suficiente para nosotros, y que no creíamos que Él fuera a continuar ayudándonos.

Dios dijo: “Ustedes lloraron porque imaginaron que Yo no estaba a su lado. Les mostraré cómo se ve la vida cuando Yo no estoy a su lado”. Esta no fue la respuesta frustrada de un padre que perdió la paciencia. Esto fue Dios diciendo: “Sólo puedo estar tan cerca de ustedes como ustedes mismos me dejen. Si me alejan, verán cómo es la vida sin Mi participación”.

Como dice la Torá: “Si se comportan casualmente conmigo (como si los eventos ocurrieran al azar, sin Mi participación), entonces Yo también me comportaré hacia ustedes con casualidad”. Dios sólo nos dará la atención personalizada que necesitamos para sobrevivir en el grado en que nosotros lo dejemos entrar a nuestras vidas y reconozcamos que Él tiene el control. Porque Él nos dio libre albedrío y de nosotros depende elegir el grado de esta relación. Él espera que abramos nuestros corazones a Su amor. Nosotros tenemos que dejarlo entrar.

Sólo entonces el Templo sagrado será reconstruido. Sólo entonces veremos el cumplimiento de la promesa: “Los llevaré a Mi montaña sagrada y los alegraré en Mi casa de plegarias… porque Mi casa será llamada una casa de plegaria para todos los pueblos”.

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